La inflación impactó menos sobre los hogares de bajos ingresos durante 2006. Para el veinte por ciento más rico de la población, el costo de vida se encareció 11,2 por ciento, mientras que el veinte por ciento más pobre afrontó una suba de “apenas” 7,5 por ciento, un 33 por ciento menor. Los datos surgen de un informe elaborado por el Indec donde se toman en cuenta los hábitos de consumo de distintos segmentos sociales para calcular la inflación que afronta cada uno, más allá del promedio de 9,8 por ciento. La brecha entre ambos extremos es porque los pobres destinan una proporción mayor de su ingreso para comprar alimentos y artículos de primera necesidad, rubros que aumentaron menos que el resto debido a los “acuerdos” de precios que impulsó el Gobierno.

El año pasado los bienes subieron 8,5 por ciento y los servicios 12 por ciento. Ese resultado benefició a los pobres, pues en el IPC los bienes tienen una incidencia de 53,2 por ciento y los servicios de 46,8 por ciento, pero en el quintil de menores recursos la participación de los bienes supera los dos tercios. Por ejemplo, los pobres gastan el 46,6 por ciento de su ingreso en alimentos y apenas el 2,15 por ciento en educación, debido a la imposibilidad de pagar un colegio privado. El promedio de la población, en cambio, destina un 31,3 y 4,2 por ciento a cada rubro, respectivamente. Mientras que el segmento de mayores ingresos concentra sólo el 23,2 por ciento de su gasto en alimentos y el 5,2 en educación. Esa ponderación diferencial es la que juega a favor de los pobres, pues los servicios educativos aumentaron 22,6 por ciento, más del doble que los alimentos.

En el resto de los rubros que componen el sector servicios se repite una situación similar. Los gastos de la vivienda tienen un peso de 3,76 por ciento en el promedio y sólo 1,05 entre los pobres. En salud gastan el 6,2 por ciento de su ingreso, mientras que el promedio de la población destina un 10 por ciento, fundamentalmente debido al gasto extra que suponen las prepagas para los sectores de mayor poder adquisitivo, rubro que el año pasado aumentó 12 por ciento. También hay fuertes diferencias en la ponderación que se le otorga al rubro esparcimiento (8,6 versus 3,7 por ciento), pues los más pobres no destinan prácticamente ningún recurso a turismo (0,35 por ciento del sueldo), mientras que el promedio de la población gasta el 2,75 por ciento. Esa diferencia se siente en los bolsillos, pues el turismo aumentó 12 por ciento el año pasado.

Dentro de los bienes también surgen diferencias significativas en algunos rubros clave que tuvieron un fuerte incremento de precios el año pasado. Por ejemplo, el capítulo “Alimentos y bebidas consumidos fuera del hogar” aumentó 20 por ciento, pero los pobres destinan sólo el 3,59 por ciento de su ingreso a ese ítem, mientras que el promedio de la población gasta el 5,36 por ciento y los sectores de ingresos altos más aún. Con “Equipamiento del hogar” ocurre algo similar, ya que aumentó 11,6 por ciento, pero los pobres destinan a ese rubro 1,6, cuando el promedio de gasto es 2,3 por ciento.

Una cuestión a tener en cuenta es que la estructura de ponderaciones de la canasta se calcula a partir de la Encuesta Nacional de Gastos de los Hogares que el Indec realizó en 1996/97, hace una década. Por lo tanto, es muy probable que los hábitos de consumo en Capital y el Conurbano, lugar donde se realiza el relevamiento, hayan variado desde entonces, sobre todo si se toma en cuenta la fuerte crisis que atravesó el país entre 1998 y 2002. El Indec realizó una nueva encuesta en 2005 que debería proporcionar una estructura de gastos de consumo actualizada, pero la información todavía no se terminó de procesar.