Viernes, 4 de enero de 2013 | Hoy
Por Pedro Mairal
Escribí “Amazonia” una noche en Entre Ríos cuando se venía una tormenta, hacía mucho calor, volaban los cascarudos y soplaba el viento Norte que traía el mal humor del trópico. De ese agobio salió el cuento. Me parece que el primer arranque fue como poema; todavía en las primeras líneas se notan los restos de una métrica de versos de once y de siete sílabas. Pero en seguida la necesidad de una verborragia española reventó los versos medidos y afloró en una sintaxis quijotesca, o más bien sanchesca, porque el tono pretende tener algo del Sancho de Cervantes, un pícaro disparatado que filosofa sobre cosas que escuchó por ahí. Toda la noche me atravesó esa voz hasta el amanecer cuando se largó a llover. No es algo que me pase mucho, eso de funcionar como médium de una voz ajena.
Me interesaba mostrar la intimidad de la conciencia de los hombres en ese momento de la historia, cuando dieron el paso del miedo del pensamiento mágico medieval hacia la curiosidad renacentista. Hombres que venían de pueblos españoles que no distaban entre sí más de un galope, de pronto caídos en la Gran Dimensión Americana, donde podían avanzar durante meses sin ver ni gente ni pueblos ni ciudades. Un cambio de proporción o de escala, y también una manera de leer un territorio desconocido con los ojos de un cristianismo barroco, enceguecido y supersticioso.
La selva se come a los hombres y eso pasa tanto en las historias de la guerra de Vietnam, como en las crónicas de la conquista. Cuando le leí, hace más de diez años, este cuento a un amigo, me habló de Aguirre: la ira de Dios, una película de Werner Herzog que recomiendo y que por suerte yo todavía no había visto, porque es tan poderosa que me hubiese inhibido el impulso de escribir algo así, sobre conquistadores atravesando el Amazonas. La película de Herzog se sumerge en la materialidad de la selva, el barro, la fuerza de los ríos, la humedad que enloquece gradualmente a esos españoles del siglo XVI que aunque parezca raro hablan alemán, pero no importa, porque todo es verosímil y uno siente que las cosas sucedieron así, con ese nivel de delirio, y que el Lope de Aguirre histórico debe haber sido quizá menos real que el encarnado genialmente por Klaus Kinski. “Amazonia” se publicó en mi libro de cuentos Hoy temprano, en 2001.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.