Domingo, 28 de diciembre de 2014 | Hoy
Por Ariel Dorfman
Hay relatos que sobreviven su origen y que, décadas después de su primera encarnación, cobran retrospectivamente más relevancia de la que tenían inicialmente.
Es lo que pasa, creo, con “Comarca registrada”, que escribí durante los años de exilio y represión que asolaban al Cono Sur. En esa época, con mi mujer, Angélica, contemplábamos desde la distancia a un Chile (y una América latina) donde las dictaduras trasformaban a golpes y con picanas el tejido social y económico, castigando a una población díscola y creando un abismo entre los pocos que poseían todo y los muchos que carecían de lo mínimo para subsistir.
Esta situación me llevó a imaginar un producto delirante que se pone en venta, un Timbre que actúa de guardia y guardián de los hogares pudientes. Me interesaba mostrarlo como cancerbero de los sueños de los poderosos y simultáneamente cáncer de los desamparados, a los que mostré, mal de mi grado, colaborando en forma ciega en su propia marginalización.
De este cuento rescato hoy la voz meliflua y persuasiva del Entrenador de vendedores, un Don Timbre él mismo, que me había de servir de modelo para villanos múltiples en futuras novelas y obras de teatro: Máscara, Lector, La última canción de Manuel Sendero y Terapia.
Si el cuento se permitió ser cruel, sarcástico, desesperanzado, era porque teníamos en ese tiempo la alucinada certeza de que tal situación absurda e injusta se terminaría con la llegada de la democracia a nuestros países subyugados.
Los años han pasado y hace tiempo que comprendo con desazón que la saga de un Timbre que electrocuta a los intrusos, un Estado que ampara a los opulentos, el espectáculo de millones de excluidos de un trabajo digno, se vuelve a repetir y lo hace, para colmo, como un fenómeno global. La comarca ya no es exclusivamente Chile o la Argentina. Es el planeta entero. Y lo que se registra, se sigue registrando, es el dolor.
Hubiera preferido que este cuento no fuera tan profético. Hubiera preferido equivocarme respecto de nuestra humanidad contemporánea.
Los lectores dirán. Pero tengan cuidado la próxima vez que se acerquen a una casa o un departamento, ajenos, siempre ajenos.
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