CONTRATAPA
El voto estrafalario
Por Luis Bruschtein
En la cola del banco había un tipo que decía que votaba a Kirchner “porque todos los judíos son unos bochos”. El argumento era insólito, primero porque no todos los judíos son bochos, y segundo porque Kirchner no es judío. En una fila de electores, el domingo de elecciones en el Bajo Flores, había otro, muy humilde, que protestaba contra los políticos. Afirmó que votaba a López Murphy “porque es el único que no conozco”. El hombre quería poner un voto antipolítico y su criterio era que el menos conocido debería ser el que menos desastres había hecho. Otra mujer aseguraba que siempre había votado por los socialistas y que por eso ahora votaría a López Murphy. Entre los argumentos de los que votaban a Menem había un clásico: “El nos metió en esto, así que es el único que sabe cómo sacarnos”. Otra señora expresaba desafiante que votaba a Rodríguez Saá porque “todos los demás son unos amargos”. Carrió, la izquierda y en general todos los candidatos tuvieron también su cosecha de voto estrafalario. Escuchar estos argumentos pulveriza cualquier intento de racionalidad y lleva a pensar que las elecciones son algo así como una gran lotería demente.
Ser presidente de mesa puede ser lo más parecido a un ejercicio de realismo mágico. En los comandos de campaña se rompen la cabeza para tejer elaboradas estrategias que son estudiadas y desmenuzadas por los analistas en las redacciones y en los comandos de las otras fuerzas que también se rompen la cabeza. Cada palabra de los candidatos se evalúa hasta el cansancio, sus gestos, sus movimientos, su familia, su historia, todo entra en una gran calculadora. Pero nada puede calcular el imaginario disparado de las personas.
Salvo los que están encuadrados en algún partido, que son una pequeñísima minoría, es casi imposible que dos argentinos coincidan cuando hablan de política. Cada quien piensa a su manera, algunos ven conspiraciones nacionales o internacionales y las apoyan o rechazan, otros tienen cábalas o datos misteriosos de la vida personal de los candidatos. Estas discusiones resultan desalentadoras porque las conspiraciones, las cábalas y los datos segurísimos son indiscutibles. Y no es que se tomen en broma la elección. Más bien la viven con tanta seriedad que necesitan adobarlas con elementos trascendentales, fuera de lo normal, inusuales para cualquier otro tipo de decisiones que toman en sus vidas.
Y después están los que apuestan a las intrigas y las maniobras. Los que están seguros de que se gana o se pierde por viveza. O por imagen. O por los medios. Proliferan las consultoras de imagen y de medios. Se imaginan batallas mediáticas en volumen de epopeyas. Y hasta el nombre del hotel desde donde dirigen las campañas está aconsejado, como en esta última lo hizo Menem desde el Hotel Presidente para jugar con su imagen de dueño del sillón. Todo este cotillón de papel picado y fuegos artificiales condimenta el imaginario ya de por sí portentoso de los electores. Y también aparecen las adivinas del tarot, las profecías de Parravicini y los milagros de la Virgen Desatanudos.
De todo esto se habla cuando hay elecciones y cada quien lo hace desde su lugar. Los creyentes desde la religión, los periodistas desde los medios, los políticos desde sus movidas y el carnicero desde la carnicería. El mecanismo que produce la alquimia de tanta riqueza lucubrada, de tanta reflexión ultragamma y pensamiento transperforador, es un misterio profundo de la identidad nacional.
Porque esa ensalada desopilante –incluyendo el propio aporte– deviene, finalmente, en una conclusión racional. Tanto hablar de imágenes y operaciones mediáticas y después de un año de la elección nadie se acuerda de ese zafarrancho. Hay sentidos contrapuestos en los análisis, en los candidatos y en las campañas. Y por supuesto en lo que cada argentino lucubra en su compleja intimidad. Así, hay un momento en que todo es un gran disparate. Pero en el embudo del cuarto oscuro y la urna algo sucede. Y el resultado es razonable. Que quiere decir explicable, más allá de quese esté de acuerdo o no. Así cada elección se explica por su contexto, por el momento histórico, por lo bueno o malo que el país estaba en condiciones de generar en cada instancia y no por imagen, operaciones mediáticas, movidas, intrigas o conspiraciones sórdidas o fabulosas. Es decir, a pesar de todo el candombe imaginario, somos lo que somos.