Domingo, 9 de octubre de 2016 | Hoy
Por José Pablo Feinmann
Tantas voces se arrojan en el desierto. Estas anotaciones pertenecen al siglo XXI. Si el último siglo expresó la muerte de las utopías, se agotó intentando ahogarlas. También murieron las otras muertes decretadas. Las mató el belicismo imperial. Y el terror fundamentalista. A la muerte de la historia la sucedió el choque de civilizaciones. La globalización y la llamada guerra contra el terror. Las Torres sirvieron para lanzar la petroguerra.
Las voces que se arrojan en el desierto son muchas. No una. Pero no están interconectadas. Ninguna escucha eso que la otra dice. El desierto es más fuerte. Crece. Y crece incesante.
Qué es el desierto. La muerte de los significantes. Ningún significante significa nada. No significa porque el desierto lo nihiliza. ¿Cuál es el estado espiritual del hombre que asiste a la caída de los significantes? La incerteza. La no certeza. No hay proyectos convocantes. Renacieron en este siglo. Hay un exceso de Dios. Todos tienen su Dios. Todos hacen lo suyo invocando a Dios. La cuestión no es si existe o no. Vivimos la época del exceso de Dios. Dios no es neutral, dijo Bush. Dios pertenece a la democracia. Y se encarna en el complejo militar industrial. América, la de ellos, la que ellos creen única, inventó a Dios. Dios arroja misiles para que el imperio mega comunicacional se sienta seguro. Con Dios de su lado se siente invencible. Está muy fuerte. Está terminando con los populismos suramericanos. Tiene poderosos aliados internos. Sabe lo que quiere.
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La realidad real es la guerra. Dios no está. Están las guerras.
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Tiempos en que la esperanza baja sus alas, que son muchas. Camina por nuestras calles un personaje triste. Lo llena de tristeza el mundo. Y esa herida incesante que es el país.
Se vive la época de las grandes preguntas metafísicas. Por qué. Para qué. Hacia dónde.
El estado islámico es una creación de la guerra fría. Estados Unidos y la Unión Soviética armaron el Islam. Que no tiene un proyecto de superación cultural y político que vaya más allá del imperio occidental. Por eso se propone destruirlo.
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No son una novedad las pistolas lanza rayos. Misterix tenía su pila atómica. Los marcianos de ¡Marte Ataca! sus pistolas mortales. Flash Gordon su pistola espacial. No se proponían reprimir motines. Misterix y Flash Gordon eran héroes. Los marcianos de ¡Marte Ataca! eran malos. Tampoco querían reprimir motines. Sólo destruir la humanidad. No deberían preocuparse. Los hombres se encargan cotidianamente de esa tarea.
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Si gana Trump, Suramérica deberá preocuparse. Si gana Hillary, también. Hubo una pintada en calles de Buenos Aires antes de una elección presidencial. Decía, si gana alguien me voy del país.
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Decía Shakespeare, en Macbeth, de todas las cosas inexplicables, la más inexplicable es que el hombre tenga miedo, pues la Muerte, fin inexorable, vendrá cuando tenga que venir.
Sin embargo, lo que temen siempre es la muerte. Hacen todo lo que hacen para evitar pensar en ella. La entera historia humana es el vano intento de los hombres para no pensar en su finitud. Hasta hacen guerras para evitarlo. Y hasta mueren en esas guerras.
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Gran parte del país vive sumido en una pasividad depresiva. Cómo sucedió esto. Hebe dijo, no hay que deprimirse. Pero los argentinos se deprimen con los tarifazos, la inflación, el costo de vida. No saben qué hacer. Piensan, qué cosa, la vida es una porquería y encima te la cobran.
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