CULTURA › NESTOR KIRCHNER, LOS REYES DE ESPAÑA, HECTOR TIZON Y CARLOS FUENTES ABRIERON EL CONGRESO
“El mundo no sería mundo sin las palabras”
La jornada inaugural del III Congreso Internacional de la Lengua Española arrancó con las complicaciones del Tango 10 y un atraso de hora y media. En el Teatro El Círculo, en una ciudad ganada por los nervios del debut, Héctor Tizón y especialmente Carlos Fuentes magnetizaron al auditorio, que aplaudió de pie.
Por Silvina Friera
Tantos percances hubo en la previa del encuentro más importante para la comunidad iberoamericana, que no podía faltar un desperfecto con el Tango 10 justo en el día D, cuando el presidente Néstor Kirchner y la senadora Cristina Fernández, presidenta honoraria del III Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE), estaban por despegar de Aeroparque (ver página 2). En el reluciente teatro El Círculo, los escritores, académicos y periodistas esperaron más de 90 minutos, mientras una luz con el logo del congreso recorría los palcos de la sala. Algunos no disimulaban la molestia que les provocaba la demora que aplazó el inicio del CILE. María Kodama, un tanto irritada por la impuntualidad, no dejaba de acomodarse la pollera. Sin embargo, el campechano Ernesto Cardenal era el que lucía más relajado: con sandalias, boina y jeans, el nicaragüense leía un libro sin inmutarse por los rumores y el cuchicheo entre sus pares: Tomás Eloy Martínez, Mempo Giardinelli, Alfredo Bryce Echenique, Elvio Gandolfo, Tomás Abraham, Jorge Edwards, Angélica Gorodischer, Jorge Riestra y Ernesto Sabato, entre otros. Finalmente, cuando llegaron los reyes de España y el primer mandatario, comenzó la sesión inaugural.
“Por el lenguaje se define mi presencia en el mundo”, confesó el nonagenario narrador español Francisco Ayala, encargado de inaugurar los discursos, en un mensaje grabado que fue proyectado en las cuatro pantallas gigantes del teatro. Ayala situó a la lengua en un estatuto comunitario para todos los seres humanos: “No hace falta ser poeta, dramático o filólogo para que la lengua resulte algo propio a nuestra especie, algo inherente a la humana condición”, señaló. “Mi larga vida está embarrada por el uso del idioma, de este idioma español que he tenido la suerte de practicar en mi tierra europea como en la generosa extensión del territorio americano.” El mexicano Carlos Fuentes, quien habló en representación de América latina, parecía un actor de cine recitando versos y encandilando con su oratoria a la platea: gallardo, elegante, locuaz, su intervención fue aplaudida largamente de pie.
“Los indios fueron los primeros poetas, cantaban con las palmas de las manos para enumerar las metáforas del mundo”, aclaró el autor de La región más transparente y La muerte de Artemio Cruz y admitió que nadie les pidió visas o tarjetas a los conquistadores que llegaron a las costas de Cuba, pero que la América indígena se contagió del inmenso legado hispánico. “El contagio, asimilación y consiguiente vivificación de las lenguas del mundo es inevitable y es parte inexorable del proceso de globalización”, subrayó Fuentes. “Que la lengua española ocupe el segundo lugar entre las de Occidente da crédito no de una amenaza, sino de una oportunidad. No de una maldición, sino de una bendición: el español ofrece al mundo globalizado el espejo de hospitalidades lingüísticas creativas, jamás excluyentes, abarcantes, nunca desdeñosas.”
Frente al escenario estaban la senadora y presidenta honoraria del CILE, Cristina Fernández (algo seria y con un traje amarillo furioso), el rey Juan Carlos I, Néstor Kir- chner y la reina Sofía (ver nota en pág. 22). A la izquierda, Carlos Fuentes, Héctor Tizón y el director de la Real Academia Española (RAE), Víctor García de la Concha. A la derecha, el intendente de Rosario, Miguel Lifschitz; el gobernador de Santa Fe, Jorge Obeid, y la subsecretaria de Cultura de la Nación, Magdalena Faillace. “El castellano nos comunica, nos recuerda, nos rememora, nos obliga a transmitir los desafíos que el aislamiento sofocaría: en su lengua maya o quechua, el indio de hoy puede guardar la intimidad de su ser y la colectividad de su intimidad, pero necesitará la lengua española para combatir la injusticia, humanizar las leyes y compartir la esperanza con el mundo mestizo y criollo”, agregó el escritor mexicano. Además, Fuentes reivindicó las tradiciones hebreas y árabes del mundo hispano: “Somos lo que somos y hablamos lo que hablamos porque los sabios judíos de la corte de Alfonso El Sabio impusieron el castellano, lengua del pueblo, en vez del latín, lengua de la clerecía, a la redacción de la historia y las leyes de Castilla”. El escritor, con esa chispa de simpatía que mantuvo durante todo su discurso, propuso a la audiencia que “seamos guardianes de nuestras tradiciones vivas, capaces de iluminar caminos de paz mediante el reconocimiento de letras y espíritus compartidos”. La continuidad cultural de Iberoamérica, según el narrador mexicano, aún no encuentra continuidad política y económica comparable: “Tenemos corona de laureles, pero andamos con los pies descalzos”.
“El hambre, el desempleo, la ignorancia, la inseguridad, la corrupción, la violencia, la discriminación son todavía pantanos peligrosos de la vida iberoamericana”, agregó el narrador. “La lengua y la imaginación literarias son valores individuales del escritor, pero también valores compartidos de la comunidad. No en balde, lo primero que hace un régimen dictatorial es expulsar, encarcelar o asesinar a sus escritores. Porque el escritor ofrece un lenguaje y una imaginación contrarios a los del poder autoritario. La lengua nos permite pensar y actuar fuera de los espacios cerrados de las ideologías políticas o de los gobiernos despóticos. La palabra actual del mundo hispano es democrática o no es.” Para Fuentes, sin lenguaje no hay progreso en un sentido profundo. “Yo creo profundamente que es la lengua española la que con mayor elocuencia y belleza nos da el repertorio más amplio del alma humana, de la personalidad individual y de su proyección social. No hay lengua más constante y más vocal: escribimos como decimos y decimos como escribimos. La tierra existiría sin nosotros, porque es una realidad física, pero el mundo no sería mundo sin palabras.”.Para finalizar, Fuentes aseguró que “descendemos del gran flujo del habla castellana creada en las dos orillas por mestizos, mulatos, indios, negros y europeos. Estas voces se oyen en América, se oyen en España, se oyen en el mundo y se oyen en castellano”.
Contrariamente a lo que sucedió con Fuentes, el discurso de Tizón fue recibido con más frialdad por los invitados especiales. El narrador jujeño comentó que todavía estaba convaleciente porque había sufrido un “desdichado” accidente y agradeció a su mujer, Flora Guzmán, y a los médicos que lo atendieron porque hicieron posible que no se quedara en el camino. “Entre la condena que el iracundo Dios del desierto dictó para los hombres, está la de la confusión de las lenguas. Hasta entonces, y mucho antes de que Dios hiciera nacer a ese hijo en la indigencia y en uno de los rincones más inhóspitos de su creación, en toda la tierra se hablaba una sola lengua”, arrancó el autor de A un costado de los rieles, La casa y el viento y la reciente La belleza del mundo, entre otros libros de cuentos y novelas. “La historia de la civilización ha sido la del obstinado esfuerzo de los hombres por superar la condena de aquel mito fundante. En un principio fue el verbo, y el verbo era Dios y en él está la vida, que es la luz del hombre. Desde ese caos primitivo, el hombre es hombre porque habla, porque la palabra es el único nexo verdadero entre los hombres. Y todo lo que tiende a ensombrecer el habla, lo empobrece y deshumaniza.” Para el escritor y juez del Tribunal Superior de Justicia de Jujuy, la palabra sirve para salvar las cosas del caos porque la palabra es una elección entre la vida y la muerte.
“La literatura defiende la individualidad, lo concreto de las cosas, los colores, los sentimientos, lo sensible contra lo falsamente universal, que agarrota y desnivela a los hombres contra la abstracción que los esteriliza frente a la historia que pretende encarnar y realizar lo universal”, explicó Tizón. “La literatura defiende la expresión y recuerda que la totalidad del mundo se ha resquebrajado, y que ninguna restauración puede fingir la reconstrucción de una imagen armoniosa y unitaria de larealidad porque sería falsa. El fenómeno y el efecto de la globalización se confunde con el imperialismo, que por cierto no es nuevo.” Además, comparó lo que ocurre con el uso de la palabra oral o escrita con el avance de las nuevas técnicas de transmisión instantánea: “Antes éramos los destinatarios de la información, ahora nos convertimos en meros testigos de la historia de los hombres”.
“Ninguna mirada es original ni soberana y ninguna percepción está a salvo de ser manipulada: ya no se difunde ideas, conceptos ni ideales; se generan creencias a través de las imágenes publicitarias y el uso de la lengua resulta subsidiario. No quiero pecar de ingenuo y estoy lejos de sacralizar a las palabras por las palabras mismas, porque si bien es cierto que Calderón, Quevedo, Cervantes, llevaron el idioma castellano a su mayor nivel de dignidad y excelencia, al servicio de lo mejor del corazón humano, no es menos cierto que el mal se expresa con palabras, usa la lengua también. Hitler surgió de una montaña de palabras y las palabras manipuladas por el doctor Goebbels evangelizaron sobre lo canallesco y precedieron al Holocausto”, alertó el escritor. “El mayor don de la literatura es crear palabras volviendo cada vez al origen de la vida.”
El escritor jujeño confesó que tuvo que optar por el habla de sus paisanos o por el castellano de los libros de la biblioteca de su padre. “Me dije que el dilema lo resolvería el azar, pero hay azares que duran toda la vida. Mi infancia transcurrió en la Puna, en la alta meseta andina fría y barrida por los vientos. El trasfondo de mi narrativa fue aprendido por tradición oral. Mi conflicto inicial surgió entonces de la confrontación entre el habla entrañable de los que me criaban y la lengua de la escuela, de los libros”, precisó Tizón. “Yo quería ser cronista de mi pueblo, pero con un instrumento universal: cómo contar la aventura del hombre y su morada, la presencia o ausencia de sus dioses en un lenguaje que conmoviera y contagiase. Esta perspectiva fue resuelta cuando abandoné el rincón de mi infancia y me radiqué en México. Allí aprendí que en este ancho mundo podía compartir un pensamiento y una concepción en el tiempo que me eran ajenos.”
“Loables e imprescindibles esfuerzos como este congreso conviven con los espurios aportes de la historia reciente y no resulta posible, sin avergonzarnos, ocultarnos detrás de las palabras o metáforas maliciosas. Debemos incorporar, acongojados, a la lengua aberraciones como Auschwitz, exterminio, desaparecidos y daños colaterales”, cerró Tizón, en la primera y atribulada jornada de una serie que promete dejar mucho más que palabras.