Sábado, 28 de abril de 2007 | Hoy
Por Osvaldo Bayer
Es indispensable para la vida recordar los grandes crímenes de la humanidad para así aprender a no repetirlos. Tenerlos en la Memoria. Hace pocos días se recordó en nuestro país el Holocausto del pueblo judío, y al acto concurrió el presidente de la Nación y habló; también hay que saludar el gesto que tuvo el Congreso Nacional al aprobar la ley por la cual se reconoce y recuerda el genocidio contra el pueblo armenio llevado a cabo por los turcos –muy buena la intervención de los legisladores y sus argumentos– y declarar el 24 de abril como “día de acción por la tolerancia y el respeto entre los pueblos”. Por mi parte acompañaré en esta noche la marcha de las antorchas de la juventud armenia por las calles de Buenos Aires hasta la embajada turca como recordatorio pleno de dolor ante los miles de niños, mujeres y hombres armenios asesinados por la plebe política y armada otomana. Pero aquí cabe una pregunta: por qué jamás ningún gobierno argentino realizó un acto para recordar el genocidio de nuestros pueblos originarios realizados por los españoles, en América latina, y por los argentinos en el territorio argentino. Ah, no, de eso no se habla. Ni tampoco se habla de quienes se quedaron con la tierra, el hábitat de esos pueblos. La vergonzosa realidad nuestra en este aspecto lo demuestra: hace más de dos años, nuestra organización Awka Liwen presentó un proyecto a la Legislatura porteña de trasladar de su lugar tan céntrico a la estatua de Julio Argentino Roca, el monumento más grande de Buenos Aires. Como en la Historia no hay que destruir nada, recomendamos llevar ese monumento a la estancia La Larga, en tierras bonaerenses, fruto de las sesenta y cinco mil hectáreas regaladas a Roca por el gobierno después de la eliminación de los pueblos originarios. Una especie de “coima” retrospectiva e injustificada, ya que el señor general cobraba sueldo de general. Proponemos llevar ese monumento a esa estancia, posesión actual de los bisnietos de Alvear, ellos sí beneficiados por esa “campaña” de su bisabuelo.
El propósito que nos mueve es el respeto a la mayoría de la población argentina que, según el estudio realizado, se señala que el cincuenta y seis por ciento de nuestros habitantes tienen sangre de los pueblos originarios. Entonces, mostrar devoción por el verdugo de esos pueblos que ya estaban en estas tierras desde hace por lo menos diez mil años es una falta ética.
Nos sorprende el silencio absoluto de los “representantes del pueblo”. La Legislatura de Buenos Aires se calla la boca. Los argentinos estamos a la misma altura de los turcos que dicen que no existió la matanza de un millón y medio armenios.
Debemos también cuidar otros aspectos argentinos para ir ahondando nuestra democracia. Por ejemplo, en un reciente desalojo de gente sin techo que había ocupado tierras se emplearon gases. Escuché el testimonio de una humilde mujer desesperada: “No me tiren gases que mi hijito tiene asma”. Esto nos lleva a buscar una regla que no permita arrojar gases lacrimógenos donde hay niños. No puede ser; por lo menos eso, lo mínimo. Aquel mandamás que ordene y aquel uniformado que lo ejecute deberá sufrir las consecuencias. Como aquel que le partió el cráneo con un explosivo represor al maestro Fuentealba. Por supuesto que las prohibiciones de las consecuencias no solucionan nada, ya que la verdadera democracia tiene que dar techo a las familias que no lo posean. Pero empecemos con normas de conducta civilizadas: nunca gases lacrimógenos ni balas de goma cuando hay niños.
Ya existen otras cosas que parece no hemos aprendido nada de las enseñanzas de la historia. Ayer me llamaron de Santa Cruz para decirme que la Sociedad Rural santacruceña –por supuesto, la de los estancieros– puso a disposición del gobierno provincial sus instalaciones para que allí se acuartele la Gendarmería recién llegada, debido a la huelga de maestros. Pareciera que se va a repetir la historia. Lo mismo ocurrió en 1921, en vez de cumplir los convenios que ellos firmaron, los estancieros recurrieron al gobierno nacional para que reprimiera a los huelguistas. El gobierno radical accedió y fueron los uniformados y fusilaron a quienes tenían legítimo derecho de una vida un poco mejor. Ni la Gendarmería debe reprimir a los maestros ni los gobiernos tienen que reprimir a los maestros. Siempre debe existir el diálogo. El diálogo por sobre todo. Docentes, la palabra sabia, la palabra señera. No se los puede borrar del mapa o arrodillarlos a balazos. Y vuelvo a repetir: nadie sale a la calle estando satisfecho; siempre se sale a la calle cuando el ser humano se siente humillado. Los gendarmes también deben comenzar a tener su código de ética y negarse a represiones contra las manifestaciones populares que exigen derechos fundamentales. En Cutral-có, ese pueblo demostró lo que es el coraje de la verdad y corrió a la Gendarmería a pesar de las ametralladoras, cascos, escudos y botas de los gendarmes. Dos veces corrió el pueblo a los gendarmes y hoy, al entrar al pueblo, se lee el orgulloso cartel: “Cutralcó 2; Gendarmería 0”. Algo que va a quedar para la historia de esas latitudes. La memoria no se puede destruir. La Gendarmería, en Río Gallegos, ha pedido las llaves de las escuelas para que éstas no puedan ser ocupadas por los maestros. Los gendarmes llegaron con sus bolsas de dormir y sus mochilas y se acuartelaron nada menos que en las instalaciones de la Sociedad Rural y los oficiales se dan cita en el restaurante de esa institución y en el salón de reuniones. Todo un símbolo.
Los vecinos señalan que el movimiento de uniformados les hace recordar el conflicto con Chile, por el Beagle.
Y allá, en esas tierras del sur, Rosa Nahuelquir sigue luchando por las tierras de sus ancestros en Santa Rosa, en la estancia Leleque, que fue comprada por los Benetton, empresarios italianos. Ella, Rosa, ha ocupado con seis familias las tierras que le han pertenecido desde siempre. Lo han hecho con permiso de la Justicia, pero ahora Benetton les ha prohibido hacer fuego para alimentarse y darse calor en las temperaturas entre cinco y ocho grados bajo cero, las actuales. A quien le vino a dar la orden “patronal”, Rosa Nahuelquir le respondió con su habitual valentía: “Que venga aquí el señor Benetton y vamos a ver si aguanta una noche con ocho grados bajo cero”. Es que ya no va a ser tan fácil.
Antes, a estos pobladores autóctonos se los corría a balazos, y ya está. Si bien hoy se los despoja de sus tierras vendiéndosela a extranjeros que ni siquiera lo han conocido antes, existen organizaciones de derechos humanos que tienen su voz y su fuerza para ponerse en el medio y decir su palabra.
Maestros, pueblos originarios, gente sin techo y nuestra Historia. Temas para debatir. La única forma de construir la democracia es sacarlos a la luz por medio de la palabra y la búsqueda de la solución dentro de la Ética. O seguiremos en el limbo, ahora que no existe ya, como dice el papa Ratzinger.
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