EL MUNDO
Desmenuzando la identidad del terrorista en el modelo unipolar
Entrada a la síntesis secreta elaborada por la ONU en Oslo sobre el terrorismo. Los analistas europeos destacan con preocupación que, luego de los atentados del 11 de septiembre, el “terrorismo global” se extendió más que nunca y se agravaron las crisis en el mundo.
Por Eduardo Febbro
Todas las regiones del mundo donde la administración norteamericana proyectó poner fin al terrorismo mediante una cruzada inédita en la historia contemporánea arden con las llamas provocadas por las bombas y la violencia de ese terrorismo que el presidente George W. Bush englobó en el ya famoso “eje del mal”. Los analistas europeos destacan con preocupación que, luego de los atentados del 11 de septiembre, el “terrorismo global” se extendió más que nunca y que las crisis crónicas de Medio Oriente en vez de integrar un proceso de negociaciones se agravaron. Un grupo de expertos diseñó los trabajos para el encuentro de 20 jefes de gobierno convocados en Nueva York en vísperas de la Asamblea General de la ONU que se realizará el día 23.
En Irak, la caída del régimen de Saddam Hussein no aportó ni la regulación política esperada ni menos aún la estabilidad social. El país es presa de un caos donde la violencia es el pan cotidiano. En Afganistán, lejos de extinguirse bajo las toneladas de bombas lanzadas durante la campana del 2001, los talibanes resurgieron de sus cenizas con la forma de una guerrilla incisiva. Simultáneamente, las superficies sembradas con cultivos ilícitos nunca fueron tan vastas como hoy. Igualmente en Afganistán, los 25 millones de dólares ofrecidos respectivamente por toda información capaz de permitir la captura de Bin Laden o el mula Omar no condujeron a ningún arresto. En Medio Oriente, el recrudecimiento de la violencia enterró la Hoja de Ruta, el plan de paz elaborado por la comunidad internacional. El cuadro catastrófico lo cierra Asia donde las acciones atribuidas a grupos islamistas ligados a la red del millonario saudita Osama azotan la zona desde hace un año y medio.
El próximo 22 de septiembre, en vísperas de Asamblea General de las Naciones Unidas, un grupo de 20 jefes de Estado y de gobierno invitados por Noruega y el Premio Nobel de la Paz, Elie Wiesel, se reúnen en Nueva York con el propósito de enfocar esa espina en los pies del mundo desde otros ángulos. Bajo el título “Combatir el terrorismo por la humanidad, una conferencia en los orígenes del mal”, los responsables políticos intentarán responder a esa incógnita planteada por Alex Schmid, miembro de la oficina de la ONU para la prevención del terrorismo: “Por qué algunos conflictos producen terrorismo y otros no”. El documento de trabajo que servirá de punto de referencia de esta cumbre no proviene de las cancillerías sino que fue elaborado por expertos y universitarios que en los últimos meses se reunieron en Noruega con ese fin. Las conclusiones de ese texto elaborado por 37 especialistas de casi todas las problemáticas actuales –Irak, Afganistán, Asia, Colombia, India, Irlanda– figuran en una síntesis de la ONU cuyo contenido derriba un muro de ideas tan sólidas como falsas.
La idea de que el “terrorismo en tiempos de paz equivale a los crímenes de guerra” fue admitida por todos. Sin embargo, entre la evaluación conceptual y los medios óptimos para combatirlo, los expertos presentaron un cuadro muy distinto del que emana de la administración norteamericana. La cumbre de Oslo giró de hecho en torno de un tema central: cuáles son las verdaderas raíces del terrorismo. En sus conclusiones, los especialistas admiten que existe un “lazo” entre la pobreza y la emergencia del terrorismo. Sin embargo, si bien los terroristas son oriundos de las capas menos favorecidas de la sociedad, tienen por lo general un nivel de instrucción superior al que deja suponer el medio social al que pertenecen. Como lo señala la síntesis de la ONU, los “terroristas” se sitúan a un nivel superior al de la media de los pobres, cuentan con grado de capacitación que los lleva a concretar acciones muy distintas de las de las clases más bajas, “las cuales optan por formas de acción públicas más simples –manifestaciones, saqueos, etc.–”. Una de las características centrales del “retrato social” del terrorista radica en que todos provienen de países sin libertad de expresión y donde existe una marcada carencia de un estado de derecho. En este sentido, Schmid argumenta que la relación entre terrorismo y pobreza “es menor que la existente entre terrorismo y ausencia de estado de derecho”. La importancia en la disparidad con que se reparten las riquezas en el seno de una estructura social influencia el grado de compromiso con la acción, pero no es el factor determinante.
Una de las contribuciones más claras del informe atañe al papel de los Estados en la organización de las redes terroristas. Aquí, los expertos sacan una conclusión totalmente opuesta a la presentada por la administración norteamericana en los años 80 y reactualizada por el actual presidente Bush. Louise Richardson, de la Universidad de Harvard, sostiene que “la contribución de un Estado no constituye la fuente fundamental del terrorismo”. Según el analista, los Estados no montan las redes de los movimientos terroristas sino, más bien, “se sirven de ellas como un instrumento de su política exterior”. En vez de una “relación carnal” entre el Estado y los grupos terroristas –la teoría norteamericana– lo que se produce es una “relación distante”.
Los universitarios van aún más lejos cuando revelan que los movimientos terroristas no mantienen relaciones con un solo Estado sino con varios. Richardson recalca que de esa manera “los terroristas evitan verse apretados bajo la tutela de un solo Estado”. Resulta obvio que algunos Estados intervienen en el proceso aumentando así las capacidades de las redes sin que esa intervención conduzca a la afirmación de la administración norteamericana según la cual en el mundo hay una serie de “Estados terroristas”. Otra idea común que no cuenta con el aval de los expertos es aquella que hace de los terroristas, en particular de los suicidas, “desequilibrados mentales”. Para nada, afirma el especialista israelí Ariel Merari: “Los terroristas no son irracionales, son fieles a su propia racionalidad”. No menos paradójica es la conclusión sobre el peso de la religión. Según los especialistas, ni la religión ni el deseo de venganza contienen elementos de correlación, en suma, no constituyen factores determinantes. El francés Francis Burgat, miembro del CNRS, Centro Nacional de la Investigación Científica, estima que es un error razonar de manera “funcional”, o sea, afirmar que los “terroristas ponen bombas porque son fundamentalistas musulmanes”.
La cuestión de fondo no es entonces el terrorismo aislado, ni los terroristas, ni su individualidad. El tema son los conflictos que producen respuestas terroristas. El terrorismo es una respuesta descabellada a un mal cuya raíz sobrepasa en mucho la particularidad de los terroristas.