Viernes, 2 de febrero de 2007 | Hoy
Desde 1987, Carlos Menem fue electo gobernador de La Rioja, candidato presidencial del justicialismo y dos veces presidente de la Nación. “Yo pude haber dudado muchas veces. Pero finalmente, la gente estuvo ahí, apoyándome, contundente. Ya no tuve más dudas: no me había equivocado en nada”, asegura. En un extenso diálogo con Página/12 en Anillaco, el presidente Carlos Menem analizó sus decisiones más importantes y las más conflictivas, admitió que nada le costó tanto como el indulto a los militares y aseguró que aquel plan económico era todo de su autoría y que Erman González fue quien puso los cimientos del proceso de transformación.
–No, fue el más triste. Porque mi hijo no estaba conmigo. Ese día y el día en que murió fueron los dos días más tristes de mi vida.
Anillaco significa en lengua indígena “gota caída del cielo”, un homenaje al hilo de agua que baja desde el cerro y llena las acequias rompiendo el paisaje desértico de la zona. En el comedor de la hostería Los Amigos, un moderno residencial que tiene casi como fin exclusivo albergar a la comitiva del Presidente cada vez que llega aquí a pasar un fin de semana de descanso, se amontonan mujeres y hombres portadores de reclamos diversos: un acuerdo político interno que no se cumplió, una deuda que no se puede pagar, el subsidio para el hospital que no llegó... Carlos Menem escucha y delega, hasta que Ramón Hernández deja caer un casual “el Presidente tiene que estar tranquilo” y un ejército de agentes de seguridad, hasta entonces imperceptible, arma un círculo que lo deja solo, justo en el medio. Allí, sentado en el sofá junto a la chimenea todavía apagada a pesar de un cierto preámbulo de invierno, el Presidente dialogó con Página/12 sobre los últimos nueve años de su vida, o del país, si la frontera entre ambas no se le hiciera a él mismo tan difusa.
–¿Qué imagen tiene de la Argentina en mayo de 1987, señor Presidente?
–En mayo de 1987 el país estaba en una pronunciada pendiente, una especie de caída sin ninguna posibilidad de detención. Pero también en 1987 estábamos los justicialistas inmersos en dos campañas electorales. Primero para la elección de gobernadores que iba a ser ese año, pero también preparándonos ya para las presidenciales de 1989. Todos estos acontecimientos a nivel nacional, con un cúmulo de acontecimientos a nivel internacional, ya se preveía la caída del Muro de Berlín, los hemos seguido atentamente por todos los medios. Y en esa época, en 1987, cuando creo que hubo un planteo militar, nacía Página/12. Por supuesto que si alguien quiere estar informado tiene que leer todos los medios. Le gusten o no le gusten. Yo tengo palabras de elogio para Página/12, por su lucha y por su propuesta, que no varió en ningún momento. Cuando uno va a leer Página/12 sabe que va a tener algún tipo de crítica pero también elogios a partir de algunos columnistas que tienen una pluma brillante. Es una contribución valiosísima a la formación de la opinión pública y a la libertad de expresión. Nueve años son muy pocos todavía en la vida de un diario, pero alcanzan para que Página/12 sea sin duda un medio exitoso.
–El ahora ex presidente Raúl Alfonsín suele reprochar la, dice, “oposición salvaje” que realizaban desde el justicialismo.
–Nosotros contribuíamos con lo que podíamos para colaborar con el gobierno del doctor Alfonsín, pero por otra parte teníamos que luchar también para tener el mayor número de gobernaciones, para tener posibilidades de éxito. En 988 fueron las internas, triunfamos, y luego triunfamos el 14 de mayo.
–En aquel momento su propuesta no era la misma que luego llevaría a cabo desde el gobierno.
–Mi planteo era entonces la necesidad –yo lo decía en todos mis discursos, mis mensajes, en los artículos que escribí en todos los medios– de un cambio de ciento ochenta grados. Había que pacificar al país, reformar el Estado, y la forma de hacerlo, yo decía, la íbamos a dar a conocer en la plataforma electoral. Y la dimos a conocer. Creo que hemos conseguido transformar a la Argentina, cambiar a la Argentina, reinsertarla en el mundo. Por supuesto, con un crecimiento sostenido.
–Pero también con un alto grado de desocupación.
–Es cierto, existe el problema de la desocupación por un lado, pero también han descendido los índices de pobreza en forma significativa.
–Sin embargo, Presidente, los últimos índices indican que aumentó.
–No, lo que se publicó sobre el tema ese hace referencia pura y exclusivamente a la Capital y el conurbano.
–Que son dos zonas significativas.
–Igual no subió mucho. Pero el promedio de todo el país está en las cifras que yo estoy dando del catorce, trece, quince, y no más. Cuando llegamos al gobierno era del treinta y siete por ciento. Yo espero que en los próximos meses siga el crecimiento así, en forma particular. Los tres primeros meses hemos crecido más del tres por ciento en el Producto Bruto Interno, y como se van planteando las posibilidades hacia el futuro, se va a cumplir lo que habíamos previsto en el presupuesto nacional de un crecimiento para este año de un cinco por ciento y una inflación no superior a dos puntos.
Escucha las preguntas gentilmente, como un boy scout al que siempre se puede sorprender, desprevenido. Con ese aire distraído con el que engatusó a la renovación justicialista y a todos los que se empecinaron por años en atribuir cada uno de sus triunfos a la buena fortuna, a pesar de que resulta tan sencillo desmoronar la farsa: basta apenas mencionar la palabra “poder” para que quede claro que este hombre puede o no ser erudito, culto, hasta inteligente. Pero eso no es lo que cuenta. “Lo que cuenta en un jefe de Estado –dijo alguna vez su admirado Henry Kissinger–, no es la inteligencia. Lo que cuenta es la fuerza. El valor, la astucia y la fuerza”. Y la fuerza no se comparte, como el poder. Por eso contesta simplemente “Mío” cuando se le pregunta de quién es el poder en este gobierno.
–Pero si uno recuerda lo que decía hace nueve años queda claro que este plan económico no tiene nada que ver con lo que usted pensaba implementar. Parecería entonces que usted “compró” la idea, el modelo. ¿Este es un modelo económico que a usted le ofrecieron y usted aceptó? ¿De quién es el plan económico, señor Presidente?
–Mío, por supuesto. Este plan se me ocurrió a mí... Yo fui el que dio las directivas correspondientes. Yo le dije a (Miguel) Roig, se lo expresé después a (Néstor) Rapanelli, un gran ministro que no se animó. Por eso vino el recambio por Erman González, que fue quien puso en marcha ese proceso de transformación en el ámbito económico. La reforma del Estado, la privatización de las empresas públicas, la ley de emergencia, la consolidación de la deuda interna y la renegociación de la deuda externa. Estas ya son tareas que comenzó a cumplir el ministro (Domingo) Cavallo. Pero los fundamentos ya estaban dados, y a partir de allí Cavallo, un gran ministro, el mejor ministro de Economía que tuvo la Argentina, formó un gran equipo y pudimos conseguir esta transformación.
Faltaban cuatro días para las elecciones del 14 de mayo de 1989. Carlos Menem saludaba desde el menemóvil por las calles de Capital Federal mientras dialogaba con Página/12. “Hay que pacificar el país. Si no, es imposible pensar en salir adelante”, sentenció.
–¿Esto significa que va a dictar una amnistía?
–Las amnistías no las dicta el presidente, sino el Parlamento.
–¿Usted va a impulsar un plebiscito para conseguir apoyo para una amnistía?
–No.
–Si hay un plebiscito, ¿usted votaría sí o no?
–No.
Hoy tiene puesta una camisa de jean que luce igual a la de aquel día, aunque probablemente la marca sea diferente: ya hace bastante que su ropa lleva la firma de prestigiosos diseñadores. Por lo demás, nada ha cambiado demasiado: desde que se rindió en la batalla por mantenerse eternamente joven, se parece cada vez más a sí mismo. Más o menos cabello, más o menos canas, más o menos arrugas. Los mismos ojos siempre semicerrados, siempre húmedos. “Así son los ojos de los de esta tierra. Los que estamos acostumbrados a estar solos”, explicó una vez. Entonces iba a cumplir cincuenta y nueve años, y ahora sesenta y seis. Entre aquel hombre y éste, hay siete años de diferencia.
–Usted hablaba de pacificación, pero no de amnistía.
–Pero no fue una amnistía, fue un indulto...
–Presidente, usted tampoco hablaba de un indulto.
La réplica interrumpe la risa con que acompañó a su respuesta.
–Yo pensaba que la única forma de pacificar el país era indultar. Indultar a todos, no tan sólo a los militares sino también a los civiles. No nos olvidemos de que en el indulto hubo varios civiles, entre ellos... el que estaba refugiado en Brasil...
–Mario Firmenich.
–Firmenich. El fue indultado también junto con otros que habían participado en el levantamiento de 1987, porque también fueron indultados militares y civiles que participaron en esos levantamientos.
–¿Para qué, señor Presidente? ¿Por qué?
–Porque gracias a eso el país está totalmente pacificado.
–Eso no es cierto. Usted indultó a los carapintada y un año después protagonizaron un levantamiento contra su gobierno.
–Y bueno, y después nunca más.
–Nunca más porque ahora están presos, no porque los indultó antes.
–Bueno, pero están presos. Ellos fueron indultados antes, reincidieron y ahora ya se acabó, no hay más.
–O sea que nos podemos quedar tranquilos, que si Videla o Massera quieren volver a dar un golpe, o a reprimir, ya no los va a perdonar de nuevo.
–Eso no va a pasar más. No están en condiciones.
–¿Cómo puede estar tan seguro, Presidente?
–Nadie está en condiciones de reincidir en la Argentina. Se acabó. Paraguay es un claro ejemplo de lo que le puede suceder a un militar del mundo occidental y cristiano que atente contra la democracia.
–Pero está también el tema de Bergés, no parece que haya mucha pacificación.
–Tampoco, tampoco ellos pueden reincidir. Tampoco la violencia. No hay ninguna posibilidad.
–¿Cuál fue la decisión más difícil que tomó siendo Presidente?
–Quizá la más difícil fue ésta, la del indulto.
Lo dice rápido, convencido, como si hubiera hecho esa cuenta hace ya mucho y no tuviera dudas sobre el resultado. Pero después piensa un poco y decide seguir enumerando.
–Otra fue empezar el proceso de transformación del Estado.
–Y privatizar las empresas públicas, a pesar de ser un gobierno justicialista.
–Es que daban una pérdida infernal. Dieciocho mil millones de pesos por año. No teníamos de dónde sacar para pagarlo. Y dio como resultado el proceso hiperinflacionario.
Parece feliz con la idea de enumerar dificultades: vuelve su tarea más ardua, su gobierno más heroico.
–No fue fácil convencer a la gente del restablecimiento de las relaciones con el Reino Unido. Ni enviar las naves al Golfo.
El indulto y las naves al Golfo fueron sólo dos de los hitos de uno de los veranos más complejos de la historia reciente. Todo ocurrió, en realidad, en algunas semanas, las últimas de 1990 y las primeras de 1991. Menem decidió enviar las naves al Golfo sin contar con la debida aprobación parlamentaria, firmó el indulto que dejó en libertad a los ex comandantes y a los ex jefes de la guerrilla, se subió a la Ferrari y manejó a doscientos kilómetros por hora hasta Pinamar, festejó el cumpleaños de su hermano Eduardo mientras Jorge Rafael Videla pedía reivindicación además de indulto, llegó a Mar del Plata un día después, cuando se anunciaba el inicio de la guerra en Kuwait y esa misma mañana le preguntaron sobre una información publicada por Página/12 acerca de una denuncia por un pedido de coima de una empresa norteamericana. “Es obra de esos delincuentes periodísticos”, dijo, en el acto inaugural del Swiftgate. Después vino el alejamiento de Emir Yoma, y una semana después el cambio de Erman González por Domingo Cavallo. Para cuando llegaba el otoño, su cuñada, Amira, era procesada en una causa por lavado de narcodólares.
–Siempre es igual. La primera vez fue difícil. Pero después fue fácil enviar tropas, cascos azules, a Croacia, Haití, y a otras partes del mundo. En fin, he tomado decisiones realmente importantes, significativas, trascendentes, que no eran fáciles. Algunas a partir de acuerdos con el Parlamento argentino.
–Y varias por decreto
–Otras por decreto de necesidad y urgencia. Pero eran absolutamente imprescindibles para poder revertir la situación en que se debatía la Argentina.
–¿Se equivocó alguna vez, señor Presidente?
–Yo sé que puede sonar risueño, pero solamente cuando le dije a la gente que en mil días me iba a bañar en el Riachuelo. Confieso que no tuve en cuenta lo que significa el tratamiento del Riachuelo. Pero lo vamos a hacer.
–¿Eso es todo?
–No hay más. Decisiones equivocadas, no, no he tomado ninguna. Además casi todas fueron a partir de acuerdos con el Congreso.
–Salvo...
–Salvo los decretos de necesidad y urgencia.
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