CONTRATAPA
Hechos, pedazos
Por Rodrigo Fresán
UNO Por un lado están los hechos, por otro los pedazos y, en ocasiones, unos y otros se juntan y se convierten en deshechos: fragmentos de lo que alguna vez fue algo y que ahora vuela por los aires hecho pedazos. Esos pedazos de hechos que, una vez vueltos a unir, son los que acaban haciendo historia, haciendo la Historia. El problema es que siempre se queda por el camino algún pedazo y entonces nunca se entienden del todo los hechos.
DOS En los canales de televisión de Estados Unidos –como ocurriera con aquellos clavadistas agónicos del World Trade Center en septiembre 2001 o con los soldados volviendo a casa ascendidos a ataúdes– no pasan las escenas de esos hombres de negocios americanos que la semana pasada tuvieron la mala suerte de intentar cruzar el puente equivocado en la ciudad de Faluya sobre el río Tigris. La explicación, claro, es que es de mal gusto mostrar cosas así. Lo que no impide, claro, la repetición hasta la náusea de los cadáveres reconstruidos de los hijos de Saddam o los trozos de pasajeros desparramados en las vías de los trenes de Madrid. La idea de que los muertos ajenos son una práctica y didáctica moraleja mientras que los muertos propios es mejor enterrarlos bajo la alfombra delata, en realidad, esa ingenuidad que hace que los norteamericanos “pierdan la inocencia” una y otra vez desde la teatral muerte de Lincoln, los escándalos de los programas de preguntas y respuestas en los ‘50, los magnicidios marca Kennedy, los martirologios de King y Malcolm X, la guerra de Vietnam, Watergate y siguen las fechas y hay efemérides para tirar al techo. Con el correr de los años, los pedazos de semejantes hechos amenazan con narrar una versión alternativa de lo sucedido y así nada se pierde todo se degrada y lo que se pensaba como épica acaba siendo nada más que entropía. Hasta Pearl Harbour –el único hito aparentemente intocable e inmaculado, ese “día de infamia” que fundó la conducta del Imperio en el que ahora vivimos– no aguanta un examen a fondo. La otra noche, en una entrevista televisiva al siempre polémico escritor/personaje Gore Vidal, el autor de numerosas novelas históricas recordaba que casi ningún norteamericano fue en su momento informado de las presiones que EE.UU. ejerció sobre Japón –económicas, políticas– para obligarlo a pasar al ataque y que pocos recuerdan las palabras de Roosevelt por entonces: “Jamás llevaré a mi país a una guerra ajena”. El problema se solucionó rápidamente, sonrió Vidal: “Se nacionalizó una Guerra Mundial”. Y todos felices. Como ahora.
TRES Las imágenes del linchamiento y la incineración y descuartizamiento de los cuatro contratistas americanos se vieron, sí, con radiante claridad en el resto de los televisores del mundo. No sólo se vieron los pedazos de cuerpos sino la furia imposible de reducir a fragmentos de iraquíes convertidos en animales por la furia de saberse invadidos. Son, claro, postales terribles que se vuelven aún más intimidantes cuando se comprende que una cosa es una guerra económica (la que Estados Unidos piensa estar librando disfrazada de “contra el terrorismo”) y otra cosa muy diferente es una guerra religiosa (la de los terroristas profesionales y, con el correr de los meses, los cada vez más fanatizados mártires amateurs) que no conoce de límites ni fechas de vencimiento. Así, detenciones en Inglaterra y en Francia. Así, una guerra religiosa –igual que Dios– está en todas partes. “¡Alá es grande!” gritaban los poseídos mientras desarmaban norteamericanos.
CUATRO Y todo parece indicar que los pedazos de la guerra –las esquirlas de los hechos lejanos– caen ahora sobre España y ya nada es como era. Desde el pasado 11 de marzo, la vida es otra y la muerte es ésta, y hasta las noticias de detenciones de líderes de ETA parecen ahora acompañadas del perfume de la nostalgia. Tampoco se les da demasiada importancia a las escaramuzas de pasillo entre el PSOE y el PP a la hora de preparar el cambio de guardia: relevos de soldados, composiciones de Congreso y Senado y hasta las encuestas que dan como ganador a Zapatero y a sus muchachos en las próximas elecciones europeas de junio (lo que haría trizas la teoría del PP de que perdieron “de manera extraña” porque se votó en estado de animación suspendida) poco y nada importan. Aquí hay asuntos más urgentes. Así, el viernes pasado saltó la mala noticia de que se habían encontrado explosivos listos para despedazar en las vías de un tren de alta velocidad y se quebró hasta nuevo aviso la calma de una supuesta tregua de Al Qaida hasta que asumiera Zapatero y se hiciera efectiva su intención de retirar tropas. El sábado –cuando los televisores ofrecen fútbol o pachanga– las ondas fueron intervenidas por el asedio a un piso de las afueras de Madrid donde habían sido acorralados los ejecutores del 11-M y así pudimos ver, en vivo y en directo, más explosiones y más pedazos de gente gritando “¡Larga vida al Islam!” mientras moría. El edificio quedó como el número 13 de la Rue del Percebe de la célebre historieta española: todo al aire. Los noticieros de Estados Unidos no dudaron a la hora de transmitir estas imágenes para que el pueblo todo vea contra lo que están luchando y lo malos que son los malos mientras –volvemos a estudios– se anunciaba rapidito y en voz baja que la Casa Blanca “revisará” el informe del 11-S antes de hacerlo público. No vaya a ser que tenga errores de ortografía.
CINCO Y el domingo las “fuerzas de paz” españolas del destacamento Al Andalus, al sur de Bagdad, tuvieron su bautismo de fuego cuando se les vino encima una avalancha de chiítas. Murieron veinte locales y algún visitante y la arena ahora les llega al cuello a los soldados españoles mientras mascullan que la llegada à la Rambo de los norteamericanos arruinó meses de trabajo y de buenas relaciones. “Nos causan más problemas que ayuda”, dijo un capitán ibérico mirando al cielo y contando los segundos que faltan hasta el 30 de junio, hipotético día de la triunfal retirada. Nadie lo puso mejor que un amigo español mientras mirábamos hechos y pedazos de terroristas musulmanes en la tele del sábado transmitiendo desde un explosivo suburbio de Madrid: “Que vuelvan pronto las tropas a España”, dijo. Y agregó: “Todo parece indicar que vamos a necesitarlas aquí”.