Sábado, 16 de abril de 2016 | Hoy
Por Sandra Russo
Melisa Bogarin, de 30 años, era madre de una beba de apenas más de un año. Trabajaba en el área de Comunicación del Programa Prohuerta de Las Breñas, en Chaco. Según reportó el diario Chaco Hoy, las tareas de Comunicación que ejercía Melisa desde hacía más de ocho años no consistían, como podría sobreentenderse, en redactar gacetillas ni lograr difusión en los medios, sino en la comunicación interna del Programa, que depende del INTA y trabaja con sectores de alta vulnerabilidad en la autoproducción de alimentos. Dada la diversidad de los destinatarios del Prohuerta –agricultores familiares muchas veces con problemas para la subsistencia diaria, poblaciones rurales alejadas de centros urbanos, comunidades originarias–, Melisa trabajaba enseñando que la comunicación era, para esos ciudadanos, una herramienta para expresar sus luchas y sus expectativas. Trabajaba para que fueran ellos sus propios comunicadores.
Melisa y su marido, Germán, se habían sentido muy afortunados en 2015, porque habían salido sorteados en el Pro-Cre.Ar. Eran, junto a su beba, una joven pareja constituida en familia, con trabajo y con el proyecto de la casa propia. En cuatro meses todo se derrumbó. A Germán lo despidieron de la Secretaría de Agricultura Familiar. Al Pro.Cre.Ar, se sabe, le quedó sólo el nombre. Melisa tenía un contrato precarizado extendido la última vez por tres meses. La estabilidad de la familia tambaleaba, porque a los miles de despidos ya ejecutados se les suman en el imaginario colectivo los otros miles que están por llegar. El martes 12 Melisa formó parte de una asamblea de trabajadores en el Chaco. Se presentó, comenzó a hablar de sus miedos y cayó desvanecida. Murió un rato después. Esa es otra forma de opresión. La opresión en el pecho de Melisa.
Un día antes, el lunes 11, la gobernadora María Eugenia Vidal visitó Bahía Blanca. Allí la recibió una protesta de auxiliares docentes nucleados en Soeme (Sindicato de Obreros y Empleados de la Minoridad y la Educación). Le reclamaban por lo que había ocurrido un par de días antes en Mar Del Plata, donde una auxiliar docente de la escuela especial 506, Yolanda Mercedes, de sesenta años, también con muchos años de antigüedad, fue a cobrar su magro sueldo de 6000 pesos, y sufrió un infarto letal cuando advirtió que por una quita inexistente de colaboración, le habían descontado casi todo: en su cuenta bancaria había depositados sólo 40 pesos.
Ese caso tuvo cauce judicial. El gremio hizo la denuncia en el Juzgado en lo Contencioso Administrativo N1, a cargo de Luis Arias. Se hizo lugar al reclamo de Soeme y se dispuso la devolución de los descuentos indiscriminados aplicados sobre los auxiliares docentes. El gremio presentó además una denuncia penal contra la gobernadora por “homicidio culposo” en una comisaría marplatense. La protesta en Bahía Blanca, en cambio, el cauce que tuvo fueron los gases y los palos. La ciudad vivió una tarde de intensa represión, de la que Vidal huyó rápidamente. Los medios se callaron, como callan vergonzosamente cada día.
Este jueves, tras un acto en Lavallol, el presidente Macri fue consultado sobre ese caso, el de la mujer a la que arbitrariamente le habían dejado 40 pesos de los 6000 de su sueldo, en un “error de carga” sin retorno, porque ese saldo inexplicable se llevó su vida. Macri se va superando sorprendentemente en la gelidez social que siente. En la desconexión. Aun cuando amague, como esta semana, con retomar la imagen de hombre sensible que explotó durante la campaña, diciendo que “los despidos nos duelen a todos”, lo traicionan sus lapsus. Acto seguido pronunció el “mínimo, mínimo” esfuerzo que está haciendo para que “todos estemos mejor”.
En Lavalloll su respuesta, en esa clave gélida, dejó a todos precisamente helados. “Te la debo, no estoy en tema”, fue la respuesta. Macri no sabía nada sobre esa mujer que murió después de un descuento mal hecho. Y eso que por la muerte de esa mujer su gobernadora fue denunciada penalmente. No sabía. No estaba en tema. No cuesta nada creerle esa respuesta. Con todo su blindaje emocional, esa respuesta es más creíble que el “siempre, siempre” que le decía a una mujer pobre que en la campaña le pedía “Pero acordate de nosotros”. “Siempre, siempre”. Así ganó. Haciéndose el que estaba en tema. Visitando casas humildes para sus spots, y fingiendo que los temas de los humildes serían los suyos.
Sería inútil preguntarle si sabe quién fue Melisa Bogarin. Sería inútil intentar transmitirle qué cielo raso puede caerse sobre el alma de alguien que ve cómo en cuatro meses sus herramientas para la felicidad sencilla que había construido iban siendo eliminadas una por una. Es absolutamente cierto eso de “Te la debo”. No es una muletilla inocente. Cada una de las políticas aplicadas hasta ahora por el macrismo es una deuda interna que no será Macri quien saldará. No sabe cómo hacerlo, no le interesa, no está en tema.
En el mundo en el que nos metió este gobierno nunca se saldarán cierto tipo de deudas con el pueblo. Más allá de los casos extremos de Melisa, de la auxiliar docente de Mar del Plata –el jueves falleció otro trabajador despedido de la Biblioteca Nacional, luego reincorporado cuando se enteraron que estaba recién operado del corazón–, hace cuatro meses que los sectores populares, bajos y medios, han sido inyectados con una dosis incalculable de infelicidad. No habrá pago de deuda, de esa deuda, porque no está en la naturaleza política de Macri reparar lo que no sabe, ni está en su agenda, ni le importa, ni lo conmueve.
Del apretado y nutricio contenido del discurso de Cristina Kirchner en su regreso, vale aquí subrayar la resignificación de la noción de libertad. No es una idea nueva, es más bien una idea sepultada y rescatada ahora del pozo de escombros neoliberales de sentido. Ellos hablan catatónicmente de la libertad del dinero. Lo que debe circular no son las personas, es el dinero. Lo que debe preservarse no es la vida, es el dinero. Tal como hoy está el mundo bajo el control de las finanzas, es hora de hablar de la libertad de pensar, de comer, de amar, de vivir, de expresarse, en fin, las libertades que garantizan las leyes. Este dispositivo acelerado de poder no se detiene en los cuerpos ni en los espíritus de los otros, encaramado en un miriñaque de odio, sembrado de excusas y mitologías que expían su opresión o aplastamiento. Desde allí abajo tendremos que arrancar. No de la libertad de vivir dignamente. Retrocedimos casilleros. Hay que ocuparse colectivamente de la libertad de vivir en libertad.
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