Viernes, 29 de febrero de 2008 | Hoy
Por Allen Ginsberg
Adoro al escritor de aquellas cartas quejumbrosas, llenas de humor negro. En aquella época, Kerouac llamaba a Burroughs “el hombre más inteligente de Norteamérica”, y ahora, años más tarde, me atrevería a decir que no se equivocaba. Al menos no se me ocurre ningún otro que se ajuste mejor a ese calificativo. Kerouac dijo también: “La genialidad es divertida”, evocando a Shakespeare. Veinticinco años después estallé en carcajadas leyendo los consejos de Burroughs a Seymour Wyse sobre dónde “encontrar la acción” (carta del 30 de mayo de 1956).
Pero podrían sernos útiles algunos párrafos sobre las circunstancias de esas cartas. Nos conocíamos desde 1945, vivimos juntos unos idílicos meses en 1953, antes de la guerra de Vietnam, en el Lower East Side, entre las avenidas B y C en la calle 7 este, donde nos visitaban Kerouac, Corso y otros amigos. Habíamos compuesto el texto de Cartas del yagé y Queer, y habíamos vivido un romance. Al final, pese a mi admiración y afecto hacia mi maestro, yo rechacé su cuerpo: “No quiero tu asquerosa pija”. Palabras agrias para un hombre joven, algo que no desearía que nadie dijese. Pero me había empujado a ello, tras una larga ambivalencia, ofreciéndome, no, amenazándome con convertirse en un parásito de mi alma y devorarla, lo que él denominaba schlupp, como hace Bradley el Comprador con el Supervisor del Distrito en Almuerzo desnudo. Esta palabra formaba parte de una exquisita imaginación cargada de humor negro que Bill poseía, y que difícilmente podría conquistar a un muchacho asustado (no me atraía mucho el sexo en cualquier caso), así como una parodia de sus sentimientos para que su deseo no se considerase ofensivo. Así que él cortejaba con una extraña sugestividad autodegradante. Me asustaba la responsabilidad de tener relaciones amorosas con él.
En aquel entonces me inspiraba un gran respeto y admiración, porque me parecía tener una sensibilidad y vulnerabilidad sin límites. Al no estar seguro de si tras su amor implacable se escondería algún monstruoso Cangrejo Nebula, reaccioné con ingenua impaciencia una tarde en la esquina NE de la 7ª calle este y la avenida B. “No quiero...”, traicionando su confianza con mi grosería, con mi brusquedad provocada por el pánico; siempre lamenté la brecha que abrí en su corazón. Decidimos separarnos por algún tiempo. Eramos amigos literarios desde el día en que Kerouac y yo decidimos visitarlo en 1945 para presentarle nuestros respetos y conocerlo mejor. Entre las obras que ya habíamos escrito en nuestro grupo de buenos amigos estaban Kunky, Cartas del yagé, Pull my Daisy, The Green Automobile, The First Third, En el camino, Visiones de Cody y El ángel subterráneo, y habían sido “publicadas en el cielo”, si no en la tierra; permanecíamos fieles a la estrella que cada uno llevaba en la frente, y nuestra amistad siguió siendo sagrada, a pesar de las interferencias de nuestra relación erótica. Yo amaba a Bill y él me amaba a mí, y este sentimiento permanece todavía hoy en mí, años después. ¿Ustedes no sentirían lo mismo?
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