Miércoles, 9 de febrero de 2011 | Hoy
Este relato que ahora pueden leer los lectores de Página/12 pertenece al libro de relatos El curandero del amor, fue editado por Emecé en 2006 y fue escrito en tiempos bravos, de gran agitación social. Hoy puede ser considerado un relato antiguo. De cierta forma, envejeció por mi poca habilidad para escribir, pero la problemática que presenta continúa siendo de una actualidad espeluznante. El curandero del amor habla de un aborto casero protagonizado por una parejita de adolescentes. Un hecho que sucede casi a diario en nuestro país. Hay un gran manto de misterio, de mentiras e hipocresías alrededor del tema del aborto. Poco o nada se sabe del tema, en realidad. Las mujeres continúan muriendo porque, de pronto, se encuentran solas, con el Estado en contra y encinta. El Estado, al no legalizar este tema, genera las condiciones para que exista el oscuro mundo de los aborteros ilegales. Pero el Estado es la sociedad, usted, su familia, yo y todos. Y francamente, no hacemos nada para que las mujeres dejen de morirse. No legalizar el aborto es mandar a muchas mujeres al matadero. Esa es la verdad.
Quizás inspirado un poco en un Matadero del Siglo XXI es que escribí este relato duro. Traté de escribirlo de una forma hiriente, tal vez grotesca, pues muchas veces la realidad nos supera y parece una realidad de ciencia ficción. Entonces, tenemos que acabar con la realidad de ciencia ficción sudaca. Algún día tenemos que aprender.
A este relato lo escribí con mucha bronca, pero cuidándome de no tener una actitud lacrimosa, ni convencional como la que tiene la tele. Por supuesto que el curandero también esconde otros temas, todos relacionados con el sexo, pues el sexo es el gran tabú de la especie humana. Y yo lo utilizo mucho en todo lo que escribo, como un disparador, un botón que nos hace pensar muchas cosas.
Hace poco en una Unidad Básica kirchnerista, donde me invitaron a leer unos poemas, un lector se me acercó y me dijo: “Me encantó ‘El curandero del amor’ porque lo escribiste de una forma vital, para nada piadosa”. No sé si eso está bien.
Ahora que pasaron unos cuantos años pienso que el relato tiene algo de piedad. Reelaborar la realidad es una forma de ser piadoso con ella.
¿Qué más puedo decir? Que pasaron varios años y el aborto continúa sin legalizarse, las mujeres, invisibilizadas, continúan muriéndose desangradas en las manos de algún loco de la provincia de Buenos Aires. Como dice Vargas Llosa, yo también pensé que el relato serviría para algo, para cambiar, aunque más no fuera, un granito con respecto a este tema. No sucedió nada, apenas unos grupos de mujeres siguen su lucha contra una sociedad a la que no le interesa cambiar.
Por último, el relato es violento, atrevido hasta la exasperación, pero es apenas una historia naïf ante la mente de aquellos que tienen el poder para cambiar las cosas y no lo hacen. Entonces, ¡los verdaderos grotescos somos noso-tros y después ellos!
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