Sábado, 16 de abril de 2016 | Hoy
SOCIEDAD › OPINION
Por Fernando D´addario
Los últimos días fueron generosos en protestas urbanas, pero las de los taxistas y los manteros marcaron la agenda. A priori, y desde la forma, ambos conflictos –Uber vs. taxistas y manteros vs. comerciantes “en blanco”– son análogos y encierran una dicotomía básica: trabajadores formales (taxistas en un caso, comerciantes en el otro) se enfrentan a trabajadores informales y precarizados (socios de Uber en un caso, manteros en el otro). Podría añadirse, a la hora de las semejanzas, la natural inclinación de miles de personas a consumir este tipo de servicios informales y la tendencia a poner el dedo acusador sobre los entes virtuales que los gobiernan y a los que nadie les ve la cara (la multinacional Uber, la “mafia” oculta que maneja a los manteros).
La opinión pública, siempre tan sensible a la construcción de sentido común provista por los medios, viene dando –al menos a través del dictamen provisorio y relativo de las redes sociales– un veredicto que contradice la lógica del esquema expuesto en el primer párrafo. La “gente” parece ver con buenos ojos a Uber (precarizados e informales) pero no a los manteros (precarizados e informales). En un caso acepta la informalidad y en el otro la critica negativamente. Por otro lado, defiende a los comerciantes que pagan sus impuestos pero mira de reojo a los taxistas que también pagan sus impuestos. El motivo, aunque sujeto a análisis más profundos por parte de especialistas, surge a simple vista: ese esquema analógico es válido en la forma, pero falaz en su fondo ideológico. Porque la dicotomía “formal” vs “informal” es menos determinante que la inversión, en este caso, de las jerarquías sociales. Los precarizados “socios” de Uber (a quienes el imaginario asocia a una vaga idea de modernidad y progreso) están un escalón por encima de los precarizados manteros (a quienes el imaginario asocia con el atraso y la marginalidad). Y los comerciantes registrados, en tanto, superan en prestigio social a los taxistas igualmente registrados. Estas diferencias, casi siempre subyacentes, se filtran en las valoraciones del “argentino medio”, categoría que excede al “argentino de clase media”.
Es así que, ante cualquier conflicto, las preferencias, las simpatías, las broncas, las identificaciones, los miedos, no suelen atenerse a observaciones racionales y objetivas. Lo que prevalece, generalmente, es el prejuicio de clase. Un prejuicio que, generalmente, responde a intereses superiores a esa clase.
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