ESPECTáCULOS › EL BAILARIN Y COREOGRAFO GILLES JOBIN PRESENTA “THE MOEBIUS STRIP”
“Es mi representación del infinito”
El artista suizo mostrará hoy en el Alvear una pieza inspirada en la pintura, en la que los bailarines vulneran la convención geométrica. “Hay nuevas formas de expresión, el mundo está cambiando”, dice.
Por Silvina Friera
La vida es una línea delgada que se enrolla y desenrolla en una sucesión de infinitas mutaciones. ¿Cómo inscribir una huella en medio de la fugacidad de un arte tan efímero como la danza? The moebius strip, del bailarín y coreógrafo suizo Gilles Jobin, que se estrena hoy a las 21 en el teatro Alvear (Corrientes 1659), conjuga la manipulación del espacio, el tiempo y la energía de los movimientos con distintos elementos propios del universo pictórico, de modo que el espectador sentirá que está en presencia de una instalación artística, aunque distante del ecléctico concepto de improvisación. Jobin, en el rol de coreógrafo-pintor, lanza a sus bailarines sobre la intersección de cuadrados dibujados sobre el escenario. Con el trasfondo de una música aparentemente repetitiva, esos cuerpos, limitados por la especificidad espacial, se transformarán en notas dispuestas en una partitura sonora y visual. Un muslo se unirá con los antebrazos y manos o el tórax y los pies. Esas figuras etéreas se encargarán de subvertir las coordenadas geométricamente establecidas: lo plano se vuelve vertical, los intérpretes escalan en tierra y el espacio adquiere relieve.
Después de haber transitado por diversas compañías suizas como bailarín, Jobin se zambulló en el mundo de la dirección coreográfica y obtuvo el reconocimiento internacional con su pieza A+B ¶ X (1997). Residente del Théatre Arsenic en Lausanne y presidente de la Asociación Vaud de danza contemporánea (AVDC), el director, que nació en Suiza, vive en Londres y habla perfectamente castellano, comenta que es la primera vez que viene a la Argentina y “no sé si estoy en Roma, en Madrid o en Buenos Aires”. Esta sensación, que refuerza el mito de Buenos Aires como la ciudad latinoamericana más europea, se contrapone con la desmitificación, en ciertos aspectos, de un país emblema del virtuosismo democrático y organizativo. “Suiza es apenas un barrio de Buenos Aires”, sostiene Jobin en la entrevista con Página/12. “En la danza existe una vitalidad sorprendente. Sin embargo, en el apoyo cultural no estamos tan bien organizados como muchos suponen. Aunque sea un poco caótica la forma de subvencionar, ese caos nos proporciona libertad. Somos pocos y funcionamos como un pueblo chico.”
–¿En qué consiste su sistema “orgánicamente organizado”?
–Está basado en unos procedimientos de disposición del cuerpo o indicaciones de calidad, y los intérpretes tienen que hacer elecciones espaciales, de movimiento y de orden. El bailarín siempre está activo, pensando y funcionando, tomando decisiones en el acto. No quiero llamarlo improvisado, porque es organizado de forma subjetiva por el bailarín, con unas reglas empíricas que invento para cada escena. Pero dentro de esa estructura el bailarín tiene mucha libertad para proponer.
–¿Su intención es combinar el movimiento con algunos de los conceptos de la pintura como perspectiva, líneas, puntos de fuga, relieve y planos?
–Sí, porque el montaje funciona geométricamente y el bailarín está puesto en escena. Se parece mucho a la pintura, especialmente en el modo de organizar la imagen a través de un cuadriculado, que permite tener una base de referencia. Utilizo mucho el tratamiento del suelo y pruebo jugar con la horizontalidad y verticalidad. El espacio se convierte en algo bidimensional y, luego, tridimensional, un juego con el plano que está muy vinculado con la pintura. Mi padre era un pintor geométrico y, gracias a su influencia, me di cuenta de que la geometría era una cuestión puramente orgánica, que tengo un sentido innato de la organización espacial. Esto es un pequeño homenaje al trabajo de mi padre.
–¿Cuál fue el punto de partida de “The Moebius strip”?
–La banda de Moebius, que sólo tiene una cara y representa el infinito, fue el disparador. Empecé a caminar por las líneas del suelo y cuando llegaba al final de mi estudio pensaba que, si la línea es infinita, podíagirar y dibujar, a través de los desplazamientos, un ajedrez con múltiples opciones. Esta grilla, que fui armando en el suelo, era una forma de representación del infinito. No quería ser literal, pero si me muevo sobre una línea no necesariamente tengo que recorrerla en su totalidad sino que sólo puedo hacer una parte de ella. Mi pieza anterior, Braindance (1999), era muy dura porque se trataba del cuerpo mutilado, manipulado con fines políticos, se refería a la muerte y descomposición de los cuerpos. En The Moebius... trato de plasmar lo etéreo, lo universal.
–¿Dónde se ubica en las tendencias de la danza contemporánea?
–Pues no me ubico mucho a mí mismo, pero me ubican dentro del nuevo movimiento. Estoy casado con una coreógrafa y performer española, María José Ribot, también dentro de esta corriente de nuevos creadores. Somos una generación que ha decidido pensar antes de moverse y, como consecuencia de esta reflexión, nos han tildado de “no danza” o “antidanza”. Luego debieron reconocer que tenemos una sólida formación en danza y que esa concepción de no movimiento es una reacción, una afirmación distinta del movimiento. Hay nuevas formas de expresión porque el mundo está cambiando y todos somos sensibles a estas modificaciones. Dicen que recibimos la influencia de las artes visuales, pero me parece que es al revés: ellos abrevan en la espectacularidad del teatro o la danza.