Domingo, 7 de febrero de 2010 | Hoy
Por Miguel Rep
Su hijo Gonzalo, nuestro compañero en el diario, como buen fotógrafo, lo dijo en pocas palabras: “Tomás tenía una gran curiosidad por la muerte”. Su papá, un tipo luminoso, escribió continuamente acerca de esa pared oscura que alguna vez deberemos atravesar. Ahora, del otro lado, está él, Tomás Eloy. Asociar ese misterio con TEM es como titular “Lugar obvio la muerte”.
Nunca olvidaré una contratapa de cuando Tomás escribía para Página/12, antes de ir a encontrarse con su destino sudamericano en el diario de gran tamaño. La escena inolvidable describía la decapitación de Marco Avellaneda, y su cabeza ya lejos del torso, gesticulando con sonidos sin idioma. La perversión política argentina en una sola imagen. Tomás siempre narraba con imágenes, reales y mágicas. Lo asevero desde el lector que fui de muchos de sus libros: La novela de Perón (que leíamos por entregas en El Periodista), Santa Evita (cuya aparición palpitamos antes de tiempo gracias al entusiasmo de su curador, Juan Forn), La mano del amo, La pasión según Trelew, y la sutil y poderosa El vuelo de la Reina.
La noticia me encontró leyendo Purgatorio. Ahora me resta demorar el devenir de ese encuentro entre Emilia y su marido desaparecido que nunca envejeció.
Qué bajón: se fue otro gran tucumano universal.
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