Martes, 2 de octubre de 2012 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
UNO Las pupilas en abismo, los dientes apretados, la respiración profunda y la voz de terminator de carne y hueso. ¿Qué es lo que ha puesto a Rodríguez de semejante talante? ¿La noticia de que –aunque no la haya visto ni la vaya a ver– una Blancanieves en blanco y negro y muda y con toreros y majas sea la elegida por la academia española para intentar arañar algo en la quiniela del Oscar? ¿La nueva de que ahora el gobierno se inventa un austero y austeriano impuesto al azar y la casualidad y se quedará también con el 20 por ciento de lo que uno gane –si alguna vez gana– en la lotería? ¿El que la revista El Jueves se haya sumado a la moda de la caricatura mahometana (sin comprender que los fanáticos nunca entienden los chistes porque carecen de todo sentido del humor y, de acuerdo, libertad de expresión; pero a Rodríguez no le causaría la menor gracia el enterarse de que el firmante de esos dibujitos vive en el piso de arriba o de abajo o de al lado del suyo)? ¿La postal de personas molidas a palos por la policía (incluidos sus propios coleguitas, infiltrados en la protesta, aullando tragicómicamente eso de “No me peguéis más que soy compañero, ostia”) por querer levitar al edificio del Congreso? ¿Los paseíllos de embanderado matador sonriente de Artur Mas decidido a hacer historia separando lo que estaba unido? ¿Las sonrisas de los cientos de zombis haciendo colas trasnochadas bajo las primeras lluvias del otoño para asegurarse (¡Más pantalla! ¡Menos peso! ¡Mapas desorientados! ¡Las fundas y accesorios de versiones anteriores ya no sirven! ¡Alabado sea el espíritu santo de Steve Jobs!) el efímero nuevo modelo de iPhone y hasta la próxima y el próximo? Nah...
DOS... nada de eso. Lo que tiene de semejante ánimo a Rodríguez es algo bien diferente. Rodríguez ahora contempla a Rajoy en Estados Unidos, dándose una vueltita con el rey, intentando vender al más bien escaso mejor postor ese espejismo de la “Marca España” y hace crujir sus nudillos. En la pantalla del televisor, desde Nueva York, con candelabro al fondo, Rajoy dice eso de “Permítanme que haga aquí en Nueva York un reconocimiento a la mayoría de españoles que no se manifiestan, que no salen en las portadas de la prensa y que no abren los telediarios. No se les ven, pero están ahí, son la mayoría de los 47 millones de personas que viven en España. Esa inmensa mayoría está trabajando, el que puede, dando lo mejor de sí para lograr ese objetivo nacional que nos compete a todos, que es salir de esta crisis” y a Rodríguez le dan ganas de sacudirlo hasta que se le caiga de la boca esa lengüita que no puede dejar de asomar en plan reptil/batracio. Rajoy, entonces, parece algo así como uno de esos profesores rancios e inocuos, con un discurso siempre leído y plagado (“inmensa mayoría”) de lugares más vulgares que comunes. Después, como toca, es el turno de su opositor Alfredo Pérez Rubalcaba, otro modelo de maestro poco magistral: el capo del tocado y/o hundido PSOE viene a ser algo así como ese docente que se supone cool y que se aparece por sorpresa en la fiesta de sus alumnos y, horror, se pone a bailar de una manera tan rara. Casi tan rara como las propuestas que hace ahora y que no hizo durante ocho años, cuando estuvo en el gobierno. Rodríguez lo mira fijo y gruñe. Acto seguido, una nueva entrega del húmedo escándalo de la entrenadora de las sirenas sincronizadas de la selección española (que les decía a sus pupilas cosas como “Trágate el vómito” y “No vengas a hacerte la estrecha si te has follado a todo lo que se mueve”) le arranca una sonrisa de giocondo fatal a Rodríguez. Y más vale que vaya explicando por qué Rodríguez está exactamente así, con ganas de jugar a Elvis y vaciar un revólver sobre esa caja boba...
TRES... que en ocasiones es tan inteligente. Y divertida. Y adictiva. Porque Rodríguez está como está porque acaba de terminar de ver la media quinta y última temporada de Breaking Bad, su serie favorita. Título que significa muchas cosas, todas malas: que algo sale mal, irse por el mal camino, un experimento que no sigue los dictámenes de fórmulas establecidas y muta a cosa peligrosa. Y en Breaking Bad también hay, al principio, un profesor. Un patético profesor de química: Walter White, que vendió barato su parte en una empresa días antes de que ésta ascendiera a los cielos de Wall Street y languidece en un colegio secundario de Alburquerque y un día le descubren un cáncer y el hombre descubre que no tiene nada que dejarle a su familia. ¿La solución? Walt es un emprendedor y se pone a “cocinar” una versión formidable y azulada de droga sintética. Y en un año de su vida y cinco temporadas de las nuestras, Walt se convierte en narco-señor de los abismos. Walt se calza sombrerito de cowboy de esos que usa Bob Dylan y se transforma en “El Heisenberg”. Alguien que reduce a Tony Soprano a un fláccido Homero Simpson y Don Draper a un plástico y asexuado Ken en busca de su Barbie perdida. Un lobo feroz que pronto se merece narcocorrido propio a cargo de Los Cuates de Sinaloa y que –ése es El Tema de todo el asunto– nos informa que todos llevamos dentro un monstruo. Sólo hace falta pulsar el botón correcto para despertarlo. Rodríguez todavía no es Walt, pero se dice cada vez más seguido que cualquier día de éstos... Mientras tanto, Rodríguez se tomó el trabajo de hacer el test de “aptitud criminal” que ofrece el site de la serie –http://www.amctv.com/shows/breaking bad/criminal-aptitude-test– para que los fans averigüen qué clase de buenísimo malo son. ¿El joven en caída libre Jesse Pinkman? ¿El amoral abogado Saul Goodman? ¿El abuelo asesino a sueldo Mike Ehrmantraut? Rodríguez ha respondido varias veces y con múltiples variantes a las muy graciosas preguntas modelo multiple-choice que allí se proponen. Y siempre le sale Gustavo “Gus” Spring, traficante chileno al frente de Los Pollos Hermanos al que le volaron medio rostro al final de la cuarta temporada. Al día siguiente de ver el último episodio hasta el 2013 de Breaking Bad, jueves, se anunciaron los presupuestos para el año que viene. Más recortes (que no se traducen en ahorro sino en hacer frente al pago de los intereses de una deuda sin fondo) y a seguir haciendo “los deberes”. Y la noticia se da un jueves. ¿No era que todo este tipo de anuncio de platillo y bombo sería exclusivamente menú de viernes? ¿Ni siquiera esa promesa es capaz de cumplir este mequetrefe? Walt presidente, por favor. Y Rodríguez no puede evitar el imaginarse reunión a solas de El Heisenberg con la Merkel y, no, no se da por vencido. Y va a seguir marcando diferentes opciones de respuesta hasta que le salga un Walter White como respuesta. Entonces, si se anima, Rodríguez –que aún no se manifiesta, que no sale en las portadas de la prensa y que no abre los telediarios, que no se lo ve, pero está ahí– se va a rapar su cabeza, va a bajar las persianas de su casa y a ver qué se le ocurre. Porque cuando ya nada bueno puede sucederte –razona Rodríguez, como si mezclara ingredientes en un tubo más de estreno que de ensayo– es entonces cuando algo malo tiene que empezar a pasarles a los otros, ¿no?
Y Rodríguez tiene una lista de “otros” tan larga como la noche más mala y oscura.
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