ESPECTáCULOS › “BOQUITAS PINTADAS” CUMPLE TEMPORADA EN EL ALVEAR
Tragedias de un pueblo chico
La nueva puesta del musical, a cargo de Renata Schussheim y Oscar Araiz, destaca, sobre el relato coral de la novela de Manuel Puig, a la Raba, la empleada atormentada por un amor no correspondido.
Por Silvina Friera
Un crimen pasional permite desmontar los mecanismos de disimulos, engaños y frivolidad que forman la idiosincrasia de un pueblo de Coronel Villegas entre 1934 y 1947. La hipocresía de una clase media desesperada por subrayar la diferencia entre pertenecer o no a ese sector social se condensa en gestos almidonados, mohínes cursis, conductas estandarizadas y reglas sociales del decoro y las “buenas costumbres”, sintetizada en el dicho “pueblo chico, infierno grande”. Boquitas pintadas, escrita en 1969 por Manuel Puig, es el cuadro de una época, un espíritu signado por el folletín: amores eternos y venganzas proporcionales a esas pasiones, que estallan porque ya no resisten la simulación ni la distracción. El infierno tan temido está ahí, a metros de sus casas, circundando a esos seres mediocres y pretenciosos. La nueva versión de este musical estrenado en 1997 cuenta con la idea, adaptación y dirección de Renata Schussheim y Oscar Araiz. Más acotada y sintetizada, Boquitas... refleja una lectura lúcida y flexible que atrapa todo detalle, desde lo coreográfico y el vestuario, de esa atmósfera pueblerina, a la vez fascinante y sofocante.
La coreografía de Araiz se acopla a los sentidos del texto: la polifonía de voces se traduce en una multiplicidad de movimientos, ademanes, gestos y contorsiones tan obsesivamente calibrados y superpuestos que resulta imposible encontrar un tiempo muerto en las secuencias. Esa sensación de que no hay tregua se explica por el respeto que cultivaron Araiz y Schussheim: conservar la simultaneidad del relato en planos de acción coincidentes en tiempo y espacio. Boquitas... arrranca con una carta de Nené a la familia de Juan Carlos, el pobre donjuán que murió a causa de una tuberculosis. Esas condolencias de Nené –que estuvo a punto de casarse con él hasta que se enteró de la enfermedad– ocasionan un cuestionamiento en su vida de mujer (mal)casada y con dos niños: una boda que quedó trunca, no sólo por la enfermedad sino por las aspiraciones de Nené de llegar virgen al matrimonio, que Juan Carlos no estaba dispuesto a cumplir. Bonita, rubia, de palidez bellamente mortecina, Nené es una joven de buena familia que optó por casarse antes que quedar condenada a una soltería incómoda para una mujer tan admirada por los hombres del pueblo.
El desempeño de los bailarines es homogéneo y no hay fisuras en la coordinación. No son ellos los que hablan, aunque gesticulan como si lo hicieran: las voces en off (Divina Gloria, Catalina Speroni, Alejandra Flechner y Víctor Laplace, entre otras) narran los acontecimientos. Lo que impacta es la importancia de La Raba, la sirvienta, al punto que en ella reside la columna vertebral del montaje. Raba friega pisos, lava sábanas y se ocupa de las tareas ingratas a las señoritas. Está enamorada de Pancho, tanto que no ofrece resistencias a los encantos de ese hombre fornido y moreno, aspirante a policía. Los pliegues y repliegues del corazón de esta mujer encuentran en la bailarina Paula Rodríguez a una intérprete con una energía avasalladora y un gran compromiso con el personaje.
La tragedia se dispara cuando la sirvienta queda embarazada y, creyendo que Pancho se hará cargo de su paternidad, descubre que el musculoso la ignora. El desaire, el rencor y la pena alimentan una combustiónpeligrosa, porque el dolor de la sirvienta, insoportable por su intensidad, bordea los límites de la locura y el equilibrio, que se rompen cuando ella ve a “su” Pacho entrar de incógnito en el dormitorio de la joven Mabel, hija de sus patrones. Entonces, espera sigilosa a que salga y le clava un cuchillo. El asesinato se maquilla con una mentira: defensa propia, porque Pancho solía meterse en la habitación de la empleada y la violaba. Pero Raba es la única que logra rehacer su vida, en ella no hay hipocresía ni máscaras. Así, Boquitas... deja la sensación de que hay muchas historias del país silenciadas o distorsionadas, que existen arbitrariedades y omisiones que resulta imprescindible iluminar.