Miércoles, 3 de diciembre de 2014 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Alfredo Serrano Mancilla *
De ser posible, que sea joven. Si es guapo, mucho mejor. Cuanto menos confronte, más vale. Siempre dispuesto a sacar un aprobado sin importar que sea sobresaliente. Se ruega altamente disciplinado; sin tentaciones para salirse del guión. Cuanto menos improvise, mucho mejor. No conviene exceso de verborragia; se prefiere la palabra justa. Destreza y capacidad política no excluyente. Cuanto menos hábito y experiencia, mucho mejor. Todo se aprende y moldea en las técnicas de marketing político de moda de los duranbarbas y los jjrendones.
Este patrón común responde al nuevo currículum exigido en América latina para ser aspirante a ganar elecciones frente a los proyectos post–neoliberales en el siglo XXI. En Venezuela, Chávez ganó cuatro veces y Maduro, una; en la Argentina, los Kirchner vencieron tres veces; en Brasil, Lula ganó dos y Dilma, otras dos; en Bolivia, Evo Morales venció en tres ocasiones; en Ecuador, Correa en otras tres; en Uruguay, tres victorias continuas del Frente Amplio. La oposición en la región sólo ha logrado cambiar de signo político mediante golpes antidemocráticos (Honduras y Paraguay). No resulta fácil disputar la hegemonía electoral a los liderazgos que conducen procesos que han puesto punto y final a las décadas perdidas del neoliberalismo en base a una nueva política. El intento de restauración conservadora es simplemente eso, un intento fallido, porque ni Capriles, Marina Silva, Aécio Neves, Doria Medina, Rodas (que aunque ganó elecciones en Quito perdió un año antes las presidenciales) o Lacalle Pou saben cómo se pueden ganar elecciones presidenciales. Aún falta por ver si ese mismo perfil en la Argentina con Massa o Macri tiene éxito, aunque por ahora el respaldo mayoritario lo sigue teniendo la Presidenta.
No sirve una buena imagen para competir con procesos reales que, a pesar de sus contradicciones y errores, han hecho que esta década sea ganada para muchas cuestiones cotidianas básicas. Ninguna performance electoral tiene suficiente vigor para desbancar a las transformaciones políticas que siguen reduciendo pobreza y desigualdad, mejorando empleo y salario real, garantizando el acceso público y gratuito a derechos sociales.
Lo iniciado desde fines del siglo pasado en América latina no puede ser únicamente concebido como un cambio de ciclo electoral, es verdaderamente un cambio de ciclo político que constituye un cambio de época post–neoliberal. Precisamente es esto, el cambio de sentido común lo que obliga a la oposición a forzar excesivamente la preparación de su candidato, que debe jugar ahora en una cancha adversa en la que no puede ya afirmar alegremente eso de los recortes sociales ni la austeridad.
Esta creciente complejidad está comenzando a desquiciar a una oposición cada vez menos monolítica. Por un lado, las grandes corporaciones no saben si confrontar y poner en jaque a los actuales gobiernos o nadar y guardar la ropa. Por otro lado, los medios privados de comunicación dominantes no terminan de entender que su pasado glorioso ya pasó. No entienden que los nuevos liderazgos permitieron construir un canal de comunicación propio con el pueblo sin necesidad de tanta intermediación. La vieja guardia mediática sigue empeñada en un relato obsoleto. Siguen inmersos en su propia autoprofecía con un catastrófico “todo está mal”, sin base material alguna. Las críticas sobre la corrupción, inseguridad e inflación (a veces ciertas y otras inventadas) tampoco son capaces de ensombrecer los logros económicos y sociales alcanzados a favor de las mayorías.
Se observa cada vez más una creciente disociación entre buena parte del discurso mediático dominante y las nuevas propuestas electorales de la oposición; mientras que la prensa opositora roza el tono de hecatombe, los nuevos candidatos modulan más sus mensajes, confrontan menos, se centran más en el futuro que en rebuscar en el pasado y procuran hablar para la mayoría en vez de buscar aplausos de una minoría que no sirve para ganar elecciones. Esta bifurcación está haciendo mella en la ardua tarea de ganar elecciones frente a procesos que ahora tienen el objetivo de avanzar en materia de irreversibilidad, consolidándose frente a nuevas restricciones económicas externas y a desafíos internos derivados de las renovadas demandas propias de este cambio de época. He aquí el centro de la disputa; en un lado, los procesos de cambio que han de afrontar sus propias tensiones; en el otro lado, la oposición buscando cómo dejar de perder elecciones, creyendo que los problemas del hoy se resuelven con propuestas y discursos del ayer o simplemente con una buena puesta en escena con candidato de la era de la post-política. Todavía no asumen que la política es mucho más que eso. Mientras tanto se sigue buscando sin éxito el candidato ideal para ganar la próxima cita electoral en América latina.
* Doctor en Economía. Director Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag).
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