La rebelión, el adoquín decimonónico, la corrida sudorosa, la honda y el guijarro son en el momento en que el observador las construye, en un horizonte de sentido que las diferencia del entorno. La desnudez del torso del insurgente aparece, sentido mediante, con el ropaje de otro tiempo en versiones diversas de esa mujer guiando al pueblo con los senos al viento, en la mirada de Delacroix. El sentido es al fin un efecto dominó tridimensional por temporal, objetivo y social que permite establecer, como hizo Horacio González aquí mismo (ver Página/12 del pasado 20 de diciembre), una nueva diferencia bajo la forma elegante de una pregunta que recuerdo ahora, ¿el insurgente de torso desnudo, de qué modo se traduciría a todas las esferas posteriores de la verdadera conversación política? La modernidad trae consigo imágenes a las que recurre González para decir acerca de su factura rebelde, a la que considero pertinente agregar la condición alienada de las reflexiones sobre sí, porque al no poder comprender el acontecimiento en sí lo rodea, lo reespecifica fundando ni más ni menos que el pensamiento moderno como tal. En síntesis, si no se sabe de qué se trata, se inventa. El sentido es el sentido. Este malestar congénito del pensar moderno no es, como se sabe, sólo patrimonio de las ciencias sociales, sino que también lo es para las ciencias duras. En ambos casos, la pregunta sobre ¿de qué se trata el caso? se superpone con aquella que interroga sobre ¿qué hay detrás? Construyendo así un problema novedoso con relación al que queríamos resolver. Es lo que tal vez nos permita comprender la factura de las crisis institucionales en el sentido de los malestares epistemológicos partiendo de la idea de que las cosas no son lo que parecen ni en la bacteria ni en la corrida sudorosa.

* Ex director y profesor titular de la Carrera de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales (UBA).