Lunes, 8 de octubre de 2007 | Hoy
No por reiterada deja de ser llamativa la conducta de algunos sectores de la Iglesia que, aduciendo una inusitada “verborragia constructiva”, se ensañan amenazantes ante el infortunio escalofriante de jóvenes muchachas que –desposeídas de Dios– vagan a la deriva –entre “usos y costumbres”–, cargando con embarazos infames.
Tan atávico poder se desprende de las bocas de quienes han renunciado a procrear y el desdén es tal que los incapacita para reconocer lo suyo, que no es otra cosa que una brutal falta de respeto y estima por sus verdaderas vidas.
La pobreza es abortiva. Los partos en la ESMA también lo fueron. Lo fue el silencio cómplice, ¿o hemos comenzado a olvidar?
Resulta por demás sorprendente la declarada irrupción, entre otros, de la Comisión Nacional de Justicia y Paz. Cito: “...no es posible pensar un país que incluya a todos si no es respetando el primero de los derechos humanos...” O su “...solidaridad con el dolor que está padeciendo la joven a la que se le practicó el aborto...”.
¿Cómo llamarán a los niños hijos de la violencia sexual? ¿Cuál será el nombre de las abusadas? ¿Cuál, el futuro que les auguran? ¿Serán éstos los próximos Giordano Bruno o los Quasimodos del mañana? Veinte siglos de bendecidas guerras no han calmado aún tanta injuria. El medioevo se asume humanista y el Cordero seguirá muriendo por nada.
Dios ha faltado a la cita con los pobres, nuevamente. Sus nuevos abogados serán Los bomberos de Farenheit.
Concluyendo: No se construye el mañana amenazando a médicos, apedreando hospitales. La cobardía es la casa de la impunidad. Veamos: La ley es para todos por igual. El estigma de los pobres y su no reconocimiento es el más flagrante de los olvidos en la atestada agenda de los Derechos Humanos No Concedidos, en el bendito examen de tan agraciadas conciencias.
Martín Jaime
D.N.I 8.275.320
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