CONTRATAPA
Calabozos
Por Luis Bruschtein
Un grupo de tipos como de cincuenta años, canosos, medio pelados y de panza generosa se reencontraron hace un tiempo y se pusieron a hablar como la última vez que habían estado juntos, 26 o 27 años atrás, con la juventud, con la absoluta confianza de larguísimos años de convivencia, de haber sido presos políticos en la cárcel de Coronda durante la dictadura.
“Cuando se ha transitado en el límite, realmente en el límite entre la vida y la muerte, donde uno ha vivido todo ese tipo de situaciones, se convence de que lo único que lo mantiene vivo es la fuerza de la vida colectiva, la fuerza de los compañeros, el funcionamiento en grupo, el defenderse continuamente” dicen en el libro que escribieron igual que como pasaron por la cárcel: en forma colectiva. El libro se llama Del otro lado de la mirilla con el subtítulo de “Olvidos y Memorias de los ex presos políticos de Coronda 1974-1979”. En lugar de autor dice: “Obra colectiva testimonial” y a lo largo de los relatos casi no aparecen sus nombres, sólo de terceros y de los que murieron.
A la semana de haber llegado el Negro “Tenemo”, un desconocido lo aborda libreta en mano. “¿Tenés causa?”, pregunta, “estoy hasta las tetas” responde Tenemo. “¿Tenés abogado defensor?” Tenemo responde que no con cierta reserva. “Yo salgo la semana que viene, soy abogado y me llamo Kovasevick y si querés asumo tu defensa.” El Negro queda pensativo y estupefacto, pero alcanza a contestar con un “Dejame que lo piense”. “Este fue el primer encuentro de los líderes de dos corrientes opuestas –relatan en el libro– Kovasevickismo y Tenemismo. Kovasevick recuperaría su libertad varios años después.” La consigna de los tenemistas, los presos con más militancia, era “Cárcel o muerte, perderemos”, en cambio los kovasevickistas estaban seguros de que saldrían a los pocos días. “Algunos, muy pocos –escriben–, fabricaban castillos de cristal que se les rompían diariamente, para ellos el golpe era mucho más fuerte ante una realidad que nos castigaba cada vez más. En condiciones de esa naturaleza pareciera no tener lugar la alegría (esto pretendían ellos). Siempre quedaba un lugarcito para el buen humor.”
“La ventana” era el sistema de comunicación, cada preso organizaba una exposición sobre el tema que supiera o que recordara, desde clases de materialismo dialéctico o de historia, hasta poesías y canciones. Otros presos vigilaban el pasillo con los “periscopios” por si llegaban los guardias. Un día organizaron el Festival del Tenemismo por la ventana. Uno de los presos recitó las Diez Décimas del Tenemismo. La quinta decía así: “Desbocado y sin montura/ desoyendo los consejos/ que me dejaron los viejos/ me abalancé a la aventura/pero me dieron captura/ y ahora estoy bien convencido/ que de todo lo que he sido/ no queda ya ni memoria/ no busco honores ni gloria/¡para qué me habré metido!”. Se ponían todos de cara a las ventanas y se comunicaban así. “Hablé días enteros con compañeros sin verles nunca las caras y a algunos nunca los conocí”, recuerda uno de los autores.
También estaba el “teléfono”, que era hablar por las cloacas, metiendo la cabeza en el inodoro. O el sistema morse con golpecitos en las paredes. O las “palomas” con los “caramelos” que eran mensajes que se ponían en las puntas de un hilito con un peso que se pasaba de ventana en ventana. Y fueron castigados, brutalmente golpeados y hostigados durante cinco años cada vez que los sorprendían. “Sabemos –escriben– que la comunicación es la herramienta básica, elemental y primera de nuestra resistencia, de nuestra moral, de nuestra salud mental. Ellos son conscientes de esto.” El pesimismo del tenemismo era también una forma de resistencia. Igual planificaban imposibles fugas, investigaban cloacas y enterraban en el patio utensilios mínimos que fortalecían sus pequeñas conspiraciones.
Los relatos se suceden uno tras otro contados por el “colectivo”. Son historias de hermandad, de convicciones profundas y transmiten la fuerza de la vida que en los calabozos de la dictadura toma otros significados. “Siempre recordaré las caras –escriben–/de los cadáveres verdes/ que me vigilaban las venas y el cerebro/ y esas luchas victoriosas/ como cantaren Morse/ reírse para adentro/ y escribir en chiquitito/ extrañando la manija de una puerta/ la llave de luz/ imaginando trenes/ ventanas sin párpados/calles/trigales cines/ mesas familiares/ besos/bares, patios, niños/ siendo apenas un/ número pero con una mano/ cerca o una oreja/ o una campana-flor/ o un caracol de compañero.” Los ex presos exorcizaron el pasado, escribieron este libro y volvieron a la cárcel para enfrentar “por primera vez esos muros sin ojos vendados, sin manos esposadas, con la frente en alto, desafiando los cuatro lustros repletos de voces, silencios y ausencias”. Y para cerrar una historia “no negociada, pensando en todos y gozando de nuestras utopías vivientes”.