CONTRATAPA
Confesiones de un terrorista
Por John Le Carré *
Estados Unidos ha entrado en uno de sus períodos de locura histórica, pero éste es el peor de todos los que recuerdo: peor que el macartismo, peor que Bahía de Cochinos y, a la larga, potencialmente más desastroso que la guerra de Vietnam. La reacción al 9/11 está más allá de cualquier cosa que Osama bin Laden pudo haber esperado en sus más horrendos sueños. Como en tiempos de McCarthy, las libertades que han hecho de Estados Unidos la envidia del mundo están siendo sistemáticamente erosionadas. La combinación de los dóciles medios estadounidenses y los intereses creados de las corporaciones están garantizando, una vez más, que el debate que debería estar sonando en cada plaza del país se vea confinado a las altivas columnas de la prensa de la costa este.
La inminente guerra se planeó años antes de que Bin Laden atacara, pero fue él quien la hizo posible. Sin Bin Laden, la junta de Bush aún estaría tratando de explicar algunos asuntos espinosos: en primer lugar, cómo fue que resultó electo presidente; además de Enron, su desvergonzada forma de favorecer a los que ya son demasiado ricos, su irresponsable actitud de ignorar a los pobres del mundo y la ecología y el hecho de que se retiró unilateralmente de una serie de tratados internacionales. También tendría que explicarnos por qué apoya a Israel en su continua desobediencia a resoluciones de la Organización de Naciones Unidas (ONU).
Pero Bin Laden barrió todo esto bajo la alfombra de forma muy conveniente. El presupuesto de defensa estadounidense se incrementó en otros 60 mil millones de dólares hasta alcanzar 360 mil millones. Una espléndida nueva generación de armas nucleares es el tronco de un proyecto cuyo objetivo es que todos podamos respirar tranquilos. La forma en que Bush y su junta están logrando exitosamente trasladar el enojo estadounidense de Bin Laden a Saddam Hussein es una de las grandes conjuras tramposas de relaciones públicas de la historia. Pero se les fue la mano. El público estadounidense no sólo está siendo engañado. Está siendo intimidado y mantenido en un estado de ignorancia y miedo. Esta neurosis cuidadosamente orquestada seguramente llevará cómodamente a Bush y a sus coconspiradores a la próxima elección.
Los que no están con el señor George W. Bush están contra él. Lo que es peor, están con el enemigo. Esto es extraño, porque estoy totalmente contra Bush pero me encantaría ver a Saddam derrocado, pero no en los términos de Bush ni mediante sus métodos. Y no en aras de una bandera de hipocresía absurda. La jerga religiosa que enviará a las tropas a la batalla es probablemente el aspecto más repugnante de esta surrealista guerra futura. Bush tiene a Dios sujeto con una llave de lucha libre. Y Dios tiene opiniones políticas muy particulares. Dios designó a Estados Unidos para salvar al mundo de la forma que mejor convenga a Estados Unidos. Dios eligió a Israel para ser el nexo de Estados Unidos con la política de Medio Oriente, y cualquiera que quiera arruinar esa idea es: a) antisemita, b) antiestadounidense, c) está del lado del enemigo, y d) terrorista.
Dios también tiene conexiones bastante pavorosas. En Estados Unidos, donde todos los hombres son iguales a sus ojos, si bien no entre unos y otros, la familia Bush cuenta con un presidente, un ex presidente, un ex director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), un gobernador de Florida y un ex gobernador de Texas. ¿Les gustaría tener algunos datos más? George W. Bush, de 1978 a ‘84: alto ejecutivo de Arbusto Energy/Bush Exploration, una compañía petrolera; de 1986 a ‘90, en el consejo administrativo de la compañía petrolera Harken. Dick Cheney, de 1995 a 2000, presidente ejecutivo de la compañía petrolera Halliburton. Condoleezza Rice, de 1991 a 2000, en el consejo administrativo de la compañía petrolera Chevron, que bautizó con su nombre a un buque petrolero. Así podríamos seguir, pero ninguna de estas superfluas asociaciones afecta la integridad de la labor de Dios. En 1993, cuando el ex presidente George Bush visitaba al siempre democrático reino de Kuwait para recibir las gracias por haberlo liberado, alguien trató de matarlo.
La CIA cree que ese “alguien” era Saddam. De ahí el lamento de Bush Junior: ese hombre trató de matar a mi papá. Pero aun así no es personal esta guerra. De todos modos es necesaria. Sigue siendo obra de Dios. Sigue siendo para llevar libertad y democracia al oprimido pueblo de Irak.
Para ser miembro de este equipo tienes que creer en el Bien Absoluto y el Mal Absoluto, y Bush, con mucha ayuda de sus amigos, familia y de Dios, está ahí para decirnos cuál es cuál. Lo que Bush no va a decirnos es la verdad sobre por qué estamos yendo a la guerra. Lo que está en juego no es el “eje del mal”, sino petróleo, dinero y vidas humanas. La desgracia de Saddam es estar sentado en el segundo yacimiento petrolero más grande del mundo. Bush lo quiere, y quien lo ayude a conseguirlo recibirá una rebanada del pastel; quien no lo ayude no la tendrá.
Si Saddam no tuviera petróleo, podría torturar a sus ciudadanos a su gusto. Otros líderes lo hacen todos los días, piensen en Arabia Saudita, en Pakistán, en Turquía, en Siria, en Egipto.
Bagdad no representa un peligro claro y presente para ninguno de sus vecinos ni para Estados Unidos o Gran Bretaña. Las armas de destrucción masiva de Saddam, si es que aún las tiene, serán cacahuates en comparación con lo que le arrojarán Israel y Estados Unidos en los primeros cinco minutos de la guerra. Lo que está en juego no es una inminente amenaza militar o terrorista, sino el imperativo económico del crecimiento de Estados Unidos. Lo que está en juego es la necesidad de Estados Unidos de demostrarnos a todos su poder militar –a Europa, a Rusia y China, a la pobre, loca y pequeña Corea del Norte, lo mismo que al Medio Oriente– para demostrar quién manda dentro de Estados Unidos, y que, en el extranjero, eso va a ser regido por Estados Unidos.
La más benévola interpretación del papel de Tony Blair en todo esto es suponer que él cree que al montar al tigre puede dirigirlo. No puede. En vez de eso, le dio una legitimidad falsa y una voz suave. Ahora temo que ese mismo tigre lo tiene arrinconado y que ya no puede escapar.
Es profundamente risible que ahora, que con su discurso Blair se puso a sí mismo contra las cuerdas, ninguno de los líderes de la oposición puede tocarlo. Pero ésa es la tragedia de Gran Bretaña, que es igual a la de Estados Unidos: que cuando nuestro gobierno se cambia de un bando a otro, miente y pierde credibilidad, el electorado simplemente se encoge de hombros y ve hacia el otro lado. La mejor oportunidad de sobrevivir que tiene Blair ahora es que en el último momento las protestas del mundo y una ONU improbablemente valiente obliguen a Bush a guardar la pistola en su funda sin dispararla. ¿Pero qué pasará cuando el más grande vaquero del mundo deba volver a su pueblo sin la cabeza de un tirano que enseñarles a los muchachos?
Lo peor para Blair es que, con o sin la ONU, arrastrará a Gran Bretaña a una guerra que él pudo haber evitado de haber tenido la voluntad de negociar más enérgicamente. Una guerra que nunca fue debatida democráticamente ni en Gran Bretaña, ni en Estados Unidos ni en la ONU.
Al hacer eso, Blair habrá hecho retroceder en décadas las relaciones de su país con Europa y Medio Oriente. También habrá contribuido a provocar represalias impredecibles, enorme tensión doméstica y caos regional en Medio Oriente. Bienvenidos al partido de la política exterior ética.
Existe una tercera posibilidad intermedia, pero es muy dura: Bush se echa el clavado sin aprobación de Naciones Unidas y Blair se queda en la orilla. Adiós a la relación especial.
Me avergüenza y me repugna escuchar a mi primer ministro prestarle sus sofismas de prefecto a esta aventura colonialista. Sus muy reales preocupaciones sobre el terror son compartidas por todos los hombres cuerdos. Lo que él no puede explicar es cómo reconcilia un ataque global contra Al-Qaida con un asalto territorial en Irak. Gran Bretaña está en esta guerra, si tiene lugar, para asegurar la hoja de parra de nuestra relación especial con Estados Unidos, para agarrar nuestra parte de la olla de petróleo y porque después de todos los episodios de manita sudada en Washington y en Campo David, Tony Blair tiene que llegar al altar.
–¿Pero vamos a ganar, papi?
–Desde luego, niño. Todo terminará mientras tú todavía estás en tu cama.
–¿Por qué?
–Porque de otra forma, los votantes del señor Bush perderán la paciencia y podrían decidir no votar por él.
–¿Pero van a matar gente?
–Nadie a quien tú conozcas, cariño. Sólo a gente extranjera.
–¿Lo puedo ver por televisión?
–Sólo si el señor Bush te da permiso.
–Y después todo va a volver a la normalidad? ¿Ya nadie va a hacer más cosas horribles?
–Shhh niño, ya duérmete.
El pasado viernes un amigo mío en California fue al supermercado local, y llevaba pegada en su auto una calcomanía que decía “La paz también es patriótica”. Cuando salió de hacer sus compras, la calcomanía había desaparecido.
* De La Jornada de México. Versión ampliada de una colaboración para la página openDemocracy.