Viernes, 8 de agosto de 2008 | Hoy
Por Juan Gelman
Han vuelto al tapete público los sobres con ántrax enviados por correo que mataron a cinco personas, infectaron a 17 y aterrorizaron a EE.UU. Comenzaron a llegar el 18 de septiembre de 2001, exactamente una semana después del atentado contra las Torres Gemelas, y el caso parece cerrado: el 31 de julio se suicidó el científico Bruce E. Ivins, acusado de ser el autor de tan mortíferas misivas. Ivins trabajaba en un laboratorio del ejército de Fort Detrick como uno más de un círculo cerrado de especialistas en ántrax y, para el FBI, todos eran sospechosos. Los acosaba una y otra vez con interrogatorios amenazantes, contrainterrogatorios, pruebas de polígrafo, allanamientos y decomisos de sus computadoras. Muchos se preguntaron si no debían contratar a un abogado penalista para defenderse del hostigamiento (The Washington Post, 3-8-08).
Los medios norteamericanos presentaron a Ivins como una suerte de científico loco, un sociópata violento, un pornógrafo obseso que, además de desahogar su odio contra la sociedad, habría querido llamar la atención sobre los peligros de la guerra biológica, subestimados a su juicio. Los vecinos no opinaron lo mismo: dicen que era un hombre de familia, atento, amigable, algo tímido. Sus colegas, tampoco: “No creo que él haya sido. ‘Muéstrenme las pruebas’, le digo al FBI”, declaró Jeffrey Adamovicz, ex director de la división bacteriológica del ejército (USAMRIID, por sus siglas en inglés). Ahí está el asunto: las “pruebas” serían apenas circunstanciales (The New York Times, 4-8-08).
El FBI ya había dado muestras de su incompetencia cuando en el año 2002 filtró que el científico Steven J. Hatfill era el autor de los atentados con ántrax. No había pruebas y, tras seis años de batalla legal, el Departamento de Justicia se vio recientemente obligado a pagarle una indemnización de 5,8 millones por manchar su nombre con una falsa acusación (USA Today, 27-6-08). El ex líder de la mayoría del Senado, Tom Daschle –a cuya oficina llegó uno de los sobres asesinos–, cuestionó la seriedad de la acusación contra Ivins: “Desde el comienzo mismo tuve serias preocupaciones acerca de la calidad de la investigación (del FBI). En vista de que tuvieron que pagar a otro 5 millones de dólares por los errores que deben haber cometido, da una cierta indicación sobre el calibre y la calidad de la investigación” (wiredispatch.com, 3-8-08). Había, entonces, que encontrar rápidamente un chivo expiatorio.
Trascendidos del FBI explicaban que Ivins tenía acceso al polvo de ántrax que se obtenía en el laboratorio del ejército y/o podía prepararlo. El desmentido de sus colegas ha sido rotundo: “USAMRIID no maneja polvo de ántrax”, manifestó el científico Richard Spertzel, que trabajó con Ivins en el mismo laboratorio. “Creo que ninguno allí tiene la menor idea acerca de cómo fabricarlo. Necesitaría la oportunidad, la capacidad y la motivación, y él no tenía nada de eso” (The Washington Post). Lo cierto es que Ivins sufrió el mismo tratamiento que Hatfill: lo seguían a todas partes, lo acosaban, también a su familia, con aprietes y amenazas. Las “pruebas” contra Ivins son endebles. En cambio, hay indicios que explicarían el apuro del FBI en cerrar el caso. No sería sólo porque han transcurrido siete años desde que se produjeron los hechos y comenzó la investigación.
Algo que creaba desconcierto es que ningún patrón de conducta del asesino vinculaba a las víctimas entre sí: un par de senadores, tres medios y el “daño colateral” de varios empleados de correos. Pareciera, sin embargo, que algo tendrían en común: todos, menos los últimos, habrían sido molestos para Bush. Es una especulación acuñada hace tiempo por alguien que firmó la hipótesis con el seudónimo de “Allie” (www.newsgarden.org, 10-10-04). Véanse los elementos que tomó en cuenta.
Tom Daschle y el senador Patrick Leahy, blancos de los sobrecitos, pertenecen al Partido Demócrata y obstaculizaron la aprobación de la Ley Patriótica, que otorga a la Casa Blanca poderes casi omnímodos para recortar las libertades civiles de los estadounidenses. ¿Y el porqué de los ataques a tres medios? De la NBC puede decirse que es suavemente liberal, sólo que el notorio periodista Tom Borkaw, que convirtió al informativo de la noche de esa cadena televisiva en el de mayor audiencia de la materia, realizó la entrevista a Bill Clinton que la Casa Blanca quería vetar (archive.salon.com, 27-9-01). Libertad de prensa, que le dicen.
La razón que habría provocado los atentados contra el New York Post y el National Inquirer no sería política, como en el caso anterior: la primera publicación es claramente derechista y pertenece a Rupert Murdoch; la segunda practica el periodismo amarillo. Ambas publicaron artículos y fotos que registran las borracheras públicas de la hija de Bush, Jenna. Y la familia es la familia.
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