CONTRATAPA

Derechos y humanos

 Por Leonardo Moledo

Esto ocurrió hace tres días. –Apareció una encuesta interesante –me dice por teléfono el director del diario–, parece que los argentinos tenemos una pésima opinión de nosotros mismos... es una encuesta de la AFIP donde dice que contratamos empleados en negro, violamos normas de tránsito, simulamos enfermedades para no ir a trabajar, no pagamos los impuestos.

–Qué infamia monstruosa –le contesté–. ¿Quién sostiene semejantes barbaridades? ¿Quién derrama esas calumnias sobre los argentinos, el mejor pueblo del mundo, el más perfecto, el único que no es pagado de sí mismo?

–Bueno... los mismos argentinos –me contesta el director– y la encuesta es de la AFIP.

–¿La AFIP? ¿Qué es la AFIP?

–La Administración Federal de Ingresos Públicos, la organización que se ocupa de los impuestos...

–¿Impuestos? –pregunté–, no entiendo... ¿qué tienen que ver los impuestos con los argentinos?

–No importa –me dijo el director del diario–, pero ¿por qué no te venís y escribís algo sobre el tema?

–Iría con gusto –le contesté– para repudiar, desmentir y destruir esas mentiras siniestras, pero ocurre que estoy un poco enfermo...

–¿Enfermo? ¿Qué tenés?

–Un virus que me tiene postrado en cama. ¿No me oís la voz?

–¡Pero si se escuchan los sonidos de una fiesta!

–Justamente –contesté–, el médico recomendó diversión, es de la corriente que sostiene que la alegría es un buen remedio, porque estimula el hipotálamo y aumenta las defensas... –pero no me gustaban los sonidos que escuchaba del otro lado del teléfono.

“Hoy en día un virus no convence a nadie...”, pensé mientras subía al coche. “Tendría que haber expuesto una enfermedad más seria, como eripsipela, que además da un aspecto asqueroso.”

El coche no arrancaba; obviamente, era un mal día. Hice señas para que alguien me empujara y también, obviamente, nadie se detuvo. Arrastré como pude el coche hasta la mitad de la calle bloqueándola completamente (ya que había coches estacionados de los dos lados e incluso algunos en doble fila). Comenzó a formarse una larguísima cola de coches que tocaban bocina y conductores que sacaban la cabeza por la ventanilla insultándome, pero yo, impertérrito. Naturalmente, nadie empujaba.

–¡Eh! –me gritó un taxista–, saque este coche de ahí o lo estrello con el mío.

–Pero escúcheme –le contesté–, ¿no ve que tengo que ir al diario para contestar una encuesta infame donde dice que los argentinos somos poco solidarios?

–¡Increíble! –contestó el taxista, atónito–. Verdaderamente increíble. Eso debe ser respondido inmediatamente. Venga, súbase al taxi.

Subí; el taxista prendió la maquinita que de entrada marcó la bajada de bandera y cinco fichas más, mientras aprovechó un hueco para subirse a la vereda y sortear mi auto.

–¿Quién dice que no somos solidarios?

–Parece que es la percepción de los mismos argentinos. Pero no sólo eso, sino que no declaramos en la aduana las cosas que traemos de afuera del país... en fin, que apelamos a todos los trucos, que no cumplimos las normas...

–No hay caso –dijo el taxista–, somos un pueblo al que nadie comprende, y por eso nos insultan, nos dicen que somos violentos... –un Peugeot intentó adelantarse; el taxista sacó un revólver y disparó sobre el conductor, cuya cabeza cayó sobre el volante bañada en sangre, mientras el auto sin dirección arrasaba con cuatro viejitas paradas en la vereda–. Y esparcen calumnias a los cuatro vientos –siguió el taxista–, ¿cómo se pretende que vengan inversiones extranjeras, si dicen todas esas barbaridades de nosotros?

Nos paró un policía.

–Escúcheme –dijo el policía–, ¿no se dio cuenta de que hace tres cuadras que viene cruzando luces rojas y que atropelló a una fila de chicos en silla de ruedas?

El taxista hizo un gesto de fastidio, sacó un billete de diez pesos y se lo entregó.

–No –dijo el policía–, de ninguna manera. Tiene que mejorar ese número.

–¿Sabe qué pasa? –le explicó el taxista–. Estamos apurados porque el señor tiene que llegar al diario para contestar una encuesta, etc. etc.. etcétera...

–¡Qué canallas! –dijo el policía–. ¡Qué criminales! Así es otra cosa. Me conformo con los diez. Lo que pasa es que como estamos en negro, tenemos que redondear... Pero vaya rápido, a desmentir esas cosas vergonzosas. ¡Reviéntelos! ¡Muéstreles que los argentinos somos derechos y humanos!

Llegamos, al fin, y me dispuse a escribir

–¿Cuántas líneas necesitás? –pregunté al director.

–Sesenta.

–¿Sesenta? ¡Pero si ya las tengo! Aquí están, y me vuelvo a la cama a disfrutar de mi enfermedad, lejos de esas atrocidades que se dicen de nosotros.

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