Viernes, 17 de octubre de 2008 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
Hubo un tiempo en que el dinero –la idea del dinero, la abstracción tan figurativa y figurante del dinero, el fantasma sólido y universalmente verosímil del dinero– se guardaba debajo del colchón. Ahora no. Ahora el dinero –el tema del dinero– está en todas partes, por toda la casa, en el aire. Y lo que se esconde debajo del colchón es el resto, lo que queda, la realidad. Así, ahora se lee The Economist en lugar de Hola y se teoriza sobre “productos tóxicos bursátiles” con el mismo convencimiento y supuesta sabiduría que alguna vez –tras su manto de neblina, no los hemos de olvidar– se dedicó a la mecánica del misil Exocet.
Y el otro día, en la primera plana de tres diarios, vi fotografiado al mismo funcionario de Wall Street en tres posiciones diferentes. A saber: a) con el pulgar hacia abajo; b) agarrándose la cabeza, y c) pasándose el índice sobre la garganta con gesto de mafioso más decapitado que decapitante. Busqué los créditos de las fotos y, para mi sorpresa, pertenecían a tres agencias diferentes. Por lo que no pude sino concluir que ese tipo se estaba ganando un dinero extra como modelo bursátil–catastrófico. Poniéndose en poses. Representando el Apocalipsis como un mimo donde –nunca lo entendí– todos trabajan gritando como poseídos.
La gestualidad política es, en cambio, muy variada y reconoce varios estilos diferentes: el aire adusto de directora de internado de señoritas de Angela Merkel, el robusto look de secundario de Dickens de Gordon Brown, Silvio Berlusconi como payaso fellinesco que le destroza el atril a Bush (quien de inmediato pone cara de Bush), Sarkozy gesticulante en plan Louis de Funes, Haider corriendo como Meteoro después de fotografiarse con una party-girl rubia y Zapatero cada vez más parecido al robótico Ian Holm en la primera Alien. Me encanta ver las fotos en las que salen todos juntos (menos Haider, claro) posando en escalinatas de sedes de gobierno, mirando al cielo o al infierno y más que nada preocupados en ser –todos y cada uno– el anfitrión del siguiente “Te invito a mi fiestita” para sacar algún rédito político ante sus votantes y venderse como salvadores de Europa. La semana que viene, parece, irán todos a Estados Unidos para delimitar una “acción conjunta y bla, bla, bla”. Y a seguir juntando millas de viajero frecuente, a vivir en las nubes.
Antes, Zapatero se reunió con Rajoy para discutir la situación. Parece que llegaron a un acuerdo de mínimos. Yo –más humilde– me conformaría con que hubieran pactado no hablar el uno del otro durante una semana o, si se puede, dos. Ya son muchos días de escuchar a Zapatero exigiéndole a Rajoy que “ponga el hombro” (olvidándose que está en algo llamado “oposición” cuya principal función suele ser, como su nombre lo indica, no poner el hombro), y a Rajoy demandándole a Zapatero que le consulte todo antes de tomar decisiones (olvidándose de que Zapatero le ganó las elecciones y no tiene por qué tenerlo como consejero en nada). En cualquier caso, se juntaron y los interpretadores de arcanos políticos señalaron que esta vez Zapatero bajó la escalerita del Palacio de Moncloa para recibir a Rajoy en lugar de esperarlo en las alturas, cinco o seis escalones más arriba, imponiéndole su cargo y figura. Y todos felices, parece. Son unos niños... Mientras tanto, mi personaje favorito –Pedro Solbes, vicepresidente económico del gobierno español, quien alguna vez postuló que no había crisis sino una psicosis de crisis o algo así– dijo, con su permanente voz de siesta larga, que “la confianza no se recupera de la noche a la mañana”, pero que “las medidas adoptadas son lo bastante importantes como para que podamos volver a la normalidad en un tiempo razonable”. Lo que –teniendo en cuenta anteriores certezas del sujeto– significa que va a ser una noche larga a pasar no arriba o debajo del colchón. Mejor debajo de la cama. Y, ah, las bolsas volvieron a hacerse bolsa y a derrumbarse. Si hace bun, es crac.
Y los más felices de todos son los banqueros del mundo, quienes han vivido para ver lo que pensaron jamás vería o viviría nadie: medidas de tipo socialista para salvar del descalabro a los templos del más rabioso y salvaje capitalismo. El dinero de la gente prestado a los magnates, eso sí, con la condición de que haya “un mayor control” sobre las acciones de los poderosos. Lo que viene a informarnos que antes había poco y nada de supervisión y, sí, mientras escribo esto, mi modelo favorito de Wall Street vuelve a poner otra pose bailando aquel “Vogue” a la espera de recibir el llamado de su jefe informándole que ya entró el dinero del gobierno, que están salvados, y que deje el maletín y haga la valija porque se van de vacaciones a un resort caribeño para festejarlo. Y, en la televisión, veo a una de esas llamadas “ciudadanas de a pie” siendo entrevistada junto a la estatua del toro en plena city neoyorquina y diciendo algo así como “en el gran crac del ’29, en este mismo barrio, uno podía sentarse a ver caer banqueros desde las ventanas más altas de los bancos. Había, supongo, una idea del honor y del fracaso más fuerte y tal vez más exagerada que ahora. Y no es que hoy yo le pida a nadie que se suicide. Pero lo cierto es que no he oído siquiera el amago de abrir esos cajones donde se guarda el revólver y, en cambio, todos sonríen demasiado”.
Mientras tanto, aprovechando la distracción, todos hacen cosas que tal vez no se atreverían a hacer en tiempos más tranquilos. La sensación de un “mejor aprieto el botón ahora”, total, todos están mirando para otra parte.
Así, Madonna se divorcia. El papa Benedicto XVI acelera los trámites para la beatificación del controvertido Pío XII, porque parece que durante el nazismo “actuó a menudo de forma secreta y silenciosa porque intuyó que sólo así podría evitar lo peor y salvar al mayor número de judíos”. Telefónica anuncia que prejubilará a trabajadores de 48 años de edad. El Vaticano revela que en 1982 hubo un segundo atentado contra Juan Pablo II en el que casi murió apuñalado por... ¡un sacerdote español! Que lo acusaba de ser... ¡un agente comunista infiltrado cuya misión era corromper el Vaticano! El simpático profesional Ringo Starr aparece en su site en Internet con cara de perro cansado, pero mordedor, ordenándoles a sus fans que no le envíen más “cosas para firmar” porque “no tengo tiempo y estoy muy ocupado”, agregando que ya nada será firmado luego del 20 de octubre para luego mascullar la despedida con un “paz y amor”. Ingrid Betancourt (sean sinceros, ¿no están un poquito cansados de esta mujer?) recoge otro premio a la mejor secuestrada (para mí, lo siento, el verdadero héroe es William Pérez, quien la cuidó y la curó y decidió no escaparse para no dejarla sola), y pone para los flashes esa mirada de estampita mientras lanza larga parrafadas new age macondianas del tipo “en la selva no hay flores, no hay color, todo es verde... Es un verde de enfermedad, es un verde de dolor. No es el verde de la alegría, no es el verde esmeralda, ni el verde del mar, es el verde de los preámbulos de la muerte. No hay flores, no hay colores. No hay cantos de pájaros, hay gritos de pájaros. No es el canto melódico de un ruiseñor, es el grito desgarrador de una guacamaya, el aullido de un mico... En la selva quieres silencio y no lo encuentras”.
Y hablando de verde selva y no de verde dólar y de animales silvestres en lugar de brokers en peligro de extinción y todo eso... ¿Se acuerdan de cuando –no hace tanto, hace apenas unos meses– los líderes del mundo se reunían para discutir y tomar medidas contra el calentamiento global? Bueno, parece que la cosa ha pasado ya a las últimas páginas de la agenda porque la industria automotriz –una de las más afectadas por la crisis– ha pedido nuevos plazos para modificar modelos y las fábricas en general avisan que no es momento para andar analizando humo de chimeneas cuando lo que importa es que haya humo. Blanco o negro o verde. Da igual. Y diez países pidieron que se aplace la lucha contra el cambio climático. ¿A quién le importa que de aquí a unos años se mojen los colchones por el ascenso de las aguas? Lo importante –viendo los numeritos y las flechitas en las pizarritas electrónicas– es no mearse de miedo en las noches digitales y fluorescentes de Tokio o Frankfurt o Nueva York.
Y recuerden: basta de mandarle cosas al pobre Ringo.
Paz y amor.
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