VERANO12

Juan Gelman X Miguel Russo

20 años en el espejo: Los reportajes de Página/12 que testimonian dos décadas de la cultura, la sociedad y la política argentinas

Publicado el 13 de octubre de 1996

Sirve café, prende el primero de una larga serie de cigarrillos y mira fijo para disponerse a hablar. Cuando habla –bajo, grave–, su voz rebota quedamente contra las paredes desnudas del departamento antiguo en pleno centro de la Capital y hace cómplice al que lo escucha. De tanto en tanto, sonríe, ironiza, se vuelve esquivo. Tan esquivo como la poesía.

–¿Por qué empezó a escribir?

–Porque me enamoré de una vecina. Yo tenía nueve años y ella once. Empecé a mandarle poemas de Almafuerte como si fueran míos. Como la cosa no daba resultado, me dije: “Voy a tener que escribir yo”. El que me introdujo en la poesía fue mi hermano mayor, el Ruso. Cuando yo era muy chico, él me recitaba versos de Pushkin en ruso, algunos de los cuales recuerdo todavía. Me encantaba la armonía, la música; esa notable diferencia que puede hacer un lenguaje hablado, aunque yo no supiera una palabra en ruso.

–¿Y alguna vez se levantó una mina con su poesía?

–No, pero otros lo hicieron por mí con poemas míos. Creo que, de hacerlo yo, hubiera sido indecoroso.

–Usted no es un gran amante de leer sus poemas...

–No, lo que me fascina es la lectura de poesía ajena. Doy lecturas, pero no me resulta muy fácil, me pone muy nervioso hacerlo. Siempre digo que va a ser la última vez, pero después me llaman y creo que tengo que darlas.

–¿Y cuándo y por qué se interesó por la política?

–La verdad es que fue también para levantarme una mina, pero vamos a contar una mentira para que se pueda publicar. (Risas). Fue el clima de los años ’36 y ’37, con la Guerra Civil Española, que se vivía tanto en casa como en la calle, lo que me hizo interesar en la política. Yo fui, a los 6 o 7 años, un ardiente republicano. Recuerdo que mi padre me mandaba a comprar la edición de Crítica en pleno invierno, yo me cagaba de frío en la esquina esperando al diariero. En esa época todos los pibes juntábamos el papel de plata de los chocolates y de los atados de cigarrillos vacíos que caían en nuestras manos. Hacíamos bolas enormes de papel y creíamos que con ellas se fundían balas para el Frente Republicano. El barrio estaba lleno de pintadas, recuerdo una que decía “Irún: no caerán”. Parece que los franquistas no leyeron ese cartel porque Irún cayó. Después vino el golpe del ’43, vino Perón. Es decir, había toda una agitación política en el país y creo que a partir de allí se me fue metiendo en la vida.

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