Miércoles, 3 de diciembre de 2014 | Hoy
CIENCIA › EL RIESGO ELéCTRICO EN EL USO DE APARATOS MéDICOS EXIGE CONTAR CON ESPECIALISTAS
Jorge Cabrera, ingeniero en Telecomunicaciones y profesor titular de Bioelectrónica, estudia el riesgo eléctrico en la práctica médica. Sostiene que es tan riesgoso como el uso de medicamentos vencidos. Trabajó durante quince años en centros de salud.
Por Pablo Esteban
A esta altura, resulta innegable el aporte de ramas como la electricidad y la electrónica en un campo como la medicina. En la actualidad, los seres humanos gozan de tecnologías que, aplicadas a la salud, otorgan un sinfín de beneficios. La observación de una imagen interna del cuerpo exhibida en una placa de rayos X, la evolución de un embarazo por ecografía, o bien el control de la actividad eléctrica del corazón a través de un electrocardiógrafo representan prácticas médicas que en los siglos precedentes resultaban impensadas. Las intervenciones quirúrgicas también obtuvieron su tajada al respecto: máquinas de anestesia, bombas de infusiones y desfibriladores allanaron el camino y facilitaron la estadía de los –ansiosos– pacientes (valga la paradoja) en las salas de terapia intensiva.
Sin embargo, no todo es color de rosa. La implementación de nuevas tecnologías para el diagnóstico, el cuidado y la rehabilitación tienen sus desventajas. En general, se trata de herramientas muy costosas que, además, tienen que ser mantenidas por profesionales capacitados. En este marco, una premisa se torna indiscutible: la prevención de los riesgos debe ser reforzada cuando la salud es el valor que está en juego.
–¿Por qué escogió la electromedicina como objeto de estudio?
–Es la pregunta del millón, creo que ni los investigadores sabemos por qué llegamos al lugar que arribamos. Pero existen algunas pistas: desde muy chico me interesó la ciencia y la técnica. Todavía no había llegado el hombre a la Luna y ya me atraían la cohetería y las ciencias aeroespaciales. Inclusive, comencé a cursar Astronomía en la UNLP junto con Ingeniería. Sin embargo, se produjo un acontecimiento que me ayudó a decidirme. Mientras estudiaba, me las arreglaba y reparaba aparatos eléctricos. En una ocasión, me enfrenté a un equipo de diatermia de onda corta que, comúnmente, es utilizado en kinesiología para generar calor. Al desarmarlo advertí que había partes de piel humana en los electrodos. En efecto, al descomponerse había quemado al paciente. Cuando un instrumento de estas características es utilizado para el cuidado de la salud, sus componentes deben funcionar a la perfección porque los riesgos son muy grandes. En ese momento, yo trabajaba en telecomunicaciones y observé que había un vacío en este campo de estudio que cruza aportes de la ingeniería y la medicina. La idea fue generar conciencia, pues, un aparato mal fabricado daña igual o más que un remedio mal elaborado.
–En este sentido, ¿qué aportes brindan dos ramas como la electrónica y la electricidad a la medicina?
–En la actualidad, es muy difícil imaginarse un diagnóstico sin equipos médicos eléctricos (placas de rayos X, electrocardiógrafo, etcétera) porque son instrumentos necesarios para el diagnóstico y el control de los pacientes. Al aplicar ambas ramas a las ciencias de la salud, se les otorga una responsabilidad social fundamental, pues no es lo mismo que se descomponga un televisor mientras uno mira un partido de fútbol a que se corte la luz en una sala de operación y los médicos no cuenten con un generador. Todos los aparatos están regulados por normas específicas y estándares de calidad que apuntan a controlar el funcionamiento de los equipos biomédicos. Los instrumentos eléctricos aplicados al cuidado de la salud per se manejan energías que pueden ser dañinas, por ello, subrayo la importancia de operadores capacitados para el mantenimiento y la puesta en funcionamiento de estos aparatos. La norma IRAM (Instituto Argentino de Racionalización de Materiales) número 4220 señala en el capítulo VI que toda la documentación que acompaña al aparato (manuales, descripción de usuarios, etcétera) forma parte del mismo. Es fundamental que los manuales sean comprendidos para evitar casos de mala praxis. En muchas ocasiones, el equipo funciona bien pero es mal utilizado.
–Desde este punto de vista, ¿existe un vacío legal en relación a la normativización y a la regulación de aparatos electromédicos?
–En realidad, las normas están pero no se aplican. En este momento, de las normas mundiales sobre equipamiento médico sólo se ha homologado aproximadamente un 6 por ciento en IRAM. De todas maneras, se está empezando a modificar el panorama. Cuando ingresé al hospital Mi Pueblo (en Florencio Varela) era, prácticamente, el único ingeniero que trabajaba en un centro de salud del conurbano. Me miraban raro, nadie entendía qué hacía un ingeniero en un lugar como ése. En la actualidad, cualquier hospital de alta complejidad tiene un ingeniero biomédico en su plantel. Creo que fue un avance respecto de cuando comencé.
–Sin embargo, me imagino que no habrá tantos ingenieros como aparatos electromédicos, ¿cómo se soluciona la falta de recursos humanos?
–En los hospitales de alta complejidad hay personal capacitado pero, por supuesto, ello no ocurre en todos los centros de salud. La clave está, insisto, en el uso correcto. Se trata de leer los manuales e interpretar las instrucciones porque, de lo contrario, se pueden generar daños muy graves. Parece fácil, pero a veces no sucede. Además, en la carrera de Medicina no existe una materia que enseñe a los futuros profesionales cómo utilizar equipos eléctricos.
–¿Cuáles son los riesgos que supone el uso de la electricidad en la práctica médica?
–En esencia, lo peligroso es lo que se denomina microshock, que remite al establecimiento de un contacto interno –no superficial– del paciente con la electricidad. Por ejemplo, cuando una persona está con electrodos ni siquiera se puede defender ante la corriente, es decir, se encuentra en una situación de desprotección y es más propenso a sufrir daños mayores que alguien que tiene la posibilidad de evadir la situación. El microshock implica una situación enmascarada de posibles fibrilaciones ventriculares. Por supuesto, no se trata de retornar a períodos en que la medicina no contaba con electricidad, pero sí es fundamental tener ciertos cuidados. Los casos más complicados se producen en las salas de operaciones. Cuando el paciente está sometido a varios equipos a la vez, aumenta el peligro. Si se ponen dos o más aparatos eléctricos en funcionamiento simultáneo, se constituye un sistema electromédico que forma corrientes ecualizantes y se multiplican las posibilidades de fibrilaciones.
–¿Qué opinión tiene acerca de la transferencia y la formación de recursos humanos en su campo de estudio?
–Creo que es fundamental. Además tengo 67 años y mi principal objetivo es transmitir toda mi experiencia en el tema a las nuevas generaciones. En eso deposito mi energía y es a lo que estoy abocado. En la actualidad, las ciencias duras no son muy atractivas para los chicos, estamos en un proceso de recuperación pero continúa siendo difícil. También, muchas veces los profesores no saben transmitir el entusiasmo por este tipo de temáticas, carecen de estrategias educativas capaces de despertar el interés de los estudiantes. El problema, en mi opinión, está en la transmisión de los conocimientos. Siempre digo que no soy un profesor que investiga, sino un investigador que da clases. El proceso de aprendizaje implica más que escribir en un pizarrón; se trata de enseñar haciendo. La acción es fundamental, más aún en las ciencias aplicadas. Los alumnos necesitan involucrase en la problemática social y saber que sus aprendizajes tienen un sentido más allá de la vida académica y del entorno áulico. La ciencia debe servir, en ese sentido, para ayudar al progreso social.
–Por último, está a punto publicar su libro El riesgo eléctrico en la práctica médica que narra sus experiencias como ingeniero en centros de salud. Cuénteme un poco al respecto...
–El libro es importante para abrir mentes y motivar a las siguientes generaciones de investigadores. El objetivo es concientizar sobre los riesgos que provoca la utilización incorrecta de electricidad en hospitales y clínicas. Que quede claro, no se trata de dejar a un lado las tecnologías en salud ni mucho menos, sino de comunicar la importancia de un aprovechamiento controlado. Se trata de un problema que observé desde hace varias décadas, mientras trabajaba en hospitales públicos e inspeccionaba quirófanos y salas de terapia intensiva. En este marco, el libro representa la frutilla del postre, algo así como un resumen de todo mi trabajo profesional y décadas de dedicación y esfuerzo.
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