Miércoles, 10 de octubre de 2007 | Hoy
CIENCIA › OPINION
Por Leonardo Moledo
La física te da sorpresas
sorpresas te da la física
(del cancionero Nobel)
¿Qué se iba a imaginar William Gilbert, cuando en 1600 frotaba imanes con ajo para demostrar que era falsa la creencia popular de que el ajo tenía propiedades antimagnéticas? ¿Qué se le iba a ocurrir a Faraday cuando dudaba y reflexionaba sobre la realidad de las líneas de fuerza magnéticas? ¿Qué iba a pensar Maxwell cuando hacía modelitos con resortes en el éter para establecer sus ecuaciones sobre el magnetismo? ¿Qué podían sospechar los que en el congreso de Karlsruhe, a mediados del siglo pasado, discutían la realidad de las moléculas y los átomos?
Y después, la física se volvió grande y entró en la época heroica: modelos atómicos, principios de incertidumbre, relatividad, mecánica cuántica capaz de predecir los movimientos e intimidades del núcleo atómico, de provocar estallidos más brillantes que mil soles y generar electricidad y creer tocar el fundamento del universo, buscando neutrinos y piones, partículas que oscilaban al borde de la inexistencia.
Y del otro lado, la Gran Aventura: hace cuarenta años, con el Sputnik, el hombre con mayúscula salía por primera vez del planeta cabalgando la gravedad y luego las grandes potencias enviaban sondas a los planetas y se esparcían por el sistema solar y dejaban la huella de un pie en la Luna.
Fueron cincuenta años de los grandes, de los principios fundamentales, de la teoría elemental y básica, de la búsqueda de los fundamentos, en los que cualquier cosa más grande que un electrón o más chica que un cohete quedaba fuera del interés profundo de los científicos que jugaban con el universo en sus manos: galaxias, estrellas, cerque, fue la fórmula del sendero científico de la primera mitad del siglo pasado.
Y he aquí que, silenciosamente, en 1953 se establecía la estructura de la enorme molécula de la herencia, y la biología empezaba a tomar la delantera, al principio sin que nadie se diera cuenta. En el interior de las células se escondían secretos a ser descubiertos y tan rotundos como una galaxia espiral (y mucho más cercanos, desde ya).
Y luego, “lo nano”, el armado de moléculas; los químicos empezaron a poder fabricar dispositivos con aquellos objetos que no eran átomos, sino sus agregados, pero que a su vez eran capaces de constituir pequeños motores aptos para introducirse en el cuerpo y actuar en él, o de almacenar cantidades fabulosas de información, como la propiedad que valió el Premio Nobel de Física que se anunció ayer, y a lo largo y a lo ancho del mundo los ojos se enfrentan en las moléculas-lego con la esperanza de ponerlas a trabajar, actuar como en una fantasía científica sin fin.
Los robots del futuro, piensan, no serán esos androides medio idiotas capaces de dominar al hombre, como si dominar al hombre sirviera para algo. Los verdaderos robots serán ensambles nanométricos de moléculas que los químicos descendientes de alquimistas y magos de la materia dominarán y harán trabajar a su antojo.
¿Será así? ¿Quién puede saberlo?
Al fin y al cabo, en la ciencia, todo es inseguro y provisorio.
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