Lunes, 19 de febrero de 2007 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Nunca salí demasiado y –por motivos que no vienen al caso– ahora no salgo nada. Vida interior adentro. Esto ha provocado el redescubrimiento de la televisión o, mejor dicho, de las series en DVD. Temporadas completas, dosis contundentes, cero contenido publicitario. Y la idea –mala o, por lo menos, impracticable– era ver toda una season de 24 a lo largo de un día y vivir para contarlo aquí. Pero muy lejos han quedado los tiempos del insomnio eléctrico y más lejos aún si se trata de ver cómo picanean a diestra y siniestra. En cualquier caso –había visto en abierto hasta la tercera temporada, así que conseguí las cajas con la cuarta y con la quinta– me propuse ponerme al día en largos tramos. Así que vi dos misiones de Jack Bauer en una semana. Y confieso: ya no soy el que alguna vez fui.
DOS 24 comenzó a emitirse el 6 de noviembre del 2001. Mejor sintonía imposible. Por entonces aún se removían los escombros de la Zona Cero, las alertas terroristas eran cosas de todos los días y los malos eran siempre los de afuera. Para bien o para mal 24 se benefició de todo aquello, sigue siendo gran éxito y se ha convertido en una suerte de sueño húmedo de George W. Bush: la pesadilla de escaladas terroristas en un país súbitamente vulnerable a todo y la apología de las agencias de inteligencia actuando más allá de la ley (conducta súbitamente legislada y legalizada con el Patriot Act) como implacables ángeles de la guarda. Pronto, la serie se convirtió en favorita de las tropas en Irak (la patriótica producción enviaba las entregas semanales) que, seguro, antes de irse a dormir, rezaban por la pronta llegada a Bagdad del agente Jack Bauer. Todavía lo están esperando.
TRES Así como alguna vez hubo una telenovela que desde su título proclamaba la inesperada novedad de que Los ricos también lloran, 24 podría llamarse sin problemas Los héroes también torturan. Porque –más allá de su tan tensionante como mentiroso concepto del minuto a minuto y la acción contrarreloj; diagnosticado como imposible por numerosos expertos en contraterrorismo– esto es lo que importa: la idea de los buenos adoptando modales hasta ahora reservados a los malos y haciéndolo en nombre de Dios, la Patria y todo eso. Los torturados –conviene apuntarlo– casi siempre tienen algo que ocultar y, como bien apunta un reciente profile en The New Yorker, lo que el show provoca en el espectador son las ganas de que la tortura funcione y que funcione ya. Y funciona. Menos –como atestiguan los primeros episodios de la sexta temporada actualmente en el aire– con Jack Bauer. Porque Jack Bauer aguanta hasta a la tortura china.
CUATRO Y todo parece indicar –ya que no hay mención alguna a otros acontecimientos de riesgo– que Jack Bauer trabaja nada más que un día al año. Pero está claro que se gana su sueldo. Porque cuando suena el despertar de una de esas mañanas, Jack Bauer no demora en comprender que se enfrentará a uno de sus días masculinos: asesinatos, bombas, virus sueltos, aviones derribados, ex presidentes asesinados, centrales atómicas fuera de control, lo que venga, todo junto ahora y, hasta hace poco, bajo las órdenes de mi personaje favorito: el presidente Charles Logan. Una cruza de la gestualidad de Nixon (también se arrodilla a rezar), la voz de James Stewart y la incompetencia de Bush Jr. arropada por esa mezcla de Cheney y Kissinger que es su asesor Mike Novick.
Y si The Wire es la verosimilitud y Alias es lo imposible, entonces 24 vendría a ser lo irreal-verídico: la necesidad de creer en que las cosas sean así y que un día en la vida de Jack Bauer –siempre apoyado por Chloe, quien podría ser la prima fóbica de la Phoebe de Friends– equivalga a muchos días de vida extra para muchos más allá de inevitables colateralidades. Jack Bauer es la eficiencia, la dedicación y el patriotismo en el ojo de un huracán de agencias que no comparten información, se sabotean unas a otras y acaban dejando aterrizar aviones sobre edificios. Un caos de códigos y credenciales que recuerdan al peronismo de aquí y ahora: todos, se supone, responden a los mismos ideales, la marchita es la misma, pero...
CINCO La sobreexposición a 24 produce efectos interesantes y paradójicos: contemplados semana a semana, los episodios consiguen hacer más creíble lo de todo-en-un-día; asimilados de a cuatro o cinco seguidos, aumenta la sensación de irrealidad y la desesperada y nada proustiana búsqueda del tiempo a recuperar a toda costa se convierte en una fiebre alucinatoria. Nadie come y nadie va al baño (quizá, como uno, lo hicieran durante los avisos; pero el DVD les niega ese privilegio), hay tiempo hasta para escenas románticas en los pasillos de la C.T.U., los teléfonos móviles funcionan con eficiencia admirable, y nunca hay tráfico en las calles y autopistas de Los Angeles. También, se detectan ciertas inquietantes reincidencias: la espera del indulto para que alguien confiese, las mujeres “de color” suelen ser malas, la muerte del testigo clave, el primer atentado fallido como pantalla de uno mucho peor y, por favor, alguien debería decirles a los presidentes de EE.UU.que bajo ningún concepto viajen a la Costa Oeste, porque cada vez que están allí ocurre algo muy feo.
Y, claro, otra vez, marche una torturita para la sala de interrogatorios y aquí viene Burke con su maletín lleno de frascos e hipodérmicas. Dicen los especialistas que los chicos de Guantánamo se inspiran en los métodos de la serie. Es más que posible. Pero a mí me parece que la peor influencia de 24 es la que ejerce sobre la clase política: Aznar sonriendo la semana pasada ese “todo el mundo pensaba que en Irak había armas de destrucción masiva, y no había armas de destrucción masiva. Eso lo sabe todo el mundo, y yo también lo sé... ahora. Pero es que cuando yo no lo sabía, nadie lo sabía. Todo el mundo creía que las había”; los mandatarios europeos silbando bajito cuando se les pregunta por los vuelos secretos de la C.I.A. transportando torturables a lo largo y ancho del continente; el PP detectando conjuras por todas partes...
Al final de la quinta temporada, el malvado e inútil presidente Logan es castigado por sus pecados y lo que podría leerse como una crítica a la actual administración teo-republicana quizá, en realidad, sea una jugada diabólica de Joe Surnow, patriótico confeso y creador de la serie: hacemos caer al muy malo presidente ficticio y así la audiencia se queda más contenta con el bastante malo presidente real. Surnow también declaró a The New Yorker que “América vive días de gloria”, pero que no se ha llevado bien la guerra en Irak: “Una vez removido Saddam debimos haber colocado en el poder a algún otro monstruo que mantuviera a todos a raya, pero que no fuera agresivo con nosotros”. Y punto. Tal vez Jack Bauer sería el hombre indicado. O mejor todavía: ¿por qué no enviar a nuestro pequeño gran terrorista de Trulalá? Me refiero a Oaky, hijo de millonario, y –como Jack Bauer– adicto y firme creyente en el mantra que bien resume al mundo según 24. Ya saben: tiros, líos y cosa golda.
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