Miércoles, 10 de octubre de 2007 | Hoy
EL MUNDO › LAS PRUEBAS TIENDEN A CONFIRMAR QUE ERAN DEL CHE
Por P. O.
La polémica sobre si los restos encontrados el 28 de junio de 1997 en la fosa común del aeropuerto de Vallegrande pertenecían al Che sigue abierta. En febrero de este año, un artículo de los periodistas Maite Rico y Bertrand de la Grange aparecido en la revista Letras Libres, de México, echó más leña al fuego. Para la española y el francés todo se trató de una charada ideada por Fidel Castro para desviar la atención del período especial que atravesaba Cuba tras la desaparición de la Unión Soviética.
El reportaje cuestiona para qué se llevó un georradar si, supuestamente, Ernesto Guevara fue incinerado y sus restos esparcidos en un campo. Sin embargo, esa versión no contempla dos cosas: la declaración del general Mario Vargas a Jon Lee Anderson en 1995 y la operación a S. A. en 1996, cuando confiesa que él enterró al Che. Además, el nombre de S. A. figura en los archivos desclasificados de la CIA como el enterrador.
También pone en duda la complicidad del jefe de la delegación boliviana, Franklin Anaya, y que la identificación se basara en que el esqueleto del Che carecía de manos, ya que fueron cortadas para permitir que peritos argentinos cotejen sus huellas digitales.
Algo que refuerza la versión de S. A. es que hasta que él muestra el lugar exacto de la fosa común, los excavadores contratados por el gobierno y los médicos cubanos sólo llegaban a un metro de profundidad. Sin embargo, cuando el ex tractorista del ejército dijo que se había utilizado maquinaria pesada, se bajó hasta 1,8 metro, que es donde se encontraron los restos. Así lo confirman ex trabajadores de la excavación.
Según Rico y De la Grange, la identificación se basó sólo en la ausencia de manos, pero S. A. revela que la primera señal fue que el esqueleto del Che tenía una coloración café, usual entre los que han recibido formol. Ese fue el primer dato. Jorge González, médico de la delegación cubana, aseguró el jueves que a los restos se les practicó la prueba de ADN luego de que fueran repatriados a Cuba, en julio de 1997. Aseguró que en Bolivia no la hicieron, pues no la consideraron necesaria. Habían confirmado su identidad con las placas dentales.
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