Sábado, 30 de diciembre de 2006 | Hoy
SOCIEDAD › EL DRAMA QUE VIVEN LOS SOBREVIVIENTES DE LA TRAGEDIA DEL BOLICHE DE ONCE
La mayoría tiene dificultades para encontrar trabajo. Padecen crisis depresivas y miedos a estar en lugares cerrados. Muchos todavía duermen con la luz prendida. Sólo en la ciudad recibieron atención psicológica 1800, entre sobrevivientes y familiares, pero no hay un registro de su situación actual. Renovarán los subsidios por un año.
Por Mariana Carbajal
Depresión profunda, dificultades para conseguir trabajo y para retomar los proyectos que tenían, abuso de alcohol y un terrible miedo a viajar en subte o permanecer en lugares cerrados con gran cantidad de gente son algunas de las secuelas más visibles que todavía sufren los sobrevivientes de la tragedia de Cromañón, a dos años del incendio en la disco. Varios de ellos han protagonizado intentos de suicidio: hay quienes ya comparan su situación con el drama que aún enfrentan los ex combatientes de Malvinas.
Sebastián prefiere no dar su apellido. No quiere que se sepa que él estuvo en Cromañón. Es de González Catán y ayer cumplió 24 años. Las entradas para ir al recital de Callejeros aquel 30 de diciembre de 2004 fueron regalo de cumpleaños de su hermano. Con él y su esposa, una pareja amiga y su propia novia fueron ese jueves a la noche al boliche de Omar Chabán. Los seis pudieron salir bastante rápido de lo que fue ese infierno. “No tuvimos heridas ni lesiones”, dice Sebastián. No sufrió quemaduras ni intoxicación. Las marcas le quedaron adentro.
–Hablar del tema es revolver todo. Fue una noche nomás, pero me cambió la vida por completo –empieza a contar.
Casi dos meses después del incendio, el 28 de febrero de 2005, cuando fue a su primera sesión con un psicólogo (en el Hospital Ramos Mejía), le llegó el telegrama de despido a su domicilio. Y desde entonces, dice, no pudo conseguir otro empleo. “Ese día pedí salir una hora antes para ir al psicólogo. Y me echaron. Hacía 3 años y 8 meses que trabajaba ahí”, cuenta. “Ahora no paso ningún examen psicotécnico. Antes (de Cromañón) eso no me pasaba. Una vez, en un trabajo me dijeron que vuelva cuando termine el tratamiento.”
Actualmente, Sebastián se atiende con un psicólogo del Hospital Interzonal de González Catán. Y una vez por mes va a un psiquiatra en un centro de salud de San Justo, para control. No es sólo el problema del trabajo, dice. El recuerdo de aquella noche lo atormenta. “Te afecta mucho psicológicamente. Decís: ‘Quiero salir adelante’, pero por más buena voluntad que tengas, no podés”, comenta. Hasta hace poco tenía que dormir con la luz prendida. Un día se cortó la electricidad en su casa y rompió a patadas la puerta del cuarto para escapar, en un brote de nervios que su papá logró calmar.
En dos años, en los hospitales públicos porteños recibieron tratamiento psiquiátrico y psicológico unas 1800 personas, entre damnificados y familiares de víctimas fatales, según informó a Página/12 Daniel Mosca, jefe del servicio de Estrés Postraumático del Hospital Alvear y coordinador de los “dispositivos Cromañón”, como se llamó a los equipos específicos de salud mental que se organizaron en el sistema de salud de la Ciudad. Sin embargo, se desconoce cuántos de los sobrevivientes todavía están bajo tratamiento.
“Cromañón tiene uno de los porcentajes más altos de atención: después de un desastre las cifras internacionales señalan que el porcentaje de atención es de entre el 10 y el 15 por ciento de los afectados. Si contamos que hubo unas 4000 personas en Cromañón y tomamos en cuenta tres personas por cada uno de ellos como allegados, nos da un total de 12.000 damnificados”, evaluó Mosca, y sostiene que a los 1800 que asistieron a terapias en efectores públicos de la Ciudad, hay que sumar los que recurrieron a servicios de obras sociales, prepagas y de la provincia. “Se llegó a ese número porque hubo una convocatoria activa”, afirma. Sólo en el Hospital Alvear, en 2005, el área de salud mental atendió a unos 600 damnificados y en 2006, alrededor de doscientos. “En estos dos años, el 80 por ciento recibió el alta médica”, aseguró Mosca.
Para la asociación civil Cambiar esta Realidad, que integran sobrevivientes y sus familiares, la estructura montada para la atención psicológica y psiquiátrica no ha sido buena. “Creamos esta entidad para reclamar justicia, pero nos encontramos con que tenemos que luchar para sacar a los sobrevivientes de la depresión. Hay varios que han tenido intentos de suicidio. No se da a conocer porque tenemos miedo que pueda haber una ola si se suicida uno”, comentó a Página/12 Carlos Canavese, padre de un sobreviviente. “En marzo no le renovaron los contratos a psicólogos del Ramos Mejía y del Alvarez y muchos chicos dejaron las terapias porque les cambiaron el terapeuta. En algunos casos, tenían sesiones de 10 o de 20 minutos”, denunció Ernesto Lemos, de la misma asociación civil, y padre de Federico, otro sobreviviente.
También la legisladora del ARI María Eugenia Estenssoro tiene una visión crítica de las medidas implementadas desde el Estado para brindar atención en salud mental. Estenssoro acaba de finalizar un informe donde evalúa las políticas públicas que se pusieron en marcha luego de la tragedia de la disco. “La atención psicológica ha sido deficitaria, más allá del empeño de médicos, psicólogos y terapeutas. Es sobre el área que más denuncias hemos recibido. Muchos jóvenes han abandonado los tratamientos, se han observado numerosas recaídas entre los que habían sido dados de alta y hubo un aumento de los intentos de suicidio de muchos sobrevivientes. Esta situación ahora se ve agudizada por el normal recrudecimiento de los trastornos en las fechas cercanas a los aniversarios de la tragedia”, apuntó Estenssoro. En el mismo gobierno porteño reconocen off the record que “hace falta reforzar más el área de salud mental”.
Familiares de sobrevivientes destacan la atención en salud mental brindada en el Hospital Alvarez y en algunas ONG como el Equipo Argentino de Trabajo e Investigación Psicosocial (Eatip).
El psiquiatra Roberto Sivak está a cargo del servicio de Estrés Postraumático del Alvarez y coordina un equipo de 12 profesionales que trabajan ahí ad honórem en la atención de sobrevivientes de Cromañón y familiares de víctimas fatales. Desde el momento de la tragedia hasta la fecha han recibido unos 170 pacientes, entre chicos, adolescentes y adultos. Actualmente atienden a entre 50 y 60 personas.
“Hasta el día de hoy seguimos recibiendo damnificados que nunca se habían atendido o que tuvieron recaídas”, señaló Sivak en diálogo con Página/12. “La situación que están viviendo muchos sobrevivientes es parecida a la de los soldados de Malvinas. En ambos casos el Estado estuvo de por medio, los damnificados principalmente son jóvenes que les cuesta rehabilitarse o volver a trabajar, que no ven legitimado lo que les pasó o no se ven valorizados y muchas veces hasta son culpabilizados por haber estado ahí esa noche. Y tanto los ex combatientes como los damnificados por Cromañón tienen un fuerte reclamo de justicia”, analizó Sivak.
Entre los cuadros más frecuentes que observa en los sobrevivientes figura la depresión profunda que ya se convirtió en crónica. “Uno de los aspectos que más los afecta es el hecho de no poder conseguir trabajo. En este punto se cruza la situación estructural de empleo del país, donde a todos los jóvenes les cuesta insertarse laboralmente, y el hecho de que son discriminados: hay un prejuicio en torno de las secuelas que les pueden haber quedado por Cromañón, que se suma a que periódicamente tienen que ir al médico para atenderse lesiones físicas o psicológicas”, sostuvo Sivak. A su criterio, desde el gobierno porteño se brindó una buena atención en salud mental en la emergencia pero “no hubo planificación para el seguimiento” de los casos.
“Hoy es imposible saber a ciencia cierta si los damnificados están mejorando o empeorando porque no ha habido un seguimiento de sus historias clínicas en una base de datos unificada”, señala Estenssoro en diálogo con este diario. Para la diputada del ARI, se corre el riesgo de que los sobrevivientes vivan “un drama similar al que enfrenta hasta el día de hoy los ex combatientes de la Guerra de Malvinas, quienes no fueron acompañados en su sufrimiento, como hubiera correspondido, por el Estado ni por la sociedad en su conjunto”.
La psicóloga Angela Ponce trabaja con Sivak en el Instituto Estrés Trauma Buenos Aires (Ietba), una asociación civil que brinda atención a sobrevivientes. A cuatro de ellos, de entre 20 y 21 años, todos de Quilmes, los atienden a domicilio. “Quedaron con miedo a viajar solos y se sienten mal cuando se suben a un colectivo o a un subte. Después de Cromañón tampoco van a bailar ni a boliches”, detalló Ponce. Para la especialista “sería mejor que en lugar de darles subsidios, los ayuden a insertarse laboralmente” (ver aparte).
En el Eeatip, otra de las ONG que ofreció asistencia terapeútica, se atienden una treintena de sobrevivientes y familiares de víctimas de Cromañón. “El primer año (después del incendio) los motivos de consulta tenían que ver con el síndrome de estrés postraumático que se refleja en pesadillas, ataques de pánico, dificultad para dormir y para salir muy graves. En el segundo año los cuadros son distintos: situaciones de profunda depresión y dificultades para retomar los proyectos y la vida anterior a la tragedia”, señaló Diana Kordon, psicóloga de la institución que, durante la última dictadura militar y hasta la década del ’90, dio tratamiento a víctimas de la represión ilegal. Para Kordon, hay una diferencia entre la situación de los soldados de Malvinas y la de los jóvenes de Cromañón y es que estos últimos han podido tener una respuesta terapeútica inmediata y han estado menos desperdigados que los ex combatientes.
Sivak, psiquiatra del Alvarez, suma otro cuadro que observa entre sus pacientes: “Vemos que algunos se han volcado al abuso de sustancias como el alcohol y la marihuana, como también ocurrió entre los ex combatientes de Malvinas: es como una pseudo salida a la salud. Tanto el alcohol como la marihuana son sustancias que pueden disminuir la ansiedad y mejorar el estado anímico. Algunos confían más en estas sustancias que en los tratamientos psquiátricos”.
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