ESPECTáCULOS › LAS PAUTAS DETRAS DEL GUION DE “LA NIÑERA” ARGENTINA
“El humor necesita víctimas”
Halagados por un comentario positivo de la revista Vanity Fair, Axel Kuschevatzky y Diego Alarcón analizan la construcción de los guiones en la versión local, que cuela sus propias reglas.
Por Julián Gorodischer
“Así como hay un espaghetti western –dice Axel Kuschevatzky, guionista de La niñera– ahora existe la sitcom argenta.” Un género que incluye bromas pesadas y bromitas lights que se suceden una tras otra con la velocidad que define a la comedia de situación, pero aplicada a Pepito Cibrián, Luis Ventura, Susana, Macri y siguen las firmas. La jugada abre polémica y genera réplica, así sea chisme, pase de facturas o simple adaptación a lo local. En el principio, el guionista K. (erudito cinéfilo, director de la revista La cosa, voraz espectador de cine clase B) y su coequiper Diego Alarcón iniciaron su propia misión imposible: los cotejarían con “una de las diez mejores series de la historia”. Los primerizos manejaban, apenas, un decálogo impuesto por los custodios del éxito-Sony, tan vigilado como la fórmula de la Coca-Cola. Cada regla empezaba con un “No”. Ni variar un personaje, ni meterse con “la estructura”, ese dogma que –parece– garantiza la reproducción de la especie. K. y A., como ruidosos y carcajeantes Ren y Stimpy (pero frente a los ídolos que nos tocan) agregaron un ítem más personal: “No nos privaremos de tirar dardos a todos y cada uno de los miembros de esa cosa grande, amorfa e imprecisa llamada farándula”.
Son acreedores de un elogio contundente del crítico de la Vanity Fair: “Lo hacen mejor que Jeff Lerner” (el guionista de la serie estadounidense). Reescriben la última carilla de cada escena bajo premisa particular: “Los yanquis –asume Kuschevatzky– no manejan el concepto de latiguillo”. Aceleran ritmos, cambian remates y transforman a un cantante folk del oeste en Kevin Johansen, o convierten a un típico concurso de besos de provincia estadounidense en algo más afín a la mentalidad local: un casting. Obsesionada con la farándula, criada por la televisión y, por esta vez, infiltrada en el mundillo del productor teatral, la niñera versión argentina introduce algunos tópicos poco frecuentes: es judía, hija y nieta de solteras, pero ante todo es una fan. Pero no una de esas acríticas seguidoras de sus objetos de deseo, sino un extraño espécimen que admira, envidia y odia por igual: desintegra los mitos que también la rigen. Flor Finkel es implacable no sólo con el mediático argentino promedio (la vedette y el gay escandaloso) sino asociando libremente como “un francotirador –dice Alarcón– de ojos bien cerrados”.
Axel Kuschevatzky: –Nos divierte que nos levanten los chimenteros. Experimentamos con el humor de referencia y decidimos abrir el abanico de cargables. Cuando hicimos un chiste sobre la Tota Santillán se ofendieron todos menos él. Después lo invitamos y nos redimimos.
Diego Alarcón: –Estamos rodeados de grupetes que discuten sobre cualquier cosa: el argentino es un tipo al que le gusta estar informado. ¿Por qué permanecer ajenos a eso que pasa?
A.K.: –Pero las referencias nunca deben interrumpir la narrativa. Lo que se cuenta tiene que estar por encima. En los dos primeros episodios había muchas más porque sabíamos que iban a impactar.
D.A.: –Por la génesis del humor argentino necesitamos víctimas, sin caer en el trazo grueso de Rompeportones.
Un personal trainer, nada menos que Jeff Lerner, les impuso algunas normas: Flor actuaría siempre en positivo, sin replicar a los embates de Teté (Carola Reyna). Teté, por lo contrario, sería un centro expulsor de odio. Así, la niñera fue judía como en el original, e inauguró una etapa de protagonistas salidas de minorías. Pero no es la judía típica y también habla del país: empobrecida, sin sueños de progreso, como testimonio de un nuevo panorama bipolar que enfrenta al nuevo rico de Barrio Parque con el venido a menos. La sitcom argenta se nutre otra vez de las noticias, pero no sólo apunta a las secciones de espectáculos. ¿O sí?
A.K.: –La pregunta es: ¿podrán aceptar a una judía que no responda al estereotipo de la clase media judía?
D.A.: –Yo no lo vería como un choque de clases, sino más bien como la llegada de la niñera a un universo cerrado y sin afecto. Acentuamos que la mansión sea un mundito ensimismado, con graves problemas afectivos. La elección de Barrio Parque fue porque las construcciones se parecen a la casa original.
A.K.: –Iraola tiene problemas con su clase: no hizo su fortuna con las comedias musicales, la heredó. El tipo no se llenó de plata en los ‘90, no es un producto de la década del vaciamiento. Es un millonario con culpa.
–¿Y cómo hace un autor para “marcar” su obra cuando está ceñido a pautas tan rígidas desde afuera?
D.A.: –La estructura nunca se toca, salvo excepciones. Hoy tenemos que adaptar un concurso para besar a un cantante de música country. En cambio, se verá un casting de besos para un video de Kevin.
A.K.: –Los más fáciles de adaptar son los episodios en que no se joden equivalencias. El resto es cambiar las referencias. Donde Fran Fine dice Andrew Lloyd Weber, Flor Finkel dirá Pepito Cibrián. Ah, Pepito se enojó porque no le avisamos.
D.A.: –Pero le gusta...
Un adaptador se aferra a nuevos méritos que se relacionan, por lo general, con el filtrado: así se logra el sesgo personal. Así se cambia sólo un poquito para evitar el calco. En recorrida por el set, van señalando los aportes, toques de gracia que incluyen un adornito de la escenografía (“Recuerdo de Mar del Plata”), una ubicación geográfica (“...el salón de fiestas de la tía en Villa Crespo”) o un acierto del casting. ¿Un ejemplo?
D.A.: –Florencia está mucho más fuerte que Fran Drescher.
–¡¿?!
D.A.: –Sí, tiene esa cosa sexy que traspasa la pantalla. A veces hasta es difícil encontrarle esa cosa naïf del original. Tiene algo muy sexual, pero no alardea: se le escapa. Le pasan las cosas a pesar de...
A.K.: –Qué tema, lo sexual. El yanqui es bipolar: o no ponen nada o hacen que la abuela utilice un queso crema como lubricante. Cuando eso se vio, acá hay gente que no lo podía creer.