Martes, 26 de febrero de 2008 | Hoy
Por Sam Shepard
Sentido de la medida
Dylan se ha comprado un perro. Del tamaño y forma que le encajan perfectamente. Un cachorro hembra de sabueso. Y en celo, para rematarlo. Suelta gotas rojas por los vestíbulos de los hoteles de moda de aquí a Montreal y vuelta. Se caga en cualquier rincón de la pesadilla de un maître. Roba comida de lujo. Arrastra a Dylan como la perra que es. Consigue que la paseen los guardaespaldas negros, “Gary el Apuestas”, “Barry el Jevi”, “Louie el Pescados”. Tiene hambre constantemente, y tal vez también lombrices. Ya en una ocasión anterior vi esta facultad del “Gran D” para reproducir su forma física en el mundo exterior. Un sentido secreto de su propio tamaño y el efecto visual para todos los testigos. La escena es en las pistas cubiertas de tenis del Hotel Seacrest de Falmouth, Massachusetts. Extraña arquitectura a base de verde donde llamean unos conductos gigantes de aire en blanco Lichtenstein colgando del techo. La caverna entera destinada al adicto al tenis con dinero que quemar y la salud en la cabeza. La Rolling Thunder Revue se ha comido todo el espacio con unos gigantescos altavoces negros monstruosos, baterías de focos, un enorme telón de fondo amarillo, instrumentos, amplis, micrófonos, dos cañones de luz Super Trooper montados desde atrás como si fuera artillería antiaérea, una mesa de comedor repleta de café y chucherías y queso cortado y jamón y nueces e higos secos y una máquina de jugar al ping-pong que no necesita monedas y gente pululando por todos los rincones. El escenario está preparado para un “con todo”. La pista de tenis ha sido sumergida para este momento. El personal del hotel está invitado a admirarlo desde unas sillas de metal plegables. Va a ser la primera vez que el espectáculo propiamente dicho tome forma delante de un público. La banda milagrosa de chuletas callejeros de Neuwirth se lanza a hacer sus números. Su capacidad musical no admite dudas. Cada uno por su cuenta podría cargar con una década completa de rock & roll, country/western, boogie-backstep..., lo que quieran. “Completo” es demasiado punk para estos chicos. Pero entonces llega Dylan. Aparece con una Gibson negra en miniatura, pequeña, como un gato, con gafas negras, camisa blanca, y Joan Baez a su lado, exactamente de la misma estatura, con el pelo negro reluciente. Arrancan con “Williams and Zinger” a un extraño compás de tres por cuatro con el acento fuerte puesto en el primer tiempo, para levantar después una serie de notas en stacatto apiñadas en torno de cada frase. La estructura rítmica me recuerda la manera que tenían los petardos Red Devil de explotar solos cuando menos te lo esperabas. Los encendías y echabas a correr y luego, si no explotaban, volvías a acercarte de puntillas a donde estaban. Y entonces, justo cuando te inclinabas para encender la cerilla siguiente, empezaban a estallar todos en una reacción de petardazos en cadena.
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