Jueves, 27 de agosto de 2009 | Hoy
Por Juan Gelman
Hay de dos clases: las terroristas que no encuentran otro modo de luchar contra el invasor y las que se suicidan prendiéndose fuego. Las primeras son pocas, las últimas, muchas, y no encuentran otro modo de evadirse del sometimiento y la humillación imperantes que continúan bajo el gobierno “democrático” de Hamid Karzai, sostenido por EE.UU. y la OTAN. Según la Asociación de Cooperación para Afganistán (ACAF) –una ONG creada en 2002 para dar a conocer en Cataluña la situación de la mujer afgana luego del derrocamiento del régimen talibán–, en el 2005, y sólo en la región de Herat, unas 500 mujeres se autoinmolaron rociándose líquidos inflamables y prendiéndose fuego en público como forma de protesta. Se estima que en el 2006 la cifra superó las 600: la edad del 70 por ciento de ellas oscilaba entre los 12 y los 25 años (www.bottup.com, 27/5/09). Nadie se desesperaría si no esperara, decía Giacomo Leopardi. Si no esperara en vano.
Malalai Joya eligió otro camino: pelear por su verdad. Nace cuatro días después de la invasión soviética a Afganistán, su padre se incorpora a la lucha contra el invasor y su madre, a cargo de diez hijos, los lleva a campos de refugiados en Irán y Pakistán. A fines de los ’90 regresa a Afganistán, organiza una escuela clandestina para niñas bajo las narices de los talibán –algo sumamente peligroso– y milita en grupos pro derechos de la mujer, igualmente clandestinos. Joya relata estos y otros aspectos de su vida en Raising My Voice (Ramdom House, julio de 2009). Su mensaje es claro: “Hoy el pueblo afgano vive trágicamente en sandwich entre dos enemigos: los talibán, por un lado, y las fuerzas EE.UU./OTAN y sus señores de la guerra amigos por el otro”.
El derrocamiento de los talibán en el 2001 no interrumpieron la labor educativa de esta joven valiente ni su actividad en defensa de la mujer. En el 2005 se convierte en el miembro más joven del Parlamento afgano. Sus discursos son de fuego: denuncia que el 60 por ciento de los diputados son señores de la guerra, traficantes de droga, incluso talibanes que la gente votó bajo amenaza o por compra del sufragio, y que deben ser sometidos a la Justicia internacional por sus crímenes. Es abucheada, insultada, amenazada y sufre cuatro intentos de asesinato que estuvieron muy cerca de cumplir el objetivo. En el 2007 le suspenden la banca: había proclamado que el Parlamento afgano “democrático” era peor que un establo, “porque al menos en un establo tenemos animales como la vaca, que es útil porque nos da leche, y un burro, que puede transportar carga”. Incluso hoy Joya no puede dormir dos noches seguidas en la misma casa. “No estoy segura de cuántos días de vida me quedan”, dijo a The Independent.
Las opiniones de Joya son tajantes: “En Afganistán no hay democracia, es una farsa. Mientras en el Parlamento haya representantes de la Alianza del Norte (mujaidines), aliados de EE.UU. en la guerra contra el terrorismo, pero completamente antidemócratas, en Afganistán no habrá derechos para las mujeres. Son violentos y elementales, peores que los talibán, igual de extremistas, completamente misóginos, y les da miedo el secularismo porque con él no podrían cometer crímenes contra nosotras en nombre del Islam” (www.elpais.com, 1/7/07).
La más reciente farsa democrática en Afganistán fueron los comicios del jueves pasado. Hay 235 denuncias de fraude y algunas podrían –dicen– cambiar el resultado de la votación. De todos modos, voceros oficiales anuncian ya un triunfo aplastante de Karzai, aunque las encuestas previas a las elecciones no lo daban por ganador sin segunda vuelta. Una raya más qué le hace al tigre.
Se piensa en Occidente que en Afganistán sólo hay dos posibilidades: o gobiernan los talibán o gobierna el sistema tipo Karzai, infestado de señores de la guerra, narcotraficantes y fundamentalistas que colaboran con Washington y que recibieron millones de dólares para llegar al lugar que hoy ocupan. El Wall Street Journal ha identificado como tales a Ismail Khan, actual ministro de Energía; a Gul Agha Shirzai, gobernador de la provincia de Nangharhar; a Atta Mohammed Noor, gobernador de la provincia de Balkh (online.wsj.com, 20/3/09). Malalai Joya propone, en cambio, que el país debe practicar una política progresiva e independiente. Demanda, sobre todo, ayuda humanitaria real: EE.UU. gasta en la guerra 100 millones de dólares cada día y sólo destina unos 7 millones diarios a la reconstrucción del país, de los que la mayor parte se pierde en los trasiegos de la corrupción y nunca llega a los damnificados.
Los talibán, entre tanto, controlan bastante territorio. El almirante Michael Mullen, presidente del Estado Mayor Conjunto estadounidense, reconoce que “la insurgencia mejora y es más sofisticada” y se muestra preocupado por el debilitamiento del apoyo de la opinión pública norteamericana: una encuesta de Washington Post y ABCNews muestra que la mitad de los consultados considera que no vale la pena continuarla (AP, 26/8/09). Pero la Casa Blanca ha enviado y enviará más tropas a esta “guerra necesaria”. Algunos analistas se preguntan si Afganistán se convertirá en el Vietnam de Obama.
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