Martes, 20 de marzo de 2007 | Hoy
Por Sandra Russo
En un hotel de diseño del centro de Buenos Aires, hay cierto nerviosismo a eso de las seis y media. Falta un rato para “las 19”, cuando según consta en las tarjetas de falsa invitación, dará comienzo el juego. Ya se ven por aquí y por allá mujeres de más o menos cincuenta años tomando cortados, solas o de a dos. Aparentan esa tranquilidad que cuesta mucho aparentar. Esperan.
Mientras tanto, una especie de Alessandra Rampolla en versión boliviana, muy sexy y muy correcta, encapsulada en su rol de anfitriona, circula por el lobby, cuyo centro es una enorme pileta de no natación: en el agua flotan diversos objetos que la convierten en una instalación. A ambos lados, filas de mesas y sillas hipermodernas están ya dispuestas; dentro de media hora, en esas mesas y sillas se sentarán hombres y mujeres durante ocho minutos exactos: el juego consiste en eso. En conocer a diez personas del sexo opuesto y conversar con cada una de ellas ocho minutos exactos, que serán cronometrados por la Venus coordinadora. El juego pertenece a una nueva modalidad de citas, las citas rápidas. La coordinadora prefiere llamarlas fast dates. Ella habla un lenguaje curiosamente neutro, y sospecho que no es porque sea boliviana. Bolivia ha quedado muy atrás en su biografía. Ella es la cara de una empresa especializada en fast dates, y maneja a la perfección el monólogo del vendedor del juego.
Dirá, por ejemplo: “Las damas y los caballeros que participan de nuestros eventos no tienen tiempo para hacer vida social. Imagínate: ir a una discoteca, bailar, conversar, quedarse tomando un trago, quedar en verse al día siguiente... Eso lleva mucho tiempo. Aquí tienen la posibilidad de conocer a diez personas del sexo opuesto en dos horas y de iniciar una bella relación”.
Como se trata de “una empresa seria” que “ante todo garantiza confidencialidad”, mientras esas damas y esos caballeros estén sentados en el hotel, mesa por medio, conociéndose durante ocho minutos, ignorarán sus respectivos nombres. Les han dado nicknames que los protegen. Es que el juego tiene sus vaivenes. Deben ser protegidos de gente que a su vez quiere ser protegida. La seguridad entra por esa grieta al mundo de las relaciones personales, haciéndolas impersonales. ¿No será un costo demasiado alto? Para las damas y los caballeros, no.
El juego se divide por “rangos”, y hay eventos especiales para cada “rango”. El “rango” no es más que la franja de edades: si no fuera por el “rango”, las damas de cincuenta como las que hoy están aquí se quedarían sin candidatos hasta en este juego y pese a haber pagado la inscripción. Los caballeros de cincuenta y tantos prefieren a las treintañeras.
Les dan tarjetas ya tabuladas y marcadas con la primera impresión que les provoque cada candidato/a. Son como antiguos carnets de baile. En las tarjetas hay tres caritas que expresan: 1) satisfacción; 2) duda: merece una segunda oportunidad; 3) desagrado. Tomándose ese examen mutuo, un rato después de “las 19”, el lobby está lleno de damas y caballeros sonriendo y conversando, cada pareja en su mesa. A los ocho minutos, suena una campana que toca la Venus de ojos celestes con un mohín que indica que todos deben cambiar de mesa y compañero/a. Todos obedecen. Están ansiosos por ver quién sigue. Quizá mientras conversen con el siguiente seguirán pendientes del anterior, si es que les ha gustado, y relojeando a la dama con la que él se ha sentado. Las variables posibles de atracción o rechazo escapan a la manipulación del juego, así como las pasiones y los arrebatos, los pensamientos recurrentes, la naturalidad y el azar, en fin, esos pormenores tan importantes en cualquier historia de amor o deseo. El juego ofrece seguridad y garantiza “gente para conocer”, pero a cambio se reserva el derecho de enamoramiento súbito, desprolijo y antojadizo. Aquí no se viene a dejarse llevar, sino a evaluar y a ser evaluado.
Las citas rápidas florecen en un contexto en el que la soledad ya ha empantanado demasiado a hombres y mujeres que deben convertirse en damas y caballeros, como si fueran personajes surgidos de alguna trama de amor cortés, o bien como los carteles de los baños públicos. Visto desde la puerta del hotel, el juego sigue su curso, aunque ha habido inconvenientes, que son los de la vida real: hay más damas que caballeros. Ellas deben relucir más, ser más agudas y divertidas para que ellos marquen 1) o 2).
Afuera paró de llover y sin embargo todavía hace calor. La noche que llega impregna el algodón de las remeras y las camisas de un sudor mezclado de humedad y cansancio. Afuera hay embotellamiento, y hay patrulleros pidiendo documentos a unos pibes. Las bocinas están enfurecidas y los hombres y las mujeres que salen de sus trabajos caminan rápido para alcanzar el colectivo. Y aún con la pesadez del clima y el tránsito, afuera de ese hotel todo está vivo.
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