Martes, 26 de febrero de 2008 | Hoy
La Salle
Al debatirse la posibilidad de que el Colegio La Salle venda parte de su edificio para la construcción de un hotel de lujo se abrió un debate de tipo urbanístico, y no está mal. Aunque es curioso que se soslaye la cuestión educativa. Tengo algunos buenos recuerdos del La Salle, tal vez porque es imposible no toparse con gente buena de tanto en tanto. Hice allí el preescolar y la primaria, entre el ’74 y el ’81. Y reconozco que tuve algunos buenos profesores, amigos queribles y hasta mis primeras aproximaciones al teatro y la televisión. Sin embargo, pesan más los otros recuerdos. El saco y la corbata desde los seis años, los escudos de leones rampantes, la distancia, el pelo corto, el “silencio, señores” y una enfermiza mirada acerca de nuestro cuerpo que explica buena parte de mis 12 años de terapia. Recuerdo también los patios carcelarios de la secundaria, los golpes del hermano Amancio, los discursos de las autoridades por circuito cerrado. Aunque nada será tan imborrable como aquella libreta verde. Un librito de tapa dura, con cada semana desplegada y un sinfín de casilleros para cada día y turno equivalentes a decenas de variables del comportamiento humano: disciplina, puntualidad, urbanismo, responsabilidad, respeto a la persona y al bien de los demás, etcétera. En cada uno de estos casilleros, los docentes ponían puntos y cruces según nuestras carencias o méritos del momento. Finalmente, iban algunos sellos, dos por turno, que calificaban nuestro desempeño de las últimas horas como “bueno”, “muy bueno” o “regular”. Lo que a su vez derivaba en una calificación semanal. Y todo esto podía ser en azul, verde o rojo, dependiendo de la gravedad del caso. Pocas entidades han hecho menos por el progreso del conocimiento que la Iglesia Católica. Sin embargo, le confiamos a ella la educación de buena parte de nuestros chicos. Nos sorprende que quieran vender un edificio sin autorización legal, mas no que enseñen que el hombre fue hecho con barro soplado por una entidad sobrenatural y la mujer, de una de sus costillas. En estos días, la voz oficial del colegio parece ser la de Carlos Albornoz. El hermano Carlos detenta hoy un cargo que más se parece al de una multinacional: “superior regional de la congregación”. En sus comienzos, fue mi profesor de séptimo grado. Allí alternaba sus momentos de buen humor, chanzas futboleras y enseñanzas de sintaxis con arranques de mirada perdida y discurso místico. Me pregunto cuál de estos aspectos habrá prevalecido en su personalidad para llevarlo hasta donde ha llegado. En su defensa del jugoso proyecto educativo, Carlos Albornoz pide a los legisladores “que no avancen sobre la propiedad privada”. Me gustaría creer que el La Salle no cobra un centavo de subsidio por parte del Estado. Porque esto escandalizaría a Albornoz, un liberal de pura cepa. Señores legisladores, si quiere protegerse la educación y el bien público, no lo duden: que se haga un hotel. Y con el resto del edificio una plaza, una playa de estacionamiento, un bingo. Y por qué no, tal vez, quede un pequeño espacio para hacer un colegio de verdad, un lugar en el que se eduque a los chicos para ser libres, sin libretas ni golpes ni temores. En fin, para vivir en una sociedad laica y democrática como la que dicen los diarios que tenemos.
Alejandro Turner
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