Jueves, 13 de abril de 2006 | Hoy
CONTRATAPA › CARTAS
La tragedia en la fábrica textil de Caballito no hace más que confirmar que los argentinos convivimos con una asesina en serie que no es perseguida, ni atacada, ni pesa sobre ella imputación alguna. Se multiplica por nuestro territorio y, aunque no se esfuerza por ocultarse y se mueve a la vista de todos, goza de una impunidad que hasta Don Corleone le envidiaría. Posee un ejército interminable de soldados y una lista de espera de muchos otros deseosos de llegar a sus filas. La corrupción es amiga del poder político y policial, y eso le asegura un refugio con aires a bunker y es por esto que ataca diariamente, con total brutalidad, a sus indefensas víctimas. Pero la corrupción que esta vez asesinó a seis de los nuestros en la textil de Caballito tiene un cómplice que se llama al silencio por mezquina conveniencia: el pueblo. ¿O acaso no somos cómplices de la corrupción cuando vamos a Once a comprar una remera por 5 pesos? ¿O acaso no somos lo suficientemente inteligentes para saber que en condiciones normales, con costos convencionales, es imposible producir una remera que, con trabajo de estampado incluido, tenga un precio de público tan disminuido? ¿No sabemos que detrás de una prenda superbarata de Once hay un ejército de extranjeros que trabajan como esclavos por un techo y la comida? Sí, lo sabemos, pero nos conviene mucho más comprar barato que denunciar la explotación y la corrupción. Por eso, la corrupción se mueve como pez en el agua, porque para un asesino no hay nada mejor que sus propias víctimas sean sus cómplices.
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