EL MUNDO › COMO ES “ZABIBA Y EL REY”, PRIMERA CREACION LITERARIA DEL PRESIDENTE DE IRAK

Presentando a Saddam Hussein, novelista

Mientras el mundo se prepara para una invasión estadounidense a Irak de consecuencias imprevisibles, acaba de editarse en Francia “Zabiba y el rey”, primera novela de Saddam Hussein. Aquí, el producto de una mente entre la guerra, el poder y la... ¿literatura?

 Por Eduardo Febbro

Saddam Hussein ha cultivado una pasión secreta. Además de ejercer el poder con garras de lobo, el amo de Bagdad suele dedicar sus momentos de intimidad a escribir libros. La cruenta realidad en que, con la colaboración de las potencias hoy enemigas, está sumido su pueblo le dejan tiempo libre para desarrollar el arte de la narración. Uno de los frutos de ese arte es la fábula Zabiba y el rey, publicada en Bagdad en 2000 y posteriormente llevada al teatro. Esa misma fábula aparece hoy traducida al francés y, según asegura su editor parisino, los derechos de autor serán transferidos en beneficio de la Media Luna Roja, especialmente a los niños víctimas del embargo internacional. “Amor, traición, complot, guerras”, dice la contratapa del libro. Quienes afirman haber sacado el libro de Irak de forma clandestina debido al embargo internacional adelantan que “la lectura de Zabiba y el rey arroja una luz nueva sobre la personalidad de Saddam Hussein”. El libro no aparece firmado por el presidente iraquí, sino que lleva la modesta mención de “por el autor”. Sólo en la contratapa y leyendo el prólogo el intrépido lector descubrirá que su autor no es otro que el mismísimo Saddam Hussein en persona.
Zabiba y el rey es una obra cumbre de la más extrema cursilería. La historia cuenta el encuentro y el posterior enamoramiento entre un rey y una campesina que le hace descubrir al monarca las desgracias que padece su pueblo. Escrito al estilo de las Mil y Una Noches, el editor nos asegura que la fábula “del hombre que ocupa desde hace años el primer plano de la actualidad nos arrastra hacia una reflexión sobre el ejercicio del poder en un reino envidiado gracias su posición estratégica y a sus riquezas por una coalición de enemigos potentes”. El Saddam Hussein que despunta en estas páginas es un humanista que, según anota el prologuista, Gilles Munier, presidente de la Asociación de Amistad Franco-Iraquí, “expone sus ideas políticas sobre la soledad del monarca absoluto, la contribución de la mujer en el desarrollo social y nacional, la lucha contra las conspiraciones enemigas”. Nada tiene que ver con ese otro Saddam, más real e inmediato, el que asesinó a miles de opositores con bombas y gases y reprimió a su propio pueblo con el salvajismo de un animal hambriento. Gilles Munier explicó al propulsar la publicación del libro su intención era que se descubra “el universo interior de Saddam Hussein, lejos de la caricatura vehiculizada por los medios de comunicación”. Su editor, Jean-Paul Bertrand, presidente de las Editions du Rocher, declara que nunca fue a Irak, “no estoy ni a favor ni en contra, no soy un especialista de la política sino de la edición”.
El relato de Zabiba y el rey se sitúa en un momento no determinado de la historia de la Mesopotamia. Se sabe que los hechos ocurren en la región Al-Djézireh (la isla), que es donde nació el presidente iraquí, antes de la invasión del Islam. La narración funciona a través de una serie de resortes que remiten a la actualidad. Por ejemplo, Zabiba es violada un 17 de enero, o sea, la misma fecha en que comenzó la Guerra del Golfo en 1991. La exaltación nacional es constante, repetitiva, casi vulgar. La primera página de la “obra” se abre con esta... metáfora: “Muchas son las hazañas, los actos de coraje, el heroísmo y la grandeza que salen como rayos de la tierra de Irak y que, a veces, fueron considerados como milagros”. A esta altura, el lector se dirá que ya es un milagro que el libro haya sido traducido y publicado al francés. Sin embargo, ésta es sólo la primera de una extensa serie de sorpresas. Las 20 páginas del inicio, que constituyen en realidad el prólogo del autor y se remiten a la actualidad, son un himno a Irak, ese suelo “donde se levantó una torre colosal”, donde se “encuentra una de las siete maravillas del mundo, losjardines suspendidos de Babilonia”, y donde “Adán y Eva llegaron para obedecer el mandamiento divino”. Luego de esta evocación histórico-poética la realidad entra de lleno, con fuertes acentos antisemitas y antinorteamericanos. Saddam Hussein se presenta a sí mismo como un jinete rebelde y a su país como la única tierra de resistencia. “El mundo se transformó en una pesadilla desde que el sionismo se convirtió en una fuerza dominadora y arrogante, desde que concluyó su abominable alianza con Estados Unidos. Hoy es casi imposible encontrar a alguien que pueda imaginar, incluso por un instante, el fin de la pesadilla. ¡Que el lector no pierda las esperanzas! ¡Sí existe alguien!”. Leamos a continuación: “No es acaso sorprendente y milagroso que, en esas condiciones, un jinete haya levantado su montura, esgrimido su espada y proclamado con voz firme y sin dudar: ‘Aquí estoy, yo, Irak, sólo en esta tierra, para decir muy alto: ¡Basta de injusticia y tiranías!’”.
Esta es apenas la introducción contemporánea de su tiránico autor. Luego viene el resto, Zabiba, la campesina violada, y el rey, decadente y enamorado. Su relación prefigura el advenimiento del poder popular, algo que no existe en Irak. Zabiba es bella, inteligente y dotada de una valentía que desafía la razón. La mujer es la “hija del pueblo” y es a través de ella que se opera la redención de un soberano rodeado por un ejército de cortesanos corruptos, sometidos al enemigo. Es Zabiba quien le hace tomar conciencia al rey de que, aislado en su torre de marfil, ha perdido todo contacto con el pueblo. Esta “meditación sobre la existencia humana”, según la definición del Ministerio de Cultura de Irak, es la puesta en escena de una realidad imposible donde el rey, Saddam, posee todos los atributos. Es como un relato que funciona a través del espejo. Zabiba le hace ver al rey la realidad pero, en realidad, la campesina es una pobre mujer. El rey es él. En un momento crucial del relato, su enamorada le dice: “Lo he amado, su Majestad, luego de haber apreciado las facetas de su personalidad. Lo he amado a pesar de mi oposición radical a la monarquía, al principio todopoderoso del soberano que reina y a la regla de la transmisión hereditaria del poder. Este último no toma en cuenta ni las competencias, ni las aptitudes, ni las cualidades, ni la opinión del pueblo (...) Pero he descubierto, Majestad, que sus cualidades eran un terreno fértil. Usted puede evolucionar y asumir el peso del pueblo. Ignoro cuándo se va a decidir, pero mi deber es ayudarlo”.
Cuando Zabiba le dice al rey que ella es una pobre campesina, el soberano le responde: “Pero si nos casamos, tu serás la reina y entonces reuniremos las dos cualidades. Seremos iguales”. Sueño imposible que la mujer descarta diciéndole: “Me convertiría en una simple reina, dependiente del rey. Entonces, el margen de maniobra que usted me permitió ganar, la posibilidad de dialogar con usted de igual a igual, como militante, hija y conciencia viva del pueblo, desaparecería dejándome el peso y las restricciones que implica el estatuto”. ¡Pobre Zabiba! Fiel a sus orígenes, la joven le anuncia al rey que el confort del trono podría llevarla a cambiar, a alejarla del pueblo al cual ella pertenece. Conciencia a flor de piel del pueblo, representante de la soberanía nacional, Zabiba le dice a su enamorado rey: “Aquel que cree llegar a sus fines convirtiéndose en el servidor del extranjero es más bien su prisionero. Es un prisionero humillado porque capituló sin combatir. (...) Un pueblo puede dejar a un gobierno nuevo cometer un error, puede dejarle el tiempo para que lo corrija, pero nunca perdona a quien lo traicionó”. El combate de todo el relato se sitúa entre la corte que rodea al rey, al servicio de los extranjeros, en general judíos, y la voz de la tierra, representada por Zabiba. El rey no es malo, es simplemente “inconsciente”. La campesina es la voz telúrica que le muestra el camino de la redención. El rey, desde su pedestal, no entiende cómo la mujer puede amarlo “sin que mi estatuto de monarca y tu comportamiento creen interferencias”. Ella ledice: “Mi amor no es interesado, Majestad, no busco obtener un favor”. Es poco probable que alguien caiga bajo el embrujo de estas páginas. La intención de su autor se hace evidente en cada diálogo, en cada frase. Zabiba no existe en el relato, es apenas la voz del “arrepentimiento” de un rey que, antes de morir, se da cuenta de que hizo mal las cosas y quiere dejar algo trascendente a la posteridad. El amor por esa mujer, por esa “conciencia”, le hace prometer: “Juro por el Dios de Zabiba y sobre su honor que combatiré a los enemigos. La batalla se detendrá únicamente cuando triunfe el Dios de Zabiba, Allah, el Clemente y el Misericordioso. La bandera del derecho debe ser izada en toda la patria. El pueblo tomará partido por aquel que mejor representa su conciencia”.
Esta es, a lo largo y a lo ancho de su lastimosa filosofía, la prosa de Saddam Hussein. Una mujer víctima de su condición y un soberano víctima de su poder, que todo lo aísla. La mujer muere asesinada por un complot urdido por los enemigos. El rey morirá más tarde pero luego de haber liberado la energía del poder popular. La historia, nos dice el Ministerio de Cultura de Irak, no termina aquí. El próximo libro de Saddam Hussein que está siendo traducido al francés es su segunda novela. Se llama La fortaleza inexpugnable. El relato evoca un universo que el presidente iraquí y su peor enemigo, George W. Bush, conocen muy bien: “La lucha contra el mal y las peripecias de un viaje en el mundo de la virtud”.

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La edición francesa de “Zabiba y el rey”: “El libro oculto de Saddam”, dice la faja.
 
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