EL PAíS › EL CASO HERNANDEZ HOBBAS
Una tragedia argentina
Andrea es la primera hija de desaparecidos que querelló a su apropiadora, una civil que la anotó como propia y que, aunque no era militar ni tenía relación con represores, le ocultó su identidad e impidió por muchos años que reencontrara a su familia. Y que años después intentó también quedarse con el hijo de Andrea.
Por Victoria Ginzberg
Los primeros recuerdos de Andrea Hernández Hobbas se mezclan entre unos discos de colores que le regaló su mamá, uniformes militares que entraban a distintas casas y los ojos claros de uno de sus hermanos. Cuando tenía cuatro años y ya había desaparecido gran parte de su familia, fue a vivir con una mujer que la anotó como hija propia. A pesar de que esta señora llamada Nélida Fontana no tenía relación alguna con militares o represores, le ocultó su identidad y veinte años después intentó quedarse con su hijo. Esta es la historia de la primera hija de desaparecidos que querelló a su apropiadora.
La familia Hernández Hobbas llegó a Buenos Aires huyendo de la represión uruguaya, pero aquí no le esperaba un destino mejor. La mamá, Lourdes Hobbas, desapareció en 1976. En julio de 1977 los dos hijos mayores, Beatriz y Fernando Washington, de 15 y 16 años, también fueron secuestrados. Nelson Hernández, el papá, estuvo detenido durante tres años. Cuando recuperó la libertad volvió a Uruguay, donde lo esperaba su hijo Esteban. Andrea, la más pequeña, de cuatro años, estaba en Buenos Aires viviendo con Fontana y su marido. Había llegado a ellos a través de conocidos de sus padres.
“Un día Jorge, mi padrastro, me dijo que me iba a vivir con él. Ya no vi a nadie más de la otra parte. A ellos, al principio les decía tíos, porque sabía que tenía a mi mamá, mi papá, mis hermanos. Por eso por un tiempo no me hicieron los documentos. Hasta que empecé el colegio. Ahí, ella me dijo que le tenía que decir mamá. Le dije que ya tenía mamá. Ella contestó que, si no le decía mamá, no me iban a dar los documentos y no iba a poder ir al colegio. En los documentos me anotó como hija de ella”, cuenta Andrea sentada en un sillón negro del modesto living de su casa, en San Martín. A los 30 años está, por fin, feliz. Tiene una panza de ocho meses y acaba de recuperar la tenencia de Fernando, su hijo mayor, de quien Fontana pretendía, también, apropiarse.
En los primeros años de la democracia Nelson Hernández publicó una solicitada para buscar a su hija o a alguien que le pudiera proporcionar datos sobre la niña. Fontana y su marido la vieron, pero no se contactaron con él. “Mi hermano Esteban salió a Uruguay vía Consulado. Me parece que conmigo tendría que haber sido igual, que ellos (sus “padrastros”) tenían cómo comunicarse con alguien, pero me dejaron acá. Cuando salió la solicitada de mi papá, hubo una discusión entre ellos. Una vez que estaba sola con él, mi padrastro me dijo ‘tu familia te está buscando’. Después ese diario desapareció”, narra la mujer.
Andrea no compartía con Fontana y su marido los datos que atesoraba sobre su familia biológica. Después de que su padrastro muriera, que Fontana la echara de la casa y que tuviera a su segundo hijo, por fin se decidió y llamó a las Abuelas de Plaza de Mayo para buscar a su familia. Era 1998. Del otro lado del teléfono le preguntaron qué datos tenía, si sabía nombres. Cuando dijo lo que recordaba, le pidieron que esperara un momento. En cinco minutos la volvieron a llamar: “¿Podés venir para acá?”, le preguntaron. No podía. “¿Podemos ir para allá?”. Media hora más tarde tenía en su casa una delegación completa de Abuelas, incluida su presidenta, Estela Carlotto, y Abel Madariaga –secretario de la institución– que había conocido a sus padres. Al otro día se reencontró con su hermano Esteban, que tenía los ojos que ella recordaba y que viajó de urgencia desde Uruguay para ver a la chica que podía ser su hermana. La miró y no dudó. “Es ella, no necesito el ADN”, dijo. El estudio debía realizarse de todos modos. Tiempo después se confirmó lo que ya todos sabían.
Andrea viajó a Uruguay y se encontró con primos, tíos y una abuela que veían en ella a su mamá y a su papá, que murió, sin encontrarla, en 1992.”Enseguida me sentí parte de la familia. Me trataron como si toda la vida hubiera vivido con ellos. Mi abuela me dijo: ‘Hace 22 años que te estoy buscando’ y yo pensé que cuando llamé a Abuelas creía que nadie me estaría buscando. Es que me habían dicho tanto que me habían dejado, que pensaba que no le importaba a nadie”, dice la joven, mientras mira de reojo a Franco, su segundo varón, que está abstraído con los dibujitos animados que la televisión le devuelve casi sin sonido.
Dos años después de recuperar su identidad, Andrea decidió, acompañada de la abogada de Abuelas, Alcira Ríos, querellar a la mujer que la había criado. Fue un paso meditado y adoptado por la joven después de comprobar, azorada, cómo Fontana intentaba repetir la historia con su hijo mayor. Andrea se convirtió en la primera hija de desaparecidos en llevar a tribunales a su apropiadora. Hasta ese momento, habían sido los familiares (abuelos, tíos) quienes intentaban encerrar a los responsables del ocultamiento de los niños desaparecidos durante la última dictadura.
La segunda es la vencida
Fernando nació hace once años. Andrea lo tuvo a los 18, soltera. Lo llamó como su hermano desaparecido y le puso su apellido. Cuando el nene estaba por cumplir un año, Andrea pensó que era tiempo de irse a vivir sola. Trabajaba en una fábrica de ropa interior donde había guardería y le parecía que era su oportunidad para alejarse de la relación difícil que tenía con su madrastra. Fontana se enteró, lo tomó como un agravio y la echó antes de que la joven tuviera un lugar donde ir. No la dejó llevarse al niño. Los encuentros de Andrea y su hijo empezaron a depender del humor de Fontana. Tiempo después, en un momento en que la relación de la joven y Fontana pasaba por un buen momento y Fernando se enfermó, Andrea le otorgó la guarda a su apropiadora para que su hijo tuviera una obra social. A partir de allí la señora creyó que el chico le pertenecía.
–¿No pensó en llevárselo de prepo cuando todavía no le había dado la guarda?
–No lo sacaba nunca. Como a mí. “Todo lo que tengas que hacer, lo hacés en tu casa”. Si viene un amigo que sea a tu casa, vos no vas a la casa de nadie, a menos que sea alguien de mucha confianza. Para verlo, yo la llamaba y le decía que ella tenía razón, que estaba mal lo que yo había hecho. El tema era verlo a él. Después me casé y empezó a venir a quedarse los fines de semana. Y cuando él empezó a decir que se quería quedar conmigo, no lo dejó venir más.
–¿Y por qué le dio la guarda?
–Fue por la obra social. El se enfermó y tuvimos que ir al hospital. Tuvimos que esperar mucho y ella hacía rato me venía insistiendo con lo de la guarda. Me dijo “ves, si me la hubieras dado, íbamos a la clínica, lo atendían más rápido, todo porque vos te ponés cabezadura”. En ese tiempo lo dejaba quedarse a dormir y estábamos en buenos términos y accedí. Antes de firmar le pregunté a la secretaria del juez qué significaba una guarda y me dijo que ella tenía que darle techo y comida, pero que yo no perdía mis derechos. Pero eso fue de la boca para afuera. Una vez que se firmó la guarda nos habremos llevado bien un mes... ella lo tomó como una adopción. No lo pude ver más. Le decía que yo había tenido otro hijo y él no me importaba. Lo mismo me decía a mí cuando era chica, que mi mamá debía tener otra familia. Desde que tenía nueve años hasta los once no lo pude ver.
Mientras Fontana peleaba en el fuero civil por mantener la guarda de Fernando, fue arrestada por falsificación de documentos, retención de un menor y ocultamiento de identidad. Cumplió los setenta y pudo irse a su casa, pero el proceso todavía está en marcha. Su defensor pidió un juicio abreviado y la Cámara de Casación le concedió el beneficio de evitar las audiencias orales y públicas. Ahora, un tribunal deberá dictar sentencia.El lunes pasado la historia comenzó a enderezarse. El juez Sergio José Prato anuló la guarda de Fontana y anunció que Fernando volvía a vivir con su madre.