EL MUNDO › DENTRO DEL PRD PLANTEAN LA REFORMA DEL PARTIDO DE OBRADOR

Autocrítica de la izquierda mexicana

Una de las corrientes del Partido de Revolución Democrática ve a López Obrador como problemático. No obstante, hoy el PRD tiene la mayor presencia política nacional de su historia.

 Por Gerardo Albarrán de Alba
Desde México, D. F.

La izquierda en México se mira al espejo y no encuentra su rostro. Los caudillismos, la perenne lucha interna de corrientes, los errores de estrategia, la desconfianza en las clases media y alta, y los veletazos electorales en aras de resultados pragmáticos han desdibujado el rostro del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Paradójicamente, la crisis de la izquierda mexicana aflora en el momento de mayor presencia política nacional, al gobernar cinco estados y la capital del país; en el que se erigió como segunda fuerza en el Congreso, y luego de quedarse a sólo miles de votos de haber alcanzado la presidencia de la República.

El PRD, que nació en 1989 como producto del gran rompimiento de la izquierda priísta con la estructura neoliberal que se había posesionado del partido que llevaba 60 años en el poder, y que se integró al entonces Partido Mexicano Socialista (que reunía a siete partidos políticos históricos de izquierda) con la candidatura a la presidencia de la República el año anterior de Cuauhtémoc Cárdenas, llega a la mayoría de edad en busca de la institucionalidad que no ha sabido construir en 18 años de existencia. Sometido primero al enorme peso político y moral de Cárdenas –tres veces candidato a la presidencia de México– y después de Andrés Manuel López Obrador –quien desplazó a Cárdenas para contender por el mismo cargo el año pasado–, el PRD ha sido arena para la disputa interna de corrientes que se han repartido el control operativo de su partido en función de las movilizaciones y los votos que cada una podía conseguir.

Ahora, Nueva Izquierda –una de esas corrientes– centra la autocrítica en la figura de López Obrador y el caudillismo que encarna, sus errores de estrategia que le habrían valido la derrota en la elección presidencial (como alejarse de las clases medias y altas con un discurso que las confrontaba, en lugar de incluirlas), y la postura confrontacionista que sostiene tras la derrota, dilapidando el capital político acumulado en esa campaña electoral.

Y es que el que perdió no fue el PRD, sino López Obrador. Su partido alcanzó la mayor votación en su historia y desplazó al PRI como segunda fuerza en el Congreso, pero las movilizaciones y discursos posteriores contra el fraude electoral, aunado al embate mediático que lo sataniza, han alejado del PRD a una muy buena parte del 35 por ciento del electorado que se sintió atraído por López Obrador. “No podemos quedarnos en la estrategia de la barricada, en la que se mantiene el enfrentamiento permanente con los adversarios”, porque “esa estrategia termina por aislar e incomunicar a sus practicantes”, dice el senador René Arce, uno de los dirigentes de Nueva Izquierda, que durante dos días ha sostenido un congreso para replantearse el papel de la izquierda mexicana.

Para Guadalupe Acosta Naranjo, secretario general del PRD y también integrante de NI, “necesitamos un partido por encima de las expresiones y de sus dirigentes; reconocer que es mucho mejor la decisión colectiva, el debate abierto y los órganos horizontales, que las decisiones que estén por fuera de las instancias o de un solo hombre”.

Los principales dirigentes de esta corriente, Jesús Zambrano y Jesús Ortega, coincidieron en que “en los hechos nos fuimos convirtiendo en un partido-frente o en un gran partido de minipartidos y en que no tuvimos la capacidad de rediseñar a tiempo nuestro entramado institucional”. Así se perdió el centro institucional en la toma de decisiones “y la vida interna se pervirtió y se abandonó por una extrainstitucional situada en las corrientes y en los liderazgos unipersonales. En ese camino fuimos siendo víctimas de una suerte de deformación ética”.

Ambos dirigentes plantearon la urgencia de reformar al PRD y llamaron a “aprender del liberalismo social para recrearlo en la democracia y para rearmarlo en las nuevas condiciones del país”.

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Nueva Izquierda centra la autocrítica en la figura de López Obrador y el caudillismo que encarna.
 
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