ESPECTáCULOS

San Pedro Rock, la última gran ceremonia del verano

En tres jornadas calientes, 25 mil personas le pusieron el cuerpo a un festival que supo resolver grandes diferencias estilísticas con un saludable espíritu de convivencia. Brillaron Las Pelotas, Catupecu Machu y Pappo; Vicentico reactualizó un viejo cantito dedicado a los militares y La Mona Jiménez se pasó de nacionalista.

 Por Cristian Vitale

En un rapto de lucidez, Vicentico volvió a mostrar cuán lejos está de aquel pelado botón: después de Desaparecidos, la multitud coreó un obligado “Hay que saltar... el que no salta es militar” a lo que el ex Cadillacs respondió: ¿Militares? Los milicos de hoy son Jorge Rial, Daniel Hadad, Feinmann, Sofovich... esos putos del orto son los milicos de hoy”. A nadie sorprendió que unos de seguridad le gritaran “callate gordo”. A tono, Germán Daffunchio –con remera del EZLN– puso el punto con una simple duda: “¿Alguien se preguntó dónde está Cavallo?”, en la intro de Esperando el milagro, de Las Pelotas. Hubo también exabruptos. La Mona Jiménez, bonus track del encuentro, se fue de boca en una arenga: “Loco, parecen bolivianos y peruanos. Esto es Argentina (...)”, brote xenófobo del que tampoco zafaron los chilenos. El Otro Yo, en cambio, supo presentar mejor su patriotismo: “No importa la zapatilla de marca que usás... EOY apuesta siempre por Argentina”, soltó Cristian Aldana.
Parte del jugo del San Pedro Rock II estuvo dado por esta sana y –a veces– enriquecedora costumbre de bajar línea desde escena. Otra parte superó el plano discursivo para transformarse en una cuestión de actitud: tolerancia y convivencia entre músicas disímiles –sobre todo el sábado–; paz –ni un incidente en tres días de música con 25 mil personas en total– y detalles que no deberían pasar inadvertidos, como aquel pibe con el símbolo nazi en la espalda vivando a Almafuerte, o la simple mención de que las 25 bandas presentes pudieron cumplir los minutos asignados a sus sets. San Pedro fue color y alegría: un camping lleno pibes y pibas compartiendo el ritual de escapar de la urbe; La Chilinga poniendo tambores en las esquinas y un público local dispuesto a recibir a las bandadas rockers de buena gana. “Estábamos esperando esto desde el año pasado”, dijo al pasar un cincuentón sampredrino, mirando el desfile hacia la cancha desde un café de la principal.
11.800 personas hicieron del domingo la fecha más concurrida. La intuición colectiva percibió que se vería lo mejor. Y así fue. En gran parte por el brillante show de Las Pelotas: el grupo de Nono reconfirmó que se trata de una de las bandas más importantes del rock local, con un set de 24 canciones, muy bien dispuestas, y apuntaladas por la buena onda entre Daffunchio y Sokol. Hubo momentos para todo: psicodelia melanco y sórdida (Sombras y Boca de pez); bloque de amor para los chicos y chicas que Las Pelotas enamora (Mareada, Será y Bombachitas rosas); el infaltable segmento reggae (Transparente, Me fui, Hawai), versiones categóricas de Muchos mitos y Orugas, y banderas argentinas a pleno para silbar el himno yanqui que cierra Capitán América. Un show impecable, cuyo toque distintivo devino de una canción de intro sórdida y final agudo. “Este tema es de alguien que no está, pero está. Y le hubiese gustado tocarlo acá”, trasmitió Daffunchio antes de sorprender con el viejo Astroboy.
Las Pelotas fueron un cierre digno para una jornada que había comenzado temprano con Buffer, Infierno 18, Karma Sudaka, Nativo y Mississippi. Y que prosiguió con otra de las sorpresas: Pappo, que tocó como nunca. En los antípodas de la actuación de Cosquín, desplegó un set que ameritó dos bises y demandas varias: desde una apoteótica versión de Hombre suburbano hasta Ruta 66 para rockear, pasando por el aplanador solo que regaló en El viejo y una corrida por el escenario que desnudó kilos de más y un buen estado de ánimo durante Rock and roll fiebre. Niveló Rata Blanca con un set plagado por problemas de sonido –único en los tres días– y esa tendencia al brillo personal de Giardino, que destiñe.
La apuesta del sábado (con 9600 personas) era fuerte pero no tan pareja: en un rincón Fito Páez y Vicentico; en el otro Carajo y Almafuerte y en el medio Arbol, El Otro Yo y Súper Ratones. El riesgo no pasó a mayores, pero provocó movilidad. A diferencia del domingo, el público entraba y salíaacorde a sus gustos, sectarizando la jornada pero en un marco de respeto. Bienvenido el silencio de Ricardo Iorio que transformó al show de Almafuerte en uno de los mejores, tal vez junto al de Arbol. Optó bien y se dedicó a cantar en vez de hablar. Con el apoyo del guitarrista Claudio Marciello y una banda que sigue sonoramente intacta, recorrió su acervo con Del más allá, Convide rutero, Tú eres su seguridad y Sirve otra copa pulpero, con un Marciello en llamas, para deleite de una de las hinchadas más populosas. Intachable también el set de Arbol, que exhibió lo suyo con La vida y Enes.
“Los viernes siempre son flojos... pasó el año pasado. Creo que repite hoy.” Uno de la organización pronosticó la escasa concurrencia del viernes, que no llegó a cinco mil personas: ni el esfuerzo de Catupecu Machu, ni el muy buen concierto de Mimi Maura alcanzaron para comparar con lo que ocurriría luego. “¿Vieron que la Mona es un rockero de ley?”, diría Fer Catupecu, sobre el motivo que marcó la pluralidad del San Pedro. Pese a los exabruptos y bienvenido con banderas Stones y remeras variopintas, la Mona divirtió y se bancó los claros con una dignidad mayor que Babasónicos. Pero si algo le faltaba al festival para romper moldes fue la presencia estelar de Jesucristo... bailando. “Nosotros bajamos a Jesús de la cruz y lo ponemos a bailar”, anunció el cantante de Rescate, banda de “rock cristiano” que apareció y se desprendió rápido con frases de misa.

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Las Pelotas cerraron por todo lo alto la fecha del
sábado, la más concurrida del San Pedro Rock.
 
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