Dom 24.03.2013
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> LA HIPERCONEXIóN Y LOS NIñOS QUE NO SABEN ESTAR SOLOS

Para saber cómo es la soledad

Las pantallas ofrecen interactividad continua, a diferencia del tiempo que uno pasa con un libro, donde la mente puede vagar. Los niños tienen que aprender a escuchar sus propias voces.

› Por Sherry Turkle

Los chicos ven a sus padres jugar con brillantes objetos técnicos todo el día. Cuando las madres amamantan a sus bebés, estos objetos brillantes no escapan de sus manos, los acercan a sus orejas. Tan pronto como los chicos tienen edad suficiente para expresar sus deseos, quieren también estos objetos y algunos padres simplemente dicen “no”, hasta que finalmente les compran un iPhone para calmarlos. Siempre ha sido así: en todas las culturas, los niños quieren los objetos de deseo de los grandes. Los teléfonos, las tabletas, las computadoras toman el lugar de muñecas, bloques de construcción y libros. Las pantallas son interactivas, brillantes. Y más allá de la interactividad, ofrecen conexión con los demás.

Las pantallas les hacen a los chicos tres promesas mágicas: siempre serás escuchado, podés poner la atención en lo que quieras y nunca estarás solo. Desde la más temprana edad, hay un lugar donde vos podés ser la autoridad.

Nos estamos embarcando en un experimento en el que nuestros hijos son los sujetos de estudio. Estos objetos los alejan de experiencias que por generaciones sabemos que son enriquecedeoras. Por ejemplo, los aleja de la presencia de sus pares. Permiten que los chicos tengan experiencias (mensajes de texto y chat) que ofrecen la ilusión de compañía sin las exigencias ni las responsabilidades de la amistad. Siempre se puede desconectar o salir del chat.

La comunicación mediada por la tecnología conduce por ejemplo a que a muchos chicos les dé miedo entablar una conversación cara a cara. En mis investigaciones, cuando les pregunto a niños de diez años “¿Qué hay de malo con conversar?” por lo general me responden que no pueden controlar lo que van a decir.

Los chicos necesitan practicar sus vínculos sociales. Más allá de esto, me preocupa que la sujeción a la pantalla no permita el desarrollo de algo crucial de toda persona: su voz interior, su reflexión. Las pantallas ofrecen interactividad continua, a diferencia del tiempo que uno pasa con un libro, donde la mente puede vagar. Los niños tienen que aprender a escuchar sus propias voces.

Jugar con plastilina y bloques de plástico los incita a usar la imaginación, a inventar sus propios mundos. Y los chicos aprenden a hacer esto por sí mismos, en soledad. Las pantallas, en cambio, con su promesa de compañía permanente, ya produjeron un efecto notable: a muchos adultos les da pavor estar solos. En la cola del supermercado o en un semáforo en rojo, entran en pánico y toman sus artefactos móviles. En vez de aprovechar para estar solos, la vida en la pantalla nos impulsa a estar permanentemente conectados.

Es necesario cultivar la soledad desde chicos porque la soledad es el momento en el que nos encontramos con nosotros mismos. Y nos ayuda a apreciar las relaciones con otras personas. La soledad, así, es una condición previa para la conversación. Si no somos capaces de estar a solas con nosotros mismos estamos en riesgo de utilizar a otras personas como “piezas de repuesto” para apoyar nuestras fragilidades. La soledad saludable les permitirá a los niños desarrollar amistades de reciprocidad y respeto.

Sherry Turkle es psicóloga del MIT. Y autora del libro Alone Together.

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