PLáSTICA › EXPONEN MARINA DE CARO Y MERCEDES VILELA
Con los ases bajo la manga
Una nueva galería de arte se abrió en Buenos Aires, con dos buenas exposiciones inaugurales. Habrá muestras locales, internacionales, históricas y proyectos curatoriales.
Por Fabián Lebenglik
La semana pasada se inauguró una nueva galería de arte en Buenos Aires, en el pasaje Tres Sargentos, que se hizo célebre por el Bar-O-Bar. Se trata de un espacio dirigido por el coleccionista Alberto Sendrós, que se propone presentar ocho muestras al año: seis de artistas locales, una de artistas extranjeros y una muestra histórica o temática. El flamante galerista piensa darle amplia cabida a la curaduría profesional, con curadores invitados.
La apertura está dedicada a Marina de Caro (una instalación y una larga serie de dibujos dedicados a las “lloronas”) y Mercedes Vilela (pinturas que imitan el reverso de naipes, en escala diez a uno). Ambas tienen en común el haber formado parte de la última beca Kuitca (1997-98).
Como la Alicia de Lewis Carroll, que llora hasta formar un “verdadero” mar de lágrimas, las “lloronas” de Marina de Caro (Buenos Aires, 1961) vierten fibrosas lágrimas de lana hasta inundar la sala de la galería.
Son lágrimas tejidas, que brotan de los ojos de las mujeres dibujadas, casi bocetadas, en grandes planos de papel que van del piso al techo.
Como sucede en la obra de Carroll, la lógica aristotélica entra en crisis, interrogada por otras lógicas, como la de la ficción y la del sueño. Entonces las lágrimas de las “lloronas” fluyen en todas direcciones, trazando recorridos, ovillándose en la base de los dibujos, hasta confluir en un mar de texturas.
La totalidad del piso de la sala está cubierto de un tejido celeste que toma parte de la pared conformando altos zócalos. El piso mullido y suave simula un mar tejido, compuesto por lágrimas acumuladas de tanto llanto. Las lloronas destilan lágrimas de emoción, tristeza, alegría, angustia, amor, impotencia, desesperación y demás sensaciones sugeridas en cada dibujo.
El visitante debe sacarse los zapatos antes de entrar en la sala: una módica desnudez que la artista le exige –sin calzado se está más expuesto, menos protegido– para poder escrutar la evocación de esos llantos poéticos, compulsivos, delicados, nerviosos...
Como escribe Victoria Noorthoorn, la propuesta de De Caro “encuentra eco en las búsquedas de otros artistas latinoamericanos de los años sesenta y setenta. En La Menesunda, realizada en el Instituto Di Tella en 1965, los argentinos Marta Minujin y Rubén Santantonin (1919-1969) propusieron un recorrido a través de las más variadas experiencias y sensaciones. Pero sobre todo, De Caro se vincula a las ambientaciones y propuestas terapéuticas de la brasileña Lygia Clark (1920-1988), que entendía a la obra como sólo existente en y a partir de la respuesta concreta del espectador. En sintonía con las teorías fenomenológicas en elaboración durante aquellos años, tanto en Clark como en De Caro el tiempo deviene subjetivo”.
La instalación nació de un libro de artista (exhibido en una caja de acrílico), que la propia De Caro dibujó, dedicado a las lloronas. Son cientos de dibujos a mano que conforman un delicado catálogo en el que la autora recorre todos los aspectos de la acción desnuda de llorar, hasta el punto de hacer lagrimear a personajes de Figari o de Berni.
De ese mismo libro también surgió una larga serie de pequeños dibujos exhibidos en el hall de entrada. En esas obras, las lágrimas fluyen libremente, vertidas vertical u horizontalmente, como pentagramas, lagunas, chorros, líneas celestes. Una mujer, por ejemplo, vierte sus lágrimas dentro de un hombre, hasta colmarlo. Otras mujeres, con pañuelos en la cabeza como los usan las Madres, son las únicas que no lloran: porque llorar tiene sus límites. En la sala más pequeña, Mercedes Vilela (Buenos Aires, 1964) muestra su juego: un conjunto de naipes, en escala diez a uno, pintados a mano. Se trata de los motivos del reverso de los naipes. Esas tramas o escenas usualmente “anodinas” que por efecto de la repetición se vuelven neutrales y carecen de sentido.
Con la huella de la manualidad, que sólo se advierte al acercarse a cada carta, la artista recrea el reverso impreso e industrial de los naipes para poner el ojo sobre aquello que es siempre ignorado.
Según explica la artista en relación con su nueva obra, “lo que originalmente carece de valor (una carta que en el juego muestra su reverso es una carta que aún no ha mostrado su poder), lo que participa como un ornamento en el que desaparece toda diferencia, el reverso oculto en su propia condición repetitiva, se muestra como un obstáculo, como un vallado frente al cual chocamos pero que paulatinamente se abre como un umbral a posibilidades de relato casi infinitas”.
Con esta nueva obra Vilela marca un cambio abrupto en su trabajo. Hasta ahora venía pintando extraños paisajes abstractos donde a veces aparecía la figuración. Aquellas obras se caracterizaban por la combinación sorpresiva de formas heterogéneas y colores contrastantes.
Ahora la pintora encontró una idea que funciona como un marco rígido y sumamente restrictivo, en donde la libertad está ligada especialmente al sentido y a lo conceptual. (Galería Alberto Sendrós, pasaje Tres Sargentos 359, hasta el 14 de junio. Martes a viernes, de 12 a 20; sábados de 12 a 18).