Viernes, 8 de agosto de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Luis Bruschtein
Después de treinta años, los juicios a los represores de la dictadura siguen siendo escenarios cargados de significados que trascienden a la propia justicia, que sin duda es su principal razón. También se ponen en juego otros sentidos, uno de los cuales es la construcción de un país posdictadura, un país que decreta el fin del terrorismo de Estado, el golpismo y del rol de tutor de la democracia para las Fuerzas Armadas.
Hay un correlato entre el discurso de Luciano Benjamín Menéndez cuando se leyó su sentencia, el escándalo que generó Cecilia Pando en los juicios de Corrientes y el retiro de Bussi de su juicio aduciendo problemas de salud por la edad.
Todos ellos plantean una especie de imagen contrapuesta a la que los tribunales proyectan sobre la sociedad al ejercer justicia en relación con crímenes de lesa humanidad cometidos desde el Estado. Insisten con el reloj atrasado, el de una pretendida democracia con privilegios explícitos y vigilada por un brazo armado que la sostiene.
Menéndez fue claro: se trató una guerra contra la subversión marxista que fue derrotada en ese momento. Pero agregó que esos subversivos son los que tienen ahora el gobierno. O sea, estaba diciendo que en vez de juzgarlo habría que volver a hacer lo que ellos hicieron tan bien en los ’70.
Pando repartió amenazas a troche y moche en un supuesto arranque de nervios. Si no lo hubiera hecho así, seguramente no hubiera tenido rebote en los medios. Tenía que ser un escándalo a conciencia. Pero además, tenía que ser con amenazas porque esa es la propuesta. En una democracia tiene que haber alguien amenazante para que funcione. Y en su esquema, ese rol tiene que ser devuelto a las Fuerzas Armadas.
Lo de Bussi está por verse, pero con los dos antecedentes previos, su aducida enfermedad (pese a que los médicos habían diagnosticado que estaba en condiciones de asistir al juicio), trata de mostrar a un viejo enfermo victimizado por sus enemigos.
En los tres casos están discutiendo bastante más que las condenas concretas. Están proyectando una discusión sobre el modelo de sociedad. Lo que ellos defienden puede parecer tan anacrónico, tan obsoleto que promueve a engaño. El engaño es creer que en Argentina ya no hay personas que piensen así. Que se trata de un debate que quedó atrás. Las reacciones de odio y despecho que brotaron en el conflicto por las retenciones demuestran que no es tan así. Hasta podría decirse que asustan más esas reacciones en la sociedad civil que lo que pueda estar pasando en las Fuerzas Armadas.
Y también es cierto que tanto Menéndez como Pando trataron de equiparar su “indignación” contra el Gobierno, con la otra “indignación” que fue tan naturalizada por los medios durante el conflicto. Tratan de comunicarse con esos grupos sociales “indignados” del conflicto rural y establecer un puente de identificación donde la indignación contra el Gobierno los iguala, y justifica cualquier desborde, que no es visto como tal sino como una reacción natural de la “gente”.
Equiparar esas dos “indignaciones” tanto por parte del Gobierno, como por algún sector de la sociedad que respaldó a los empresarios rurales sería una equivocación. No son iguales. Pero alguna razón debe existir para que tanto Menéndez como Pando trataran de montarse en el humor que dejó el conflicto en la sociedad.
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