> LA PERCEPCIóN DEL TIEMPO ALTERADA POR LA TECNOLOGíA
› Por Nicholas Carr
Me preocupa el tiempo: cómo lo deformamos y cómo nos deforma. Los seres humanos, como otros animales, tenemos relojes internos muy precisos. Quitate el reloj pulsera y apagá tu celular y verás que todavía podemos hacer estimaciones temporales bastante buenas. Pero esa facultad también puede ser fácilmente distorsionada. Nuestra percepción del tiempo es subjetiva, cambia con nuestras circunstancias y nuestras experiencias. A veces, los segundos parecen eternos. Y otras, pasan volando.
En un artículo de 2009, las psicólogas francesas Sylvie Droit-Volet y Sandrine Gil describen cómo nuestra representación del tiempo es fácilmente distorsionada por nuestro contexto. Cambia incluso con nuestro estado de ánimo. Dado lo que sabemos acerca de la variabilidad de nuestro sentido del tiempo, es claro que las tecnologías de la información y la comunicación tienen un efecto particularmente fuerte en la percepción del tiempo personal. Después de todo, a menudo determinan el ritmo de los acontecimientos que experimentamos, el ritmo de nuestras interacciones sociales. Eso ha sido así durante mucho tiempo, pero la influencia debe ser especialmente fuerte ahora que llevamos computadoras potentes y rápidas con nosotros todo el día. Nuestros gadgets nos entrenan para esperar respuestas casi instantáneas a nuestras acciones y rápidamente nos sentimos frustrados y molestos por los retrasos incluso más breves.
Yo sé que mi propia percepción del tiempo fue cambiada por la tecnología. Si paso de una computadora o una conexión rápida a una más lenta, los procesos que toman sólo unos segundos parecen intolerablemente lentos. Nunca antes me sentí tan molesto por el paso de los segundos.
Investigación sobre los usuarios de Internet deja en claro que se trata de un fenómeno general. En 2006, un estudio de comercio online concluyó que muchos compradores abandonan un sitio si una página web tarda cuatro segundos o más en cargarse. Los estudios realizados por empresas como Google y Microsoft ahora dicen que se necesita un retraso de sólo 250 milisegundos en cargar la página para que la gente empiece a abandonar un sitio.
Ocurre lo mismo cuando uno quiere ver un video y no se carga. Pero lo curioso es esto: cuando aumenta la velocidad de la conexión a Internet, nos volvemos aún más ansiosos. A medida que experimentamos flujos más rápidos de información online, somos personas más impacientes. El fenómeno se amplifica con el zumbido constante de Facebook, Twitter, los mensajes de texto. El ritmo de la sociedad nunca ha sido más ajetreado. La impaciencia es una enfermedad contagiosa que se extiende de gadget a gadget.
Como resultado, estaremos menos propensos a experimentar todo aquello que requiera esperar, que no nos proporcionan gratificación instantánea. Esto tiene consecuencias culturales y personales. Las obras más importantes de la humanidad –la ciencia, el arte, la política– tienden a tomar tiempo para crear y para ser apreciadas. Las experiencias más profundas no pueden ser medidas en fracciones de segundos.
No está claro si la pérdida de paciencia inducida por la tecnología persiste incluso cuando no estamos usando la tecnología. Pero podría decir –basado en mi experiencia y lo que veo en otros– que el cambio en nuestro sentido del tiempo es, en efecto, duradero. Las tecnologías digitales nos están entrenando para que seamos más intolerantes con todo tipo de retrasos, con momentos sin nuevos estímulos. Estos cambios pueden tener graves consecuencias. En cualquier caso, vale la pena que nos preocupemos, si es que tenemos tiempo.
Periodista estadounidense. Autor del libro Los superficiales:
¿qué está haciendo Internet con nuestras mentes?
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