CONTRATAPA
De Flaubert a Zamora
Por Sandra Russo
Emma Bovary se había casado con un hombre respetable, había tenido su soñada boda, había lucido su vestido de novia, había salido, por fin, de la casa de sus padres y había comenzado una nueva etapa de su vida. En su luna de miel se repetía: “Estos son los días más felices de mi vida”. Pero era mentira y ella lo sabía porque mientras se repetía esa letanía obligatoria suspiraba y se autocompadecía. No eran los días más felices de su vida. No le alcanzaba ni el hombre respetable, ni la boda soñada, ni el vestido de novia, ni la casa propia. No sabía muy bien lo que anhelaba, pero lo que anhelaba no era lo que tenía. Y así era Emma Bovary por definición. Nunca lo que tenía era bastante. Siempre habría algo mejor. Y es que siempre hay algo mejor.
Me acordé el otro día de Emma Bovary escuchándolo a Luis Zamora. A Zamora lo vi personalmente una sola vez en mi vida, una tarde de calor sobrehumano en el patio de Filosofía y Letras. Me cayó bien. Su encanto es evidente. Todavía en la ciudad las asambleas cuchicheaban en voz alta proyectos magníficos en los que el pueblo deliberaría e impondría sus potestades a los poderosos. El ruido de las cacerolas ya se apagaba, pero estaba fresco. De Zamora escuché hablar por primera vez todavía en dictadura. Es curioso: en aquel tiempo, su leyenda artesanal contaba que era trosko pero venía de jugar al rugby. Con el correr de los años, esa misma leyenda artesanal dejó el deporte en el olvido y subrayó su actividad de vendedor de libros. En un país de políticos chorros, un político vendedor de libros tenía crédito. Se lo di.
Pero el otro día escuchándolo hablar recordé a Emma Bovary, porque dijo Zamora: (algo así) en esta ciudad hay mucha gente que quiere otra cosa, y ni Ibarra ni Macri son los hombres que esa gente elige. Agregó (algo así) que “más adelante” llegará el momento de concretar esos sueños populares. Y dijo (eso sí) que uno y otro son lo mismo. Un montón de esa gente lo eligió a él el domingo 24. Pero lo que me llamó la atención, si me llamó la atención fue porque dos días antes intenté comprender la argumentación jurídica de Zamora para abstenerse en la votación de nulidad de las leyes de impunidad, y no le entendí una pepa. Puede que esa argumentación tenga asidero y que sea mi pobre capacidad de discernimiento la que falle. Pero con las madres, las abuelas y los hijos ahí presentes, con Bussi hijo diciendo lo que dijo, con el claro y nítido valor simbólico de un Congreso volviendo sobre uno de sus peores errores y rectificando la decisión de un perdón que nunca fue tal, porque los legisladores pueden legislar en nombre del pueblo, pero no pueden perdonar en nombre de nadie (¿o es acaso que los símbolos no sirven, que no encarnan, que no hablan, que no operan en la historia?), escuchar a Zamora adelantar su abstención me produjo un rechazo del que no me repuse, y entonces me dediqué a observarlo y a escrutarlo, porque tuve la sensación de que en este país que fracasó no sólo fracasó la derecha y el centroderecha y el centroizquierda, sino también y bastante la izquierda, y estos últimos gestos de Zamora me llevaron a pensar que por más que el tipo me haya caído súper aquella tarde calurosa, estos pasos son pasos en falso, pasos que llevan agua a su canilla, pero que encierran torpezas inexcusables y repiten tics de neura.
Estuvo muy bien el chascarrillo del gerente y el dueño para indicar en campaña que Ibarra y que Macri eran lo mismo. Esa campaña ya pasó. Seguir sosteniendo hoy que Ibarra y que Macri son lo mismo me hace acordar a Emma Bovary. Ella no guiaba su vida hacia su anhelo, sino que se dedicaba a anhelar, enroscada en el goce del anhelo, lo que jamás sucedería. Y debería entender Zamora, creo yo, que seguir sosteniendo hoy que uno y otro son lo mismo no sólo es un error intelectual, político e histórico, sino un reaseguro de que eso que dice anhelar Zamora jamás sucederá. Decir que son lo mismo es una desmesura que puede costar cara. Decir que son lo mismo, que defienden lo mismo, que implican lo mismo, es una chicana pasable en la campaña pero terrible frente a un ballottage. Los votantes de Zamora no comen vidrio, me imagino. Pero tampoco tenemos en esta ciudad un electorado esclarecido ni iluminado ni volcado de bruces a los ideales más beatíficos. Basta un embotellamiento de tránsito para que la clase media ex cacerolera pida orden a itakazos. La labilidad del voto no siempre tiene que ver con el pensamiento crítico del votante independiente: muchas veces en ella se esconde, todavía, el enano fascista que si pudiera fletaría a los cartoneros a otros rincones del Mercosur.
Emma Bovary soñaba cosas que nunca sucederían, y se aseguraba de que no sucedieran actuando en consecuencia. Adoro esa novela de Flaubert, pero no me gusta Emma ni quienes se le parecen. No me gusta la gente que por querer saltar al cielo se quiebra el peroné.