Miércoles, 16 de agosto de 2006 | Hoy
En estos días, leyendo las distintas racionalizaciones sobre la muerte de inocentes, no pude dejar de recordar el concepto de “la banalidad del mal” de Hannah Arendt: la burocratización naturalizada del horror disimula la cuestión de que esos números hablan de cuerpos destrozados, de vidas segadas, de civilizaciones destrozadas.
Ayer pude escuchar comentarios de satisfacción por la destrucción de Afganistán o Irak o por la bomba que despedazó la anatomía de soldados estadounidenses. Antes por las Torres Gemelas, hoy por los asesinatos de niños libaneses o civiles israelíes. La sinrazón de la sinrazón.
No intenten explicarme nada, tengo la sensación de vivir en un mundo equivocado. Me parece que me puedo corresponsabilizar de muchas de las cosas que pasan en el mundo, pero esta locura me es totalmente ajena. Los organismos internacionales simulan preocupadas deliberaciones cuando en verdad son juez y parte en la masacre. Mientras tanto el ciudadano común está absolutamente solo porque nadie puede garantizar en qué momento su vida será moneda de cambio en un nuevo juego de poderes. Podemos intentar no ser cómplices de tanta ignominia, podemos acordar que nada justifica lo injustificable.
Jorge Garaventa
D.N.I. Nº 10.160.097
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