Jueves, 11 de enero de 2007 | Hoy
A treinta años de la edición original sale La Patagonia rebelde (“trágica” en la versión de 1972), Osvaldo Bayer recuerda la historia de una accidentada investigación que sirvió para acabar con la leyenda negra de los anarquistas y empezar con la difusión histórica de los hechos.
–Hace poco le hicieron un homenaje en Galicia...
–Sí. Cuando escapó de los fusilamientos, fue a Santiago de Chile, donde siguió como dirigente obrero, y terminó en Punta Arenas, donde falleció en 1966. Yo empecé en 1968. Los gremios gallegos han puesto su nombre a una calle en el Ferrol, que es donde nació. Y también pusieron una placa en la casa donde nació, en el barrio pobre. También se ha levantado un monumento a Facón Grande, otro de los dirigentes de la huelga, inclusive hay una escuela que lleva su nombre. A pesar del olvido y todo lo demás, los libros sirvieron para terminar con la leyenda negra y empezar la difusión histórica.
–¿Cuántos libros se vendieron en estos treinta años de La Patagonia rebelde?
–Han sido tiempos muy distintos. Cuando salió el primer tomo, en 1972, se vendieron 200 mil ejemplares. Hoy es una cifra impensable. Los best sellers están en 12 mil, 13 mil ejemplares. Había un gran interés. Después salió el segundo tomo. Ya se puso difícil la situación. El tercer tomo salió cuando las Tres A andaban por las calles. Mientras tanto, salió la película en 1974, que fue prohibida por Isabel. Me costó el exilio porque salí en la lista de las Tres A. Y el cuarto tomo ya es una historia de realismo mágico, una historia de la Patagonia que tuvo que salir en Alemania y escrita en castellano.
–¿Cómo tomaron los militares a La Patagonia rebelde?
–Fue prohibida por la dictadura y quemada en la hoguera. Un comunicado del teniente coronel Gorleri, en Córdoba, con Menéndez, dice que lo hace por Dios, Patria y Hogar. Fue publicado en los diarios. Cuando Alfonsín envió la lista de ascensos al Senado, yo mandé un comunicado, pero igual lo ascendieron. Pareciera que quemar libros no es un crimen. Ahora es general retirado. Así que el libro tuvo una historia paralela al film.
–Fue la marca de los anarquistas.
–Sí. Los libros sirvieron para una gran discusión, un gran debate. A mi regreso fui muchas veces invitado a la Patagonia a discutir esta temática.Es un poco el hecho máximo que sucedió allá. La democracia no creyó necesario investigar el porqué de esta masacre.
–Es algo que se repite en la historia argentina...
–Pero es grave que haya ocurrido en el primer gobierno democrático, que la Justicia no se diera por aludida a pesar de las publicaciones, que la presidencia no respondiera nunca. La única que reaccionó fue la oposición en el Congreso, pero la bancada radical lo dejó sin quórum por lo que no pudo formarse la comisión investigadora. La oposición era socialista y conservadora. Dos años antes se había producido la Semana Trágica. El Partido Radical jamás se dio por aludido. He tenido por costumbre cada vez que asume un presidente del Comité Nacional escribirle una carta preguntando cuándo se va a hacer la autocrítica con respecto a la Patagonia. Nunca me han contestado. Ni Ricardo Balbín, ni siquiera Rodolfo Terragno, que fue amigo y periodista conmigo. Me encontré con él en el velorio de Osvaldo Soriano y le dije: “Rodolfo, no me contestaste la carta que te escribí” y me dijo: “Lo que pasa es que justo ahora, con los problemas que tengo en el partido, no me voy a meter con Yrigoyen”. ¿Cuándo se van a meter con Yrigoyen, cuando pasen tres siglos? Le recordé a Willy Brandt, cuya primera acción de gobierno fue ir al monumento al Holocausto, arrodillarse y pedir perdón en nombre del pueblo alemán.
–El silencio los hace más cómplices con el hecho...
–No hubo un solo historiador radical que tratara de aclarar desde el punto de vista del partido por qué se hizo esa represión...
–Es paradójico porque muchos anarquistas, cuando tenían que votar, a veces dudaban entre algún candidato socialista o radical, había vasos comunicantes, más allá de las diferencias.
–Lo que pasa es que no hay peor enemigo que los del propio palo. Los anarquistas odiaban a los socialistas porque los acusaban de haber dividido al movimiento obrero. Porque la primera gran corriente del movimiento obrero fueron los anarquistas. Y fueron los socialistas alemanes del club Vorwërts los que empezaron a enseñar marxismo, y con los socialistas franceses fundaron el Partido Socialista, que empieza a tener importancia en la clase trabajadora y llevará a la división del movimiento obrero: la FORA del quinto y la FORA del noveno. Al final apoyarán a los radicales por antiperonistas. Ellos eran profundamente antiperonistas.
–Aun así, los radicales y los peronistas toman muchas cosas de los anarquistas.
–Lo que pasa es que el radicalismo en sus comienzos fue tan populista como el peronismo. Pero hubo bronca con Yrigoyen y con Alvear por Simón Radowitzki, al que dejaron en la cárcel durante 21 años. A Radowitzki lo largó en el ‘30 Yrigoyen porque los molineros estaban haciendo una huelga fortísima. Los radicales los llamaron y les dijeron que si levantaban la huelga liberaban a Radowitzki. Hicieron una asamblea y la levantaron, pero no dijeron que lo hacían por Radowitzki. Los tres dirigentes molineros renunciaron para siempre, como diciendo “ése fue nuestro pecado”. Pero liberaron a Radowitzki, aunque Yrigoyen traicionó, porque cuando el barco que lo traía estaba en el Río de la Plata viene el vapor de La Carrera y la policía lo embarcó a Montevideo.
Todavía le tenían miedo.
–Era una especie de mártir de la anarquía. Dominaba el penal, era delegado de los presos comunes, y pese a que estaba tuberculoso, aguantó 21 años en el sur. Para los presos tenía una aureola sobrehumana. La pena decía que cuando se acercaba la fecha del asesinato del coronel Ramón Falcón, esos siete días, lo ponían en un calabozo a la intemperie, sin calefacción. Se salvó de la muerte porque tenía 18 años en 1910, cuando lo procesaron.
–La Patagonia es un libro sobre la rebeldía. ¿Volver a publicarlo después de 30 años de su aparición tiene alguna relación con que en el país parece terminar un largo ciclo con respecto al miedo?
–Creo que tiene que ver, hay mucho interés en la gente por conocer estas señales de rebeldía. La huelga patagónica es épica, increíble. Quien viaje por Santa Cruz no se explica cómo recorrían a caballo estos gauchos, las peonadas, para levantar a la gente. Si lo hace en auto, tardan todo un día. Además, el sentir de la camaradería, lo hermoso de los comunicados, la existencia de esa sociedad de oficios varios. Ya en la primera década del siglo pasado, los anarquistas se organizaron en esos pequeños puertos. La historia tiene la fuerza de una epopeya.
–¿Cuál le resultó el personaje más atrapante? Le pregunto porque hay una reconstrucción muy detallista de los personajes.
–Porque después de tantos años, el relato de los compañeros que se habían salvado era muy épico sobre esos personajes. Contaban todas las anécdotas, por ejemplo el caso de Argüelles. Estaba acá en la Semana Trágica, se fue perseguido a San Julián y allí pasó a ser secretario general del sindicato. Hace tres meses me llamó una mujer y me dijo que era la hija de Argüelles. Nos juntamos y me contó una historia fantástica de amor. Los dos eran obreros y la madre quedó embarazada, no se casaron nunca y él tuvo que salir huyendo al sur. Le mandaba poesías desde San Julián. Esta mujer creció como hija natural, y ahora, ya con 81 años, me recitaba las poesías del padre. Por otro lado, tres días antes me había atacado la hija del general Anaya, diciendo que me iba a fulminar.
–Se podría escribir otro tomo de la saga con las peripecias que se derivaron del libro...
–Sí, sería el quinto tomo.
–¿Qué fue lo que más lo atrajo de la historia de los anarquistas?
–Todo ese altruismo de la gente que se sacrificaba por sus compañeros. De todos modos, quise ser muy preciso, porque no se pueden ocultar cosas ni mentir en la investigación histórica, así que cuando hubo una traición o alguna forma de tergiversar la huelga, yo lo puse. Como pasó con el Consejo Rojo, un grupo de nueve o diez huelguistas que formó el Consejo Rojo, aprovechando la huelga, y empezó a robar e incendiar estancias.
–¿Y eso tuvo alguna repercusión?
–En esa época los Montoneros se enojaron porque decían que lo había puesto para joderlos. Pero no era así, era la verdad histórica. Y cuando se estrenó la película, la única crítica en contra fue del diario Noticias, de los Montoneros. Fue una vergüenza, se lo dije a Juan Gelman, a Bonasso y a Verbitsky y a tantos otros. Qué cosa. Cuando vino un periodista alemán, los Montoneros le dijeron que era una película socialdemócrata y lo publicó allá.
–Eso demostraba que la película y el libro hablaban de la realidad y generaban una polémica.
–Claro, no iba a adaptar la realidad al gusto de ellos, ni de nadie. Fue tremenda la crítica. Por eso me llamaban “el burguesito”, decían que era la versión burguesa de los anarquistas. Después hice Severino Di Giovanni y me causó pena de que ERP lo tomara como libro de cabecera. Yo lo escribí para que aprendan cómo un hombre se pierde en la violencia.
–En esa época podía explicarlo mil veces, pero en ese aspecto todo estaba muy revuelto...
–Los anarquistas violentos tenían siempre una frase de un francés que decía “no hay inocentes”, porque hacían un atentado y por ahí moría un pibe. Y sí hay inocentes. Era raro en Severino, porque él siempre se exponía más en todo sentido. Fue un período muy difícil y pagué con el exilio la escritura de Severino que ya fue prohibido por el gobierno de Perón con un decreto muy cómico, porque prohibía la exportación del libro, así que nosotros protegíamos a otros países. No querían decir que lo prohibían acá para no aparecer como autoritarios. Por supuesto, las librerías dejaron de venderlo. Después se completó con Los anarquistas expropiadores que ya lo prohíbe la dictadura. Lo que hice fue mandar los originales a través de la embajada alemana aquí. El agregado cultural los mandó escondidos cuando viajó su hija. Y yo después pude hacerlos imprimir para terminar la obra. Solamente se hicieron mil ejemplares.
–En la figura de Facón Grande se entronca la tradición anarquista de los inmigrantes con el criollo. Surge como una figura emblemática del proceso de mixturación del movimiento.
–Esa es la grandeza de la figura de Facón Grande. Eran todos gallegos en general, polacos y alemanes también. Y el que representa al criollo es Facón Grande, que viene de Entre Ríos y no era obrero, tenía seis carros que traían la lana de la cordillera. Pero era muy querido y los obreros lo consultaban. Cuando se inicia la huelga, él se pone al frente. Y tiene cosas hermosas, en las respuestas al teniente coronel Varela, que una de las primeras cosas que hace es fusilarlo. Cerca de donde cayó, hay un monumento en su memoria que levantó el sindicato de obreros rurales y estibadores. Representa la nobleza gaucha. Cuando hablaba no tenía mucha ideología anarquista y se pone del lado de los obreros porque le parecía justo el reclamo. También era más grande que los demás dirigentes, tenía 41 años cuando lo mataron, en cambio el gallego Soto tenía 23.
–Entre todos los personajes del libro, ¿por qué el prólogo toma la figura de Kurt Wilkens para el prólogo?
–Porque era el prototipo del anarquista duro, él espera que se haga justicia y no se hace, entonces habla del derecho de matar al tirano, que ya era cosa de los estoicos griegos y que los anarquistas lo toman a pecho. Lo toma él. Estuve con los dos que lo acompañaron en la preparación de la bomba porque Wilkens no sabía prepararlas. Me contaban que calculó todo y cuando lo quisieron acompañar, les dijo: “No señor, para una persona, una sola persona, ustedes no se metan”. Primero arrojó la bomba porque era el símbolo de la justicia del pueblo y después le pegó seis balazos a Varela. Era de familia adinerada en Alemania pero se vino porque creyó que en la Patagonia se podía construir el paraíso anarquista. Lo que agranda su figura también fue la forma pusilánime como lo mataron. Wilkens estaba durmiendo en su celda cuando lo mató por la espalda uno de los carceleros, Pérez Millán Témperley, que era medio pariente de Varela.
–¿Nunca se preguntó la razón de que una corriente que influyó tanto en el movimiento obrero haya quedado tan circunscripta a una época?
–Yo tengo una teoría, pero cuando la digo, me califican de gorila, así que dejémoslo ahí...
–Pero ya antes del peronismo el movimiento anarquista venía muy en decadencia.
–El anarquismo empezó a decaer en la década del ‘20 por los anarquistas expropiadores. La gente se asustó. Los anarquistas hacían las huelgas y triunfaban, pero los convenios los firmaban los socialistas porque los anarquistas no trataban con el gobierno. Y los que van aplacando la lucha revolucionaria son los socialistas, más negociadores, y luego los denominados sindicalistas libres que no querían hacer política en el sindicato. Después, con la Guerra Civil española, los mejores anarquistas se van. Finalmente, está el peronismo. Es la nueva clase. Los nuevos obreros industriales ya no venían de Europa, sino del interior.
–Pero en los grupos sindicales del peronismo combativo, sobre todo en la época de la resistencia, siempre hubo un sector que recogió el legado de los anarquistas...
–Con sus excepciones, el peronismo es otra forma de ser, otra forma de acumular poder...
–¿Cuál le parece que es el legado más importante que dejaron los anarquistas?
–He investigado libros de las sociedades de oficios varios de la provincia de Buenos Aires y hay actas impresionantes. Un día anuncian que llamarán a los 200 anotados a asamblea general para discutir los nuevos jornales de la cosecha. Al día siguiente dicen que se reunieron 198 y se vuelve a convocar a los compañeros hasta que estén todos. Claro, en el medio llegaba la policía. Tan distinto de los comunistas, donde decidían dos, o uno. La democracia de base, del socialismo libertario, tiene una nobleza increíble, pero chocaba con las cosas prácticas de la vida. No quiero decir que hay que ser oportunista. Los comunistas eran muy oportunistas “por razones tácticas” y combatieron mucho a los anarquistas, sobre todo después de la revolución rusa. Los anarquistas habían participado en la revolución, pero después Trotski los liquidó en Kronstadt por orden de Lenin. Acá se produjo también esa división. Yo diría que el principal legado es la conducta, el sentido de lucha y el antiautoritarismo.
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