CONTRATAPA

Ser documental

 Por Rodrigo Fresán

UNO Ya lo dije: todos esos que advierten una y otra vez en cuanto a las altas dosis radiactivas de violencia, chismes y sexo al que se expone un niño frente a un televisor harían bien en preocuparse por otros rasgos del fantasma en esa misma máquina. Me refiero a los documentales. A esos mensajes en botellas lanzados a los océanos del Discovery Channel o del History Channel. Nada aterroriza más y mejor que un buen documental. Nada causa más pánico existencial que esas prolijas revisitaciones de nuestro pasado y presente y futuro. Nada es más terrible que la claridad casi divina de esa voz en off –que, estoy seguro, tiene que ser muy parecida a la voz de Yahweh, Shiva, Ra o Cthulhu– explicándonos cómo es la cosa, cómo era cuando no estábamos y cómo será cuando ya no estemos. Pensar en los documentales como en los noticieros de la eternidad.

DOS Y –al igual que ocurre con los noticieros– los documentales nos gustan cada vez más a medida que vamos envejeciendo, se va acumulando data y, sí, podemos ir armando en nuestras cabezas un documental sobre nosotros mismos. Un documental imperfecto pero sentido que nada tendrá que ver con aquellos que sufríamos en nuestra infancia: esos engendros marca Disney donde la voz se limitaba a informarnos de lo que, supuestamente, pasaba por la cabecita de un mapache o de un delfín o de un puma y nunca eran malos pensamientos. Con el arrastrarse de los años –cada vez más cerca de esa luz al final de este túnel o de ese túnel al final de esta luz–, parecemos sentir una necesidad más non-fiction que fiction que nos ayude a ubicarnos mejor en esa tangible nada que es el inabarcable todo que nos rodea.
No me refiero tampoco –está claro– a los efímeros vientos que se desprenden ahora del Huracán Michael (Moore), sino a productos sin fecha de caducidad; a significativos documentales que no envejecen y que, por lo contrario, nos hacen sentir cada vez más viejos a nosotros.

TRES Y esto es lo más impresionante de todo: los documentales nacen, crecen y se reproducen cada vez más rápido. Lo que hace apenas un par de meses leímos en el diario como noticia estrella en las páginas más ominosas de los diarios (ese agujero negro sobre blanco donde se informa a la ciudadanía toda de los últimos hallazgos sobre lo que sucedió primero y hace mucho o se exponen novedosas postales que siempre estuvieron ahí, pero recién ahora se revelan cortesía de alguna sonda) se convierte en recién hecho documental (la semana que viene ya se emitirá algo sobre el recién “descubierto” Homo floresiensis) con la ayuda de la computación, las infografías animadas y, ay, esa voz, esa voz... Ayer, por ejemplo, me costó conciliar el sueño luego de enterarme de que los anillos de Saturno (planeta al que míticamente se considera como patria de la bilis negra, o Mal de Saturno, o Melancolía) emiten sonidos melódicos al ser atravesados por meteoritos. Quienes escucharon su canto lo han descrito como “parecido a la música de las viejas películas de ciencia-ficción”. Pronto, seguro, saldrá el disco. Pero lo que me produjo una mayor inquietud fue otro documental donde se postulaba la teoría de que el universo no es tan inmenso como creemos –de acuerdo, no deja de ser grande; pero no es tan grande– y que mucho de lo que contemplamos cuando alzamos nuestra vista al cielo de la noche no es otra cosa que el efecto producido por espejos cósmicos enfrentados a otros espejos produciendo la sensación de falso infinito. ¿Por qué me angustió tanto esto? ¿En qué afecta mi vida? Probablemente en nada; pero hay algo terrible en haber vivido más de cuarenta años intentando digerir la pesada noción de la ausencia de límites para que ahora me reduzcan el presupuesto para los efectosespeciales. Así, parecería que estos cósmicos documentales de nueva generación –subliminalmente o no– intentan que dejemos de pensar tanto en el espacio exterior para que nos concentremos en lo que sucede más cerca. Pronto el Big Bang, seguro, será más little de lo que creímos. Más chispita que estallido. Y ya casi nos hemos resignado a la ausencia de vida inteligente en el universo y al raro milagro de ser únicos y ser tan imperfectos.

CUATRO Lo recomendable es, cuando la exposición al cientificista Discovery Channel alcanza niveles peligrosos, pasarse al History Channel y recibir el bálsamo del pasado. En el History Channel casi todo ha sido consumado: paisajes de imperios que ahora son ruinas, memoria imperfecta de héroes que pudieron haber existido o no, cascos y lanzas y biplanos y hongos atómicos y metraje sepia donde hombres y mujeres tienen rostros que hoy ya no se consiguen, que han dejado de fabricarse. En ocasiones, cada vez más seguido, el presente asoma su cabeza despeinada y sus ojos con lagañas y su mal aliento.
Creo comprender que el protagonismo del presente en la memoria del History Channel se incrementó a partir de aquel 11 de septiembre del 2001, cuando volvió a ser evidente –de la manera más espectacular– el hecho de que la historia se hace y se deshace aquí y ahora; y que ya no hay siquiera tiempo para esperar a que la perspectiva histórica ponga las cosas en su sitio. Fukuyama se equivocó: no era El Fin de la Historia, era El Comienzo de la Histeria, o de la Historia como el espasmo de lo inmediato. Una historia cada vez más presente para la que el pasado es para los viejos y el futuro no llega nunca.
Dicho y hecho y hoy mismo contemplo con cierta inquietud esa foto en la que Bush besa a un ser mitológico muy parecido a Gollum o al Grinch y que se llama Condoleezza Rice mientras el History Channel emite un documental sobre la vida de la hoy “mujer más poderosa del planeta”. Y yo no veo la hora de que las próximas elecciones norteamericanas nos traigan una suerte de duelo Alien versus Predator: Condoleezza versus Hillary, negra contra rubia y que –por favor, por lo menos sería gracioso– ese gran actor conocido como Bill Clinton acabe cumpliendo el rol de primer damo. Estoy seguro de que sería un excelente anfitrión. Mientras tanto y hasta entonces, en el documental de hoy, los amigos de Condoleezza la definen como “simpática” y “divertida” y “muy cariñosa”. Los reyes y presidentes y primeros ministros del resto del planeta, parece, tienen otra opinión. Pero ése es otro documental.

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